Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

lunes, 30 de julio de 2007

Los vecinos. El hijo del Teniente Coronel

Ma. era todo un deportista. Entre otros, practicaba el hockey sobre patines, algo que no deja de sorprenderme, aunque entonces me pareciera normal. Tenía muchos hermanos y vivía en el portal contiguo al mío, en una casa muy grande que hacía esquina. En el chaflán estaba el enorme salón lleno de ventanas, al que se llegaba a través de un larguísimo pasillo flanqueado por las puertas de las muchas habitaciones.

Entre los ocupantes de aquella casa tan animada estaba un tío de Ma., sacerdote. Le sigo viendo a veces cuando visito la ciudad, ya delgado y consumido, pero siempre con su negra sotana. Tengo la impresión de que el tío tenía poca relación con sus sobrinos, sólo una plaza en la residencia.

En aquellos bloques unidos de pisos para funcionarios, era frecuente que las familias tuvieran varios hijos y que se establecieran vínculos de amistad entre los de la misma edad. Ma. tenía tantos hermanos que había oportunidades de amistad para todos los míos. Mi hermana mayor A., amiga de la que tenía su mismo nombre. Mi hermano J., amigo de C. Mi hermana E. amiga de M. Ma., que era el menor de su casa, compinche del menor de la mía. Y aún le quedaba un buen puñado de hermanos a Ma.

Ma. estudiaba en un colegio cercano en donde ponían películas algunos fines de semana. No debía de controlarse adecuadamente el acceso a las proyecciones, porque aún recuerdo una película japonesa, con samuráis armados con espadas cortando las orejas de los rivales, que después ensartaban hábilmente en sus armas antes de que cayeran al suelo. Durante una buena temporada se me quitaron las ganas de ver películas (de japoneses).

Del padre de Ma., que murió demasiado pronto, apenas recuerdo su SEAT 1500 –todo tenía que ser grande para que cupieran— y montarme en él para ir a una fiesta que se había organizado en el cuartel de caballería en el que estaba destinado. Cuando murió el padre, la madre de Ma., una mujer de pelo negrísimo y gran sentido del humor, se quedó sola al frente de aquella tropa. La mayoría de los hermanos salieron adelante y bien parados, aunque alguno cayó en la droga y no sé si allí sigue. Y Ma. se casó precipitadamente y ya no sé dónde para.

Es normal que en familias tan grandes acabe pasando de todo. Son casi poblados. Allí sí que habría aprendido historias, algunas verdaderamente duras.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Las familias numerosas son divertidas a ratos, pero sí, tienen historias a veces truculentas.

Yo también tuve hermanas de todas las edades, así que tuve amigos de lo más variopinto, ja ja.

Un beso, M