Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

domingo, 31 de enero de 2010

Todo irá bien

Me suele pasar. Me entusiasmo con algo y lo recomiendo sin pensar a quien, y luego caigo en que es un error y ya es demasiado tarde. Voy aprendiendo. Ya sé que debo cuidarme de transmitir mi entusiasmo sólo a quien pueda compartirlo.

Hace unos meses recuperé el contacto con el viejo camarada M., el que marchó a Francia. Entregado al género de terror, ése al que me tengo prohibida la entrada, me envía su particular crítica de las películas que va viendo. A veces no quiero ser menos y le recomiendo algo que simplemente me ha gustado, por aquello de ver si va abandonando la casquería. Es inútil.

M. suele citar su supuesto origen judío para explicar buena parte del sufrimiento que le depara la vida y el injusto trato que recibe de la sociedad. Según M., la falta de reconocimiento a su valía se debe a prejuicios raciales. Nunca he prestado demasiada atención al asunto de las raíces reales o imaginarias, que no sé, de mi obsesivo camarada, y soy muy escéptico sobre su efectiva trascendencia. No obstante, me gusta pensar que en nuestra amistad desempeño el papel de gentil, real o imaginario.

El otro día vi "Un tipo serio" ("A serious man"), la última película de los hermanos Coen. Me encantó y comprendo a quien no. Todavía con la sensación de irrealidad que transmite ese cine tan singular me dispuse a recomendársela a M. Un grave error. Por suerte me di cuenta a tiempo de que el inexorable derrumbe de la vida del personaje protagonista recordaba demasiado a la ruina vital de M. Inconscientemente, estuve a punto de recomendarle un ácido biopic de sí mismo. Por los pelos.




Todo irá bien, M., todo irá bien.

viernes, 29 de enero de 2010

Down in the ground

Me había acostumbrado a arrancar la jornada con una sonrisa mientras leía la crónica de Cristina Fallarás, Subdirectora de Factual, enviada al correo electrónico. No solo soy un tipo de costumbres, sino que soy uno que las adquiere rapidísimamente.

Y andaba madurando la idea de suscribirme al recién nacido periódico digital, consumiendo el crédito proporcionado con el registro, observando los movimientos en el negocio de la información digital en su búsqueda de un incierto horizonte, rogando que la masiva y variada oferta informativa encuentre el modo de subsistir y surtir a mis ojos como platos, andaba y andaba, sin más y como siempre, cuando sobreviene el terremoto en la redacción. Tras apenas dos meses de existencia, la empresa editorial decide recortar drásticamente los gastos del periódico, el director dimite, la confusión se adueña de los trabajadores y de los clientes, y uno a uno se comunican los despidos, retransmitidos en directo a través de las páginas de Twitter de algunos miembros de la redacción. Casualidades de la vida, unos días antes Factual se fijaba en el relato del desastre de Haití a través de Twitter.

En fin, Arcadi Espada, como promotor, cabeza visible y banderín de enganche del proyecto queda en una difícil posición en este denso ambiente de expectativas frustradas. Ignoro las razones económicas o de otra índole de la decisión empresarial. Parece que el proyecto seguirá, aunque no se sabe exactamente cómo y difícilmente será el mismo. Pero si algo lamento verdaderamente en este asunto es el mal trago que andarán pasando los jóvenes y entusiastas redactores expulsados del barco en cuya construcción han participado tan decisivamente.

El pasado fin de semana vi "Up in the air". Me entretuvo a ratos y nada más. Realmente me divirtió más el entusiasmo por el actor de dos espectadoras a mi derecha. Estuve a punto de soltar una carcajada cuando una de ellas masculló indignada un "será-hija-de-puta"* a un personaje femenino que lastimó a su héroe. El caso es que la escena vivida en la redacción de Factual, la súbita entrega de cheques a un personal desprevenido en un despacho acristalado, es curiosamente una escena de la película.




En este caso, afortunadamente, son jóvenes.

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*Hablando de hijoputa. Esta espectadora a mi derecha, en cambio, no me hace ni la menor gracia.

jueves, 28 de enero de 2010

Una sala con vistas

Cuesta llegar a esa localidad que siempre ha estado en un rincón de cualquier mapa que la incluya. Una vez en mi destino me encuentro con el Juzgado cerrado y en obras. "Estoy empezando a perder este pleito", me digo mientras sonrío nerviosamente. Por un momento me parece estar en el interior de una de esas angustiosas pesadillas en las que no podemos llegar a donde debemos ir. Pregunto y me informan de que hasta que concluya la rehabilitación se han trasladado las dependencias judiciales a un inmueble municipal en lo alto del pueblo. Ya podían habérmelo dicho en el despacho. Conduciendo por estrechas callejuelas, preguntándome a cada esquina si paso o no paso, llego hasta el castillo o a lo que se le parece. Allí están ya los otros dos abogados que intervienen en el asunto y puedo respirar aliviado. No ha sido un sueño. Al poco nos encaminamos a la sala de vistas siguiendo los pasos de una atractiva joven: la juez recién incorporada al destino y que no conocíamos. La divertida mirada que nos cruzamos los colegas durante la breve marcha expresa el llamativo encanto que transmite quien habrá de juzgarnos. En este punto del proceso estamos de acuerdo.

La sala está presidida por un gran ventanal a través del que se pueden contemplar ampliamente los verdes y frondosos alrededores de la localidad. Soltamos un murmullo de admiración. En ese luminoso entorno un abogado podría dejarse vencer gustosamente, pienso. O casi. La audiencia previa se ventila rápidamente y sin debates para alivio de la amable e insegura juez y quedamos convocados para el juicio. Si hay que volver, se vuelve, Señoría. Nos despedimos cortésmente de ella y con una plácida sensación marchamos de regreso por donde vinimos.

El curso de esa mañana me sugiere que esta dichosa profesión puede llegar a ser agradable. No todo va a ser mantener agrias discusiones o soportar una autoridad mal ejercida. Puede que la justicia tenga remedio y tal vez los tres compañeros hemos tenido la fortuna de contemplarlo. Tal vez. Tal vez ya nada será igual, pero es seguro que seguirá siendo lo mismo. Puedo verlo.



La Magistrada se comporta de un modo bochornosamente displicente, intolerable sea quien sea a quien se juzgue. Sin embargo, provoca risas de satisfacción, proferidas dentro y fuera de la sala. Risas de taberna en lo que presume ser un templo.

El incidente no parece más que un pequeño gesto sin importancia, pero revela un pésimo síntoma. Deberemos seguir soportando con frecuencia y estoicismo la desconsideración de jueces que no están a la altura de su formal autoridad y desprestigian su profesión. Y no vean cómo siento tener que entonar este gremial lamento de picapleitos que va camino de convertirse en nuestro lema colegial.

Aunque nunca está todo perdido. Siempre me quedará aquella sala con vistas y a ella tendré que volver el día marcado en la agenda.

Por cierto, tendré que consultarla, no fuera un sueño.

martes, 26 de enero de 2010

La Grande Guerra

En la "Biblioteca Brevísima de la Historia" hay una extensa colección de libros ínfimos de apenas página y media. Uno de ellos está dedicado a los héroes de guerra italianos. De hecho, es el único libro al respecto en el mundo editorial. Pero no es una deshnora para el país, sino una de las razones por las que admiro a Italia a pesar de todo.

Hablando de heroicidades, aún recuerdo mis desventuras bélicas antes de ser objetor. Sería sobre 1915 cuando Di Blasino di Sordi protestaba a su manera por el infame rancho. Seguro que mi General también lo recuerda.



"La Grande Guerra", 1959, de Mario Monicelli.

Iba a decir que otro inútil alegato, pero no, me resisto a considerar inútil un dibujo tan preciso, un combinado de razón y compasión en vaso largo, eso que siempre ando buscando.

El indomable Tony Judt


Cuando leí que el brillante historiador Tony Judt estaba inmovilizado a consecuencia de un trastorno degenerativo, condenado a un fatal diagnóstico, afloró por un momento mi insultante egoísmo, preocupándome por cuánto tiempo más podría seguir expresándose, en impagable servicio al pensamiento racional y crítico, la excepcional inteligencia de un hombre en atormentada vigilia.


Maldita cuenta atrás.

miércoles, 20 de enero de 2010

Historias de la puta mili (o casi)

Fui objetor de conciencia por razones puramente administrativas: por administrar del mejor modo posible mi tiempo. Un objetor de conciencia por conveniencia. No lo pensé entonces, pero fui una deshonra para una buena causa.

Dos recientes noticias han venido a sacar a la luz los recuerdos de aquel heroico pasado. Por un lado, la valiente determinación de Sahar Vardi, alguien que ha ido conociendo las inconveniencias de la verdadera objeción en comprometidas circunstancias. Nunca estaré a su altura.

Curiosamente ha coincidido con ella una segunda noticia que en cierto sentido (en uno solo realmente) me resulta más próxima: el reproche del general Zvi Zamir a la deslumbrante Bar Rafaeli. Comprendo perfectamente el disgusto del jefe de personal de esa inmensa empresa pública que es el ejército israelí. Supongo que no está bien un matrimonio de conveniencia para conseguir la licencia, como no tuvo mérito ser un simple objetor de conveniencia para seguir trabajando, pero no puedo evitar sentir por Rafaeli el instantáneo afecto solidario que surge entre los que escaparon del servicio militar por piernas, además de la concreta admiración por las suyas.



No estoy orgulloso de mi pasado porque no puedo estarlo, pero me alegra cualquier sacudida, por pequeña que sea, a instituciones condenadas a la barbarie en cuanto se presente la ocasión de ser ellas mismas.

El asunto me ha hecho recordar los meses que pasé en la Cruz Roja. Tuvieron su aquél y dejaron un puñado de aburridas historias que contar dentro de unos años a cualquiera que me quede lo bastante cerca en el banco del parque.

- ¡Dices tú de prestación social sustitutoria! Acabé en un pequeño puesto... hice migas con el responsable... qué jodío aquel quinqui... cogí la ambulancia, que no sabía, y... va la responsable de la contabilidad y me dice... la guardia que nos tocó hacer aquella Nochebuena... mejoró mucho mi ping-pong, como que empecé a sacar así...



jueves, 14 de enero de 2010

Al cine, chicos: es hora de aprender

Hay pocas herramientas tan poderosas como el cine. Puede con todo y con todos. Inmersos en la historia, la imagen y el sonido nos dejan suspendidos, a merced de cualquier impulso. Con independencia de nuestra constitución o carácter, el cine puede dominarnos, zarandearnos o acariciarmos o atormentarnos o alegrarnos mientras penetra en lo que íntimamente somos, traspasando cualquier falsa apariencia.

Por eso mismo el cine (e incluyo todos los géneros y cualquier formato) es un potentísimo instrumento educativo completamente desaprovechado. Pensé en ello el otro día, cuando logré escaparme para ver una de aventuras. Unos asientos más allá, en la misma fila, se sentaron unos ruidosos chavales. Tres gallitos con ganas de acción. Tres tristes desastres, me dije. Pero aunque me temía lo peor, lo cierto es que la historia supo mantenerlos mudos. Supongo que no se dieron cuenta, pero la proyección los dejó suspendidos, ingrávidos. Los poseyó como tres simples pollos. Les dio una lección.

Entonces recordé lo que había leído tiempo atrás sobre la educación de un hijo a través del cine. David Gilmour supo ver aquello que habitualmente no se considera, lo que el cine encierra más allá de su simple aspecto de momentáneo entretenimiento. También lo advirtió Juan Antonio Rivera en su singular ”Lo que Sócrates diría a Woody Allen”.

No sé si mi innenarrable Esperanza Aguirre –uno de mis fantasmas preferidos, a saber por qué— lo consideraría una idea educativa socialista, pero la infrautilización de las creaciones audiovisuales es, junto con la insuficiente atención al conocimiento científico, una de mis más firmes quejas del sistema educativo. Estas pasadas Navidades quise remediarlo colocando a mis asombrados pequeños ante “La vida de Brian”. Lástima que aún falte un poco para que disfruten del espectáculo.

La educación es para todos y nunca termina. Por eso mismo, ¿cómo podría ver el documental sobre el legendario Eric Tabarly?



Con lo que aprendería viéndolo.