Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

jueves, 27 de septiembre de 2007

La vida secreta de las palabras

Una mujer en el límite del máximo dolor y en una casi completa incomunicación. Una de las películas más bellamente desgarradoras que recuerdo haber visto.

Me acordé de ella rebuscando en la memoria la imagen de algún digno friki en el cine.




También recordé que, como un pequeño respiro, agradecí el breve juego de incomunicación en un columpio.



Coixet, genial rara avis.

martes, 25 de septiembre de 2007

La importancia de llamarse friki

Nunca he coleccionado nada. Mi interés por algo en concreto nunca es duradero. Me intereso por las cosas según tropiezo con ellas. Ando de aquí para allá sin apenas poder detenerme más que un breve momento en los millones de detalles del mundo que me atraen. Si fuera un niño la psicóloga escolar me habría diagnosticado algún grave déficit de atención y mis padres estarían preocupados. También a veces cierro los ojos para disfrutar de la sensación de que nada me interesa. Oscilo entre el todo y la nada.

Así que no, no soy un friki. No puedo serlo por falta de cualidades, por mi natural dispersión. Pero no presumo de ello. Quería mostrar mi sincero y profundo respeto por los frikis de este mundo. Porque detrás de cualquier catálogo detallado y análisis exhaustivo de algún tema de interés hay un bendito friki. No sólo se dedican a “Star Wars”, no, eso era antes, hace cinco lejanísimos años. Ahora hay comunidad friki para cualquier cosa y satisfago mi curiosidad gracias a su esfuerzo. Bien mirado, el friki de hoy es el colaborador de los enciclopedistas de hace doscientos cincuenta años. A quien quiera despreciarlos le recuerdo que Charles Darwin estudió los percebes como un auténtico friki de los crustáceos cirrópodos.

El Día del Orgullo Friki se celebró el pasado 27 de mayo. Estuvo muy bien traído. Aquí dejo mi pequeño homenaje y recordatorio. Se lo robo a los que editan el mejor telediario que conozco.

sábado, 22 de septiembre de 2007

El Mayo francés

No tendría ni dos años y por aquel entonces daba literalmente mis primeros pasos en Oviedo. Yo, por mi edad y España, por su desgraciada Historia, estábamos casi al margen de todo, también de aquella primavera.

Las convulsiones sociales surgen de forma insospechada, ganan energía de manera caprichosa y son tan impredecibles e inestables como una atmósfera variable. Pero el caos seduce a los humanos muy brevemente y la tormenta siempre se disipa.

De aquel fenómeno me interesa un aspecto, una afinidad personal que he descubierto ya tarde. Hace relativamente poco tiempo comprobé que si me detenía, si dejaba a un lado mis quehaceres habituales y me tomaba un tiempo para observar la vida, la mía y la de otros, podía ver una maquinaria chirriante y defectuosa. Si nos paramos y guardamos silencio, podemos oír claramente el insoportable ruido de piezas mal encajadas y peor engrasadas. Los humanos no tenemos habilidad ni determinación para desmontar el dispositivo, diseñar otro brillantemente y levantarlo en coordinado esfuerzo. Sólo creo en los pequeños cambios, en los minúsculos pasos en la buena dirección. Y el primero consiste en tomar conciencia de que vivimos bajo un chirrido insufrible que nos negamos a escuchar. Por eso aburro a quien cojo por banda sobre el despropósito de muchos aspectos de nuestra organización social. Me complace comprobar que nadie me lo ha negado rotundamente, demostrándome que todos podemos oír el ruido si le prestamos una mínima atención.

A lo que iba. En aquel Mayo muchas conciencias despertaron al unísono. Luego se apagaron. Pero en mitad de aquel disparate, de aquel laberinto de intereses incluso contradictorios, lo que me interesa es que por un instante muchos se pararon a escuchar el ruido de la renqueante maquinaria social. Sólo me interesa ese breve momento. Aunque después no se supiera qué hacer con él, aunque le siguiera un irracional deseo de destrucción y aunque no hubiera ningún buen plan alternativo -¿qué revolución lo tiene?-, me parece que en cierta manera fue un instante de lucidez colectiva. Debiéramos seguir ejercitándola pacíficamente.




"Milou en Mayo" (1990)


“Mientras tanto, ¿vamos a dormir?”

viernes, 21 de septiembre de 2007

Tío Vania y el cambio climático



Me gustaba leer obras de teatro, aunque de eso hace ya mucho tiempo. El teatro es un arte que nunca me ha decepcionado. Es cierto que desde la periferia no he tenido muchas oportunidades de disfrutarlo, pero también me reprocho no haberlas buscado suficientemente. El caso es que el otro día me puse a leer de nuevo algo de teatro.

"ELENA ANDREEVNA (a Astrov).- Es usted todavía joven. Representa usted tener treinta y seis o treinta y siete años, y la cosa, seguramente, no es tan interesante como dice. ¡Bosques, bosques y bosques siempre!... ¡Se me figura que es muy monótono!
SONIA.- No... Es muy interesante. Mijail Lvovich, todos los años planta nuevos bosques, y ya ha sido premiado con una medalla de bronce y un diploma. Se preocupa también de que los viejos bosques no se pierdan. Si le oye usted, acabará siendo de su opinión... Dice que los bosques adornan la tierra y enseñan al hombre a penetrar en sus maravillas, inspirándole grandeza de ánimo... Que los bosques dulcifican la severidad del clima y que en los países donde este es más benigno, se consumen menos fuerzas en la lucha con la naturaleza, por lo que el hombre allí es más suave y más tierno. Allí -dice- la gente es bella, flexible, fácil a la sensibilidad. Su lenguaje es fino, sus movimientos gráciles, florecen sus ciencias y su arte; su filosofía no es sombría, y su relación hacia la mujer está impregnada de una gran nobleza.
VOINITZKII (riendo). - ¡Bravo, bravo!... ¡Todo eso resulta grato, pero nada conveniente!... Por tanto... (A Astrov.) Permíteme, amigo mío, que continúe encendiendo mis estufas con leña y construyendo mis cobertizos de madera.
ASTROV.- Podrías encender tus estufas con turba y construir los cobertizos de piedra; pero, bueno..., admito que se corten por necesidad, pero destruirlos... ¿por qué? Los bosques rusos crujen bajo el hacha, perecen millones de árboles, se vacían las moradas de los animales y de los pájaros, los ríos pierden profundidad y se secan; desaparecen, para nunca volver, paisajes maravillosos, y todo porque el hombre, perezoso, carece del sentido que le haría agacharse y extraer de la tierra el combustible. (A Elena Andreevna.) ¿No es verdad, señora?... Es preciso ser un bárbaro sin juicio para quemar en la estufa esa belleza... Para destruir lo que nosotros somos incapaces de crear... Si el hombre está dotado de juicio y de fuerza creadora, es para multiplicar lo que le ha sido dado y, sin embargo, hasta ahora, lejos de crear nada, lo que hace es destruir... Cada día es menor y menor el número de bosques... Los ríos se secan, las aves desaparecen, el clima pierde benignidad, y la tierra se empobrece y se afea. (A Voinitzkii.) Me miras con ironía, como si todo cuanto estoy diciendo no te pareciera serio... Y puede que, en efecto, sea una chifladura...; pero cuando paso ante bosques de campesinos, a los que he salvado de la tala, cuando oigo el rumor de un joven bosque plantado por mí, reconozco que el clima está algo en mis manos y que si, dentro de mil años, el hombre es feliz, será un poco por causa mía... Cuando planto un pequeño abedul, al que veo después verdear y mecerse con el viento, se me llena el alma de orgullo y... (Viendo avanzar al mozo con la copa de vodka..) A todo esto... (Bebe) ya es hora de marcharse. Esto, seguramente, es una chifladura. ¡Tengo el honor de saludaros!..."


“Tío Vania” (1899). Antón Chéjov.

Se ve que bastaba cierta sensibilidad para apreciar los riesgos un siglo antes. No sé si alegrarme o entristecerme. Reconforta tropezarse con la cordura en el pasado, tanto como descorazona comprobar que sigue escaseando. No hay manera con esta especie.

Vamos con ese trago de vodka. ¡Salud, Mijail!

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Camisetas


Unas venerables personas mostrando las camisetas con las que quieren que sus niños jueguen al fútbol los fines de semana. Se percibe orgullo por los colores del club.

Trato de verlo del modo más racional posible. Me pongo en su lugar y comprendo su frustración cuando llega la Eurocopa. "Una Nació, Una Selecció".

Seré breve porque no quiero dedicarle más tiempo del indispensable al nacionalismo. Pero me he prometido a mí mismo no pasarlo por alto. "Una Nació, una Selecció". O lo que es lo mismo, "una camiseta por cada tres o cuatro gilipollas con sentimiento de pertenencia a un grupo de tres o cuatro". No se dan cuenta de que eso es lo que dice realmente el lema. Seguro que por eso ahí siguen posando, encantados.

Se lo digo con afecto, Señorías.

sábado, 15 de septiembre de 2007

Nuestro pequeño mundo

Lamentable y tediosa cháchara -tal vez no- de un viejo sentimental y caduco, de corto conocimiento, que no ha venido a este mundo a descubrir sus misterios. Es mejor que ignore los grandes interrogantes y aproveche las escapatorias.

El tío Gustav Adolf y su pequeño mundo tangible.


"Fanny y Alexander". 1982.

viernes, 14 de septiembre de 2007

Una mancha de excremento

El fracaso. Qué terrible y recurrente experiencia. En esos momentos no hay nada mejor que un amigo. O Bukowski.

Pensándolo mejor, ninguno de los dos.

"Entre copas" (Sideways). 2004

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Otra de viejos camaradas. El hijo del catedrático.



G. era pelirrojo, tenía la cabeza grande, los pies planos y una risa bobalicona y contagiosa. Tenía muchos hermanos. Recuerdo que durante un tiempo –imposible saber cuánto- anduve correteando con él por la zona antigua, por donde él vivía. Una vez me presentó, orgulloso creo recordar, a un chaval peligroso que al parecer había pegado a su padre un día que éste se emborrachó. No creo que felicitara al muchacho y seguro que me quedé rascándome la cabeza, con esa expresión que aún conservo y utilizo cuando quiero decir "¿¡?¡?¡?¿¡?" Ahora comprendo que en ese desconcertante episodio se refleja el estado de abandono en el que se encontraba entonces el casco antiguo, un suburbio de casas bajas en pleno centro histórico. Aunque la familia de G. no tenía nada que ver con ello, al vivir en aquel entorno mi amigo conoció otro mundo y me presentó a uno de sus habitantes. Con los años las cosas han cambiado y el casco antiguo se ha recuperado, convirtiéndose en una tranquila y apreciada zona residencial y desplazando la miseria a alguna otra parte. Al fin y al cabo la marginalidad, como el tamo del polvo, termina acumulándose donde la dejan, moviéndose siempre al ritmo de los escobazos.

Adonde quiero llegar es a la casa de G. Qué manía la mía y qué albañil más feliz habría sido. Era una vivienda unifamiliar construida a escasos cincuenta metros de la catedral, a un paso de la facultad donde el padre de G. daba sus clases y con formidables vistas al impresionante convento de San E. La verdad es que el chalecito estropeaba la vista de la catedral desde la calle San P. y mi padre siempre decía que era una barbaridad que el Ayuntamiento hubiera permitido su construcción. Un disparate urbanístico, sí, pero qué casa, pensaba yo. Creo que no sueño cuando recuerdo que hasta tenía una pequeña piscina. Y muchas habitaciones, porque aquella familia sí que era numerosa en el antiguo sentido de la expresión. Hace bastante tiempo que no paso por allí, pero creo que se derribó la casa y se construyó un pequeño bloque de apartamentos.

Cuando intento saber algo de aquellos amigos del pasado a los que he perdido por completo la pista, pruebo suerte tecleando su nombre y apellidos en un buscador de internet. Con el hijo del dentista obtuve algo, pero de G. no hay ni rastro. ¿Qué habrá sido de aquel entrañable grandullón?

Por si acaso, me cuido de teclear mi propio nombre. No quiero comprobar que no existo.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Si lo sé, no vengo

He hablado de las películas que vi demasiadas veces. En ocasiones pienso en las que vi una sola vez y fue demasiado. En las que si lo sé, no vengo. Me refiero concretamente a esos dramas desgarradores, tragedias de principio a fin que te mantienen angustiado durante casi dos horas y al concluir te dejan salir de la sala arrastrando el alma por la moqueta, mascando un amargo caramelo que te asegura ese desagradable sabor de boca que no se va con enjuagues ni gárgaras, sólo con el tiempo.

No comprendo el encanto del drama nauseabundo. Me es casi imposible apreciar su valor artístico. Salvo un propósito de denuncia que a veces es sólo una excusa, no encuentro utilidad ni interés al reflejo del espanto para contemplarlo con atención y en silencio.

De lo que estoy seguro es de que es más fácil construir el horror. Es una cualidad humana. Si me pregunto por la crueldad, es cerrar los ojos e imaginarme mil formas de ejercerla con el éxito garantizado. Si me pregunto cómo hacer feliz a alguien, la tarea no es tan simple: hay que considerar lo que necesita y en qué medida, y nos asaltan las dudas y no estamos seguros de conseguirlo. Por eso los telediarios son como son, porque los humanos siempre estamos imaginando formas de barbarie. Porque nos resulta más fácil.

Y es que el otro día me acordé de “Requiem por un sueño” y coloqué su tema principal en la caja de al lado. Está basada en una novela que me imagino cerrando según la abriera. Un desasosegante y sórdido drama que no da tregua. El relato del definitivo desplome de cuatro desesperados personajes que recrea con detalle sus golpes con los salientes del barranco durante la caída. Sin piedad.



En el cine de terror, que ya no frecuento, percibo cierto aire lúdico, como esa emoción que supongo –yo no me subo, ni loco— en las atracciones de feria que nos intimidan. Pero el crudo relato de la destrucción humana me desarma. Me cuesta encontrar las razones que pueden llevar a escribirlo primero y a convertirlo en imágenes después. Supongo que no serían muy diferentes de las que me impiden levantarme y marcharme durante la proyección, aunque ahora mismo no sabría explicarlas. Tal vez hipnosis.


P.S.: Por supuesto, lo que verdaderamente deseo es derretirme.

jueves, 6 de septiembre de 2007

No hay manera

La tarjeta del videoclub tenía saldo, había que alquilar algo y ya habíamos visto casi todo. Pero no podía volver a casa sin nada.

Un niño es el protagonista. Algo me decía que no me iba a gustar. Los niños suelen ser mal retratados en el cine, convertidos generalmente en adultos de medio palmo. Tan irreales que es verlos y torcer el gesto. Parece que los guionistas no tienen descendencia ni quieren tenerla.

-Si no hay nada, no cojas por coger.
-Pero es que aquí sentados, en invierno, un sábado por la noche, los pequeños al fin acostados, unas palomitas al microondas...
-A ver qué has traído, tipo de costumbres.

Pues una sorpresa. Un niño absolutamente irreal que inicia la incansable búsqueda de un amor imposible, y que miles de años después, irrealmente, casi lo alcanza durante unas horas fugaces.

No quiero valorar la película. Fue hace unos años y tal vez influyera que los pequeños fueran aún muy pequeños.

-¿Qué te pasa?
-Me he derretido.
-Chico, no hay manera.



A.I. (INTELIGENCIA ARTIFICIAL). 2001

lunes, 3 de septiembre de 2007

Derretirse

Hay que volver a pelearse en los tribunales y sólo quiero derretirme por un momento. Con la venia.

domingo, 2 de septiembre de 2007

Una historia dentro de la historia

Hablando de “Beautiful Girls”. Hay un sorprendente cortometraje dentro de un excelente largometraje.

1ª parte: La presentación – Incomodando – Los celos.




2ª parte: Pooh – C’est la vie.