Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

jueves, 26 de junio de 2008

Voilà!

La solución, claro.

¡Vive!



Hace unos meses recibí una carta alarmante. Sí, aún hay cartas que se manuscriben y se envían en un sobre. La remitía mi viejo amigo A. desde Francia. Estaba desesperado. Seguían los interminables trámites del divorcio y V. se había marchado a vivir con otro cerca de la frontera belga, llevándose a los pequeños, a los que hacía mucho tiempo que no veía. Se le notaba grogui. No quería luchar y había decidido cavar una trinchera en espera de tiempos mejores.

El tono de sus palabras me asustó, y a falta de teléfono y de correo electrónico redacté una carta apresurada y se la envié al día siguiente. Casi tuve que preguntar cómo se hacía. A ver, sí, el sello se pone aquí, ¿o ahí? Estuve intranquilo unos días, esperando alguna respuesta. Al fin llegó: un mamotreto, de ésos que sólo puede tomarse la molestia de escribir un tipo tan obsesivo como A. Dadas las circunstancias ha sido tranquilizador comprobar que sigue siendo el mismo de siempre, inconfundible.

Inconfundible..., he ahí el problema.

Seamos justos: tal vez sea yo el problema inconfundible.

domingo, 22 de junio de 2008

¡Podemos!

Creí haber perdido por completo el interés por el fútbol. Habían quedado atrás aquellos tiempos en que me empapaba de cualquier competición deportiva, casi siempre veraniega, para eludir las obligaciones de la interminable oposición. Me divierte pensar que aquellos siniestros años sirvieron esencialmente para aprender los detalles de las más variopintas disciplinas deportivas. La preparación de las oposiciones duró más de un ciclo olímpico y Barcelona ’92 me pilló de pleno, y el Mundial de Fútbol de Italia en 1990 y el de Estados Unidos de 1994. Y los Tour de Indurain. Cualquier excusa era buena para interrumpir el estudio. Aunque me enfrentaba al temario de aquella manera tan distraída, la concentración podía ser absoluta ante las retransmisiones... Creí que aquella pasión deportiva había terminado, pero ha llegado esta Eurocopa y creo que me estoy poniendo un poco imbécil. Como que creo que podemos.



Puede ser solo cuestión de horas que esté cagándome en las muelas de algo o alguien. Estoy preparado. Pero no puedo evitar la emoción de una expectativa absurda ni quiero dejar de ponerme el grotesco disfraz de forofo. Prometo que no será más que por unos momentos.

Cuando pensaba que sólo se trata de una tontería lúdica, descubro con disgusto en el estupendo blog de Alejandro Gándara que las cosas podrían no ser tan simples. O debemos o queremos o podemos. O somos y por ello debemos, o estamos y por ello queremos, o tenemos y por ello podemos. Suena convincente la elucubración pero soy muy escéptico. Visto con mis ojos, el fútbol es una majadería colectiva, como lo es la gregaria exhibición de colores y banderas. De ninguna manera me parece el lugar adecuado para mostrar lo mejor de nosotros mismos. Y los caracteres nacionales en la Europa de hoy me suenan a viejos y falsos estereotipos.

Reconozco que bien pudiera estar equivocado, pero no quiero pensar en ello. Me conformo con bromas, acertijos y una eurocopa, y me entrego sin más al oé, oé, oé. (Válgame el cielo. No puedo creer que esté diciendo esto. El mísero opositor ha vuelto).

sábado, 21 de junio de 2008

Bromas y acertijos

Llevo unos días –tal vez sean años— en que no estoy para más. Busco bromas que me diviertan y acertijos que me entretengan. Y poco más.

Seguro que es una conclusión exagerada, como suelen ser todas las mías. La cosa es que me he divertido con la última obrita de Eduardo Mendoza, “El asombroso viaje de Pomponio Flato”. Una broma de detectives con el Niño Jesús por medio y un patético precursor del pensamiento científico como entrañable protagonista.



Y también me he divertido con “La habitación de Fermat”, una entretenida peliculita que contiene acertijos. Como éste.



Efectivamente, uno. ¿Cuál?

Y esta mañana he visto televisado buena parte del discurso de José María Aznar en el Congreso que celebra estos días el P.P. No es una broma ni un acertijo. Quería oír lo que el hombre retirado, ya casi un anciano de la tribu, quería echar en cara a su descarriado sucesor. La realización escamoteó lo más interesante desde una perspectiva simplemente humana: la cara de Rajoy durante la reprimenda. Intolerable. He tenido que conformarme con imaginar lo que pasaba por su cabeza.

No, aquello no era una broma ni un acertijo. Así que no sé cómo no estaba haciendo otra cosa. Como recordar bromeando.

martes, 10 de junio de 2008

Taxi driver

Al principio utilizaba mi propio coche. Luego me dijeron que en los asuntos de la aseguradora no dudara en utilizar un taxi para los desplazamientos a los Juzgados, que los gastos se facturaban a la compañía. Luego empecé a utilizar el taxi de José Luis en cualquier desplazamiento y a cargar los gastos al despacho. Como un señor. Más exactamente como un señor en un cochecito de caballos por Sevilla, que es como no puedo dejar de sentirme cuando viajo en taxi por razones de trabajo.

José Luis es un taxista callado al que le gusta la buena música. No sabe hasta qué punto le agradezco ambas cosas. El viaje en el asiento de atrás siempre me deja algo mareado. Y como no quiero darle más vueltas al juicio al que me dirijo, prefiero fijarme en el paisaje. Según qué época y lugar, puede ser un bellísimo espectáculo. Y a menudo suena la música de Ludovico Einaudi, al que no conocía, y por la que prefiero hacer un esfuerzo para no quedarme dormido. A veces, sin conseguirlo.




-Hasta la próxima, José Luis.
-Hasta entonces.

domingo, 8 de junio de 2008

El Sur

También la vi más de una vez. Maldita sea, esto no parece tener fin.

Lo especial del caso es que ésta puede que termine cumpliéndose.

martes, 3 de junio de 2008

Girad, girad, malditos. (Una tarde en la feria)


Qué agradable sería negarse a llevar a los pequeños si no fuera imperdonable. Pero los ojitos lastimeros de los hábiles chantajistas vencen a la tentación del adulto desesperado. Ya en medio del polvo y del ruido, junto a los chocones y a dos pasos de la tómbola ensordecedora uno va comprendiendo. En contra de la insistente impresión de que los cambios sociales se suceden a velocidad de vértigo, hay espacios en los que el tiempo se ha detenido. La feria, esa cosa de provincias que se monta en la fiesta grande local, es uno de ellos. Me parece estar oyendo a mis padres quejarse del precio de los viajes. Como yo. O maldecir el insufrible volumen de la música. Como yo. O lamentarse de que la atracción no dura nada. Como yo. O entrar en una de esas casas de terror o similares, solo para comprobar que, como se temían, aquello es una auténtica mierda pinchada en un palo. Como yo. O no parar de advertir que no se pise ese cable metido en un charco. Como yo.

En realidad, después de los treinta y pico años de los que guardo recuerdo -y del siglo que me imagino- sólo parece haber un cambio significativo: hoy en día los feriantes contratan a rumanos para sus empresas nómadas. No puedo dejar de sentir curiosidad por su vida, de aspecto tan poco romántico como la de aquellos ucranios que montaron un circo en el pueblo y representaron un espectáculo tan deplorable que pensé que necesariamente tenían que saber que lo era.

En fin, niños, ya es tarde. Ya volveremos el año que viene.

Empiezo a deprimirme con solo trescientos sesenta días de antelación.