Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

viernes, 18 de enero de 2008

Parodia

Les había perdido la pista. Culpa mía por no haberlos buscado antes. Los he vuelto a encontrar en la red y me alegra comprobar que siguen en forma.

Parodia y realidad, esos perfectos sinónimos.

miércoles, 16 de enero de 2008

Desiguales oportunidades



Mucho se discute ahora sobre la educación. Por circunstancias personales no he tenido más remedio que empezar a interesarme por el asunto y su debate. No puedo dejar de verlo como uno de los temas sociales que considero más complejos y relevantes, en el que es imposible (al menos, indeseable) generalizar o simplificar, y cuyo diseño conecta directamente, así lo creo, con nuestra visión del ser humano y de la vida que merece la pena vivir.

El otro día leí una interesante reflexión sociológica sobre la cuestión. Me hizo pensar en los hijos de J. La llevo a casa al mediodía y a veces me habla de los tres muchachos y de la pequeña. El mayor ya trabaja en la misma empresa que el padre y lo suyo nunca fueron los estudios. Ahora se enfrenta al reto del examen teórico para obtener el permiso de conducir. Ya lo ha suspendido una vez y la cosa pinta fea. Al segundo, R., sus padres le apremian para que se decida finalmente por un módulo que vaya a concluir. El tercero, I., había suspendido unas cuantas asignaturas en el primer trimestre, para desagradable sorpresa de su madre, que me dice que está en la edad de la tontería y de las chicas. T., la menor, repitió el curso pasado y no ha podido empezar la Secundaria en el colegio concertado que se acaba de inaugurar muy cerca de su casa.

No puedo valorar las aptitudes de cada uno de los cuatro hijos de J., pero sé que, cualesquiera que sean, su humilde hogar y su barrio tienden a asfixiarlas. Y como estoy convencido de que el afán de conocimiento nos humaniza y nos hace más libres, me preocupa que muchos jóvenes no estén en condiciones sociales de recibir estímulos efectivos en tal sentido.

Conviene no olvidar que jugamos con cartas desiguales y que muchos han salido desfavorecidos en el reparto. Me siento un privilegiado y, como me sucede con cualquier otra situación de ventaja, disfrutarla me alivia tanto como me incomoda.

Queda mucho por hacer. Y es ahora cuando pienso en M., la Aviadora, y en todos los que están en primera línea y me tomo algo (suave) a su salud.

jueves, 10 de enero de 2008

Música y prehistoria

En casa había un tocadiscos en el salón. No recuerdo que mis padres lo utilizaran. Había algunos discos pequeños de 45 r.p.m. y además estaban los L.P. de mi hermano mayor. J. era muy aficionado a la música e imponía abusivamente, o así me lo parecía, la autoridad de los seis años que nos separaban. No creo recordar que mis hermanas pugnaran con nosotros por el artefacto, ni me parece que prestaran su apoyo a ninguno de los hermanos siempre enfrentados. Era sólo cosa de dos y yo tenía todas las de perder.

No sé cuándo empezó a darme por la música clásica para fastidio de J. Pero sí sonrío al pensar en los esporádicos pedidos a través de la revista “Discoplay”, y en los envíos contrarreembolso que recogía ilusionado en el sótano del edificio de Correos y en los que gastaba mis pocos ahorros.

Mi padrino R., que vivía unos pisos más arriba, tenía un estupendo equipo de música y una flamante colección de la Deutsche Grammophon. Pero no tenía hijos ni le gustaban los niños, así que no podía permitirme visitarle con frecuencia. No tenía muchas ni buenas alternativas.

Los años han pasado y hoy la tecnología ha puesto la música a nuestro alcance de mil formas distintas, mientras la red nos ofrece un inmenso archivo sonoro. Pero en aquel tiempo, y no ha pasado tanto o eso quiero pensar, disfrutar de la música exigía disputar con escaso éxito a un adolescente mayor que yo el uso de un tocadiscos en un pequeño salón. Y todo para escuchar los mismos y contados discos. No me lo puedo creer.




miércoles, 9 de enero de 2008

El origen (y 3). "Fine del viaggio".


Llegados hasta aquí habrá que terminar, aunque el final se adivina y tal vez sea innecesario entrar en detalles. Si hay algo que me irrita de la Historia es la frecuencia con que reserva un trágico final a quienes más estaban en lo cierto. En eso pienso al releer el final de la novela. A pesar de los muchos años que ya han pasado desde que la leí por primera vez , aún recuerdo que con el final de Di Blasi sentí escalofríos, físicamente.

«Esto no le debe ocurrir a un hombre», pensó y también se dijo que jamás ocurriría un hecho tal en el mundo luminoso de la razón. (La desesperación le hubiese acompañado en sus últimas horas de vida si tan sólo hubiera presentido que, en aquel futuro que veía lleno de luz, pueblos enteros se entregarían a torturar a otros pueblos; que hombres conocedores de la cultura y de la música, ejemplares en el amor a su familia y respetuosos de la vida de los animales, habrían de destruir a millones de otros seres humanos, con método implacable, con una feroz ciencia de la tortura; y que hasta los más directos herederos de la razón habrían de plantear nuevamente la tortura en el mundo: no como elemento del derecho, como al menos ocurría en ese instante en que él la sufría, sino como elemento de la existencia, sin más ni más.)

La plaza estaba casi desierta; sólo se habían acercado los fanáticos, aquellos que al término de la ejecución, tan pronto como eran alejados los cadáveres, solían arrojarse sobre lo que quedaba para apoderarse de unas cuerdas o cualquier otra reliquia del ajusticiamiento que habían presenciado y gozado; luego, a modo de precaución, se fabricarían un homeopático amuleto contra la horca a la que se sentían destinados. Entre los grupos escasos de personas sucias y harapientas, bien vestido, rozagante y peinado, se movía de aquí para allá el doctor Hager. «Esta gente quiere saberlo todo, verlo todo y termina por no ver las cosas esenciales, las cosas que cuentan... En su diario relatará mi decapitación, pero no escribirá una palabra acerca de las causas de mi condena.»

lunes, 7 de enero de 2008

El origen (2). Empieza el “finale”.

La Historia proporciona la sensación de que los finales felices se reservan a la tiranía y a la ignorancia. Concluido un acontecimiento, la mayor parte de las veces el “vivieron-felices-y-comieron-perdices” lo decimos de la opresión y la injusticia. Vivimos en un lugar y en un tiempo tan privilegiados que se nos olvida el tortuoso camino que nos ha llevado hasta aquí.

Di Blasi atravesaba uno de los senderos peligrosos. Y como ha ocurrido con buena parte de los héroes históricos comprometidos con la Razón, fue apresado.

«Los libros, tus libros —se dijo Di Blasi, para reírse de sí mismo, para hacerse daño—. Viejos papeles, viejos pergaminos y tú los habías hecho objeto de una pasión, de una manía... Para esta gente tienen menos valor que para las polillas; las polillas, al menos, se los comen. Tampoco para ti tienen valor ahora, no te servirán más, admitiendo que alguna vez te hayan servido de algo. Que te hayan servido para otra cosa que no sea haberte reducido a esta condición. De cualquier modo, tendrías que haberlos regalado, ahora o dentro de veinte años, a un pariente, a un amigo, a algún criado... Sí, quizá podías habérselos entregado al joven Ortolani, que los ama tanto como tú y tal vez más que tú... No, no más que tú: los ama de modo distinto, con amor de erudito; para él no existe el peligro de ir a dar al sitio al que tú irás a dar. Pero ahora no puedes hacerlo. Estos libros pertenecen al rey contra el cual conspirabas, es decir que pertenecen a los esbirros. Míralos bien, por última vez... Allí están los Opuscoli en los que has escrito acerca de la igualdad de los hombres; allí está la obra de Solís, que te ha hecho soñar con América. Allí, la Enciclopedia: uno, dos tres...» —contó los volúmenes a medida que los esbirros los apilaban—. «Ariosto: Oh gran contrasto in giovenil pensiero, / Desir de aude et impeto d'amore. (Oh, qué contraste en la mente juvenil: ¡deseo de gloria e ímpetu de amor!) Pero estos versos no, estos versos, no... Aquí llega Diderot, cinco volúmenes, Londres, 1773.» Estiró el pie hacia la pila más cercana para hacerla caer. Damiani, que no le perdía de vista aunque continuase leyendo las cartas que sacaba de las gavetas, se alarmó, lleno de desconfianza. Dio orden a los esbirros para que revisaran, página por página, los libros que Di Blasi había hecho caer. «Idiota —pensó Di Blasi—, ¿no comprendes que he comenzado a morir?»

domingo, 6 de enero de 2008

Asuntos pendientes

Los veo cada vez que me acuesto. Se acumulan y no puedo evitarlo. Los dejo a medias pero no quiero retirarlos por si alguna vez me animo a proseguir alguno. No soy capaz de terminar nada, aunque no pierdo la esperanza. He estado pensando en si significa algo especial o si son tan solo mis naturales inconstancia e impaciencia. Prefiero creer que son lo segundo. Si fuera lo primero, debería reconocer que estoy demasiado insatisfecho, que busco y no encuentro. Y no me agrada la idea.


viernes, 4 de enero de 2008

El origen (1)


Me había olvidado de dónde vengo. Es imperdonable. Llevo varios meses sin acordarme ni por un momento del porqué de mi nombre.

Debo mi existencia a Di Blasi. Un abogado en la Sicilia del siglo XVIII deslumbrado por el brillo de la Ilustración. En la profesión y el deslumbramiento se acabó, tristemente, el parecido con mi héroe. Me sigue maravillando aquel momento histórico en el que el pensamiento racional dio un paso definitivo. Iniciado el camino en la Grecia clásica, aún les faltaba algo decisivo a aquellas inquisitivas mentes de la Antigüedad en su indagación sobre la naturaleza humana. Sorprendentemente capaces de especular agudamente sobre la condición natural común a todos los individuos, aquellos pioneros del conocimiento estaban, sin embargo, dispuestos a vivir en una sociedad esclavista sin cuestionarla. No sé qué verían aquellos perspicaces observadores en los esclavos que tenían delante. No hay duda de que faltaba algo al pensamiento racional, sí. Era la empatía o como queramos llamarla. Llegaría unos siglos después, con las luces de la Ilustración, aunque en cantidad global insuficiente. Por eso seguimos así ahora, todavía con una incómoda sensación de penumbra.

—¿Y cuál es la diferencia entre vos y aquellos hombres que están allí abajo? —preguntó Di Blasi, señalando unos pescadores que remendaban redes, mientras las mantenían tensas con los dedos de los pies.
—¿No la advertís por vos mismo?
—No logro ver esa diferencia. Veo igualdad. Sólo ocurre que nosotros estamos aquí, ociosos, gozando del fresco, bien vestidos, bien peinados y ellos trabajan.
—¿Y eso no os parece importante?
—Nada importante. A menos que quisierais analizar el asunto con relación a la justicia. En ese caso, reconoceré que entre nosotros y ellos existen gravísimas y vergonzosas diferencias... Quiero decir que son vergonzosas para nosotros... Pero entre su esencia de hombres y nuestra esencia de hombres no existe ninguna diferencia: esos pescadores son hombres como vos y como yo... Dejad que desaparezcan aquellos horrendos conceptos de mío y tuyo...
—¿Y qué sería yo sin lo mío?


(“El Archivo de Egipto”. Leonardo Sciascia. )

miércoles, 2 de enero de 2008

La "perspectiva Voyager"

No soy de la generación de internet. La mía es la de la televisión. He ido comprobando que me ha dejado huellas y que puedo rastrearlas. La serie “Cosmos”, envuelta en la música de Vangelis, es una de ellas y sigue siendo tan recomendable hoy como entonces, hace ya casi treinta años. Esto enlaza con mi deuda con la divulgación científica y con la figura del singular astrónomo que fue Carl Sagan. El caso es que buscando en la red me topé con esto:



Aunque ya había visto antes la breve secuencia, tengo la impresión de que es un mensaje que nunca escucharemos suficiente número de veces. También reconozco que la perspectiva a ras del suelo es inevitable y necesaria, de forma que todo sería cuestión de una hábil y compleja alternancia que me confieso incapaz de dominar.

Como sospecho que no lo hago tanto como debiera, voy a tomar distancia con más frecuencia y más a lo lejos, agarrado a la Voyager más allá del sistema solar. Es mi propósito de año nuevo.