Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

viernes, 21 de diciembre de 2007

¿Cómo no?

Al principio no quería hacerlo. Mi Scrooge interior casi me había convencido. Me decía que no fuera bobalicón, que lo dejara estar, que marchara estos días sin dejar más rastros del tontaina que también llevo dentro y al que tiene que soportar. Pero al final me he dicho que no puedo dejarlo, que es el momento, que debo hacerlo sin importarme la dosis de edulcorante, que ¡paparruchas!




Así que sí, que Feliz Navidad y ojito con los empachos y los espumosos. Y que viva el cine, especialmente si no tiene que ver con la Navidad.

P.D.: y para aquellos que no merecen buenos deseos, que son pocos y no los trato pero en el mundo haylos, su ración:



Nos hablamos en el 2008, vaya que sí.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

¿Bronca inteligente?

Lo he oído varias veces de boca de personas agudas y racionales: les gusta el debate directo y con mandobles. Sin perder las formas, les va la marcha y disfrutan con la excitación de la gresca. Cuestión de temperamento. O es que así es más estimulante la discusión de las ideas.

Me parece muy bien. Lo practican personajes a los que respeto verdaderamente y de los que no espero que cambien ni realmente lo deseo. Pero desconfío del mandoble, un golpe que por definición no es preciso, aunque a veces –con frecuencia incluso si las manos son especialmente hábiles— dé en el blanco. Y también desconfío de la excitación, aunque sea comprensible y en ciertas condiciones, inevitable, porque puede poner en alerta los sentidos, pero no mejora el raciocinio sino que lo entorpece.

Es una desconfianza que nace de la experiencia. He fallado tantas veces y sigo haciéndolo, que cada vez soy más cauteloso. La evidencia de mis errores me lleva a desconfiar de mis opiniones desde el momento en que las concibo. La ingrata experiencia de tener que disculparme frente a otros o de arrepentirme de algo que he dicho o hecho, me impulsa a esforzarme por tener que hacerlo el menor número de veces posible en el futuro. En resumen: he hecho demasiadas veces el gilipollas, madre.



A lo que iba. Intuyo que el ardor intelectual tiene que ver con el orgullo, ese escurridizo defecto que nos esclaviza como pocos. Así que concluyo que la bronca, aunque pueda ser divertida, no es inteligente, ensucia la inteligencia y hace perder el tiempo a los inteligentes que la emplean, que pasan a serlo menos.

Por supuesto, puedo estar equivocado.

sábado, 15 de diciembre de 2007

Juramento

Art. 93 de la Contitución Argentina de 1994: "Al tomar posesión de su cargo el Presidente y vicepresidente prestarán juramento en manos del Presidente del Senado y ante el Congreso reunido en asamblea, respetando sus creencias religiosas, de: "Desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo de Presidente (o vicepresidente) de la Nación y observar y hacer observar fielmente la Constitución de la Nación Argentina".

Hace unos días se puso de nuevo en práctica.

“Yo, Cristina Fernández de Kirchner, juro por Dios, la Patria y sobre los Santos Evangelios, desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo de Presidenta de la Nación y observar y hacer observar fielmente la Constitución de la Nación Argentina. Si así no lo hiciere, que Dios y la Patria me lo demanden”.





Sé que es un acto protocolario y desconozco cómo se desenvolvieron los anteriores, pero, ¡rediós!, tanta patria y tanto santo evangelio..., con lo bien que quedaría un poco de Razón.

En fin, deseo buena suerte a mis congéneres argentinos en este nuevo periodo político. Espero por su bien que sólo se trate de protocolo.

Quería llegar a que no tengo la responsabilidad de un Presidente de la Nación, pero cargo con ciertos deberes, ya lo creo. Y ha sido ver a la Sra. Fernández y me han entrado ganas de ponerme solemne. Me levanto, alzo la mano derecha y lo suelto: "Prometo cumplir fielmente con mis ciertos deberes y si no lo hiciere, que es probable y hasta ya ha sucedido, que los gremlins me lo demanden".

sábado, 8 de diciembre de 2007

miércoles, 5 de diciembre de 2007

De civilizaciones antiguas y sonrisas francas

Asomado a la política internacional como un simple y asombrado ciudadano del mundo, reconozco que me es difícil encontrar el tono adecuado ante ciertas realidades. Creo que afrontarlas de forma seria exige contemplarlas de vez en cuando a través del humor más absurdo posible. Se ven mejor.




Agradecido a Joaquín Reyes & Co.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Una especie de pesimismo

Los humanos somos un resultado de un proceso de aluvión y me ha dado por pensar que resulta problemático. En varios sentidos la evolución se manifiesta en nuevas estructuras biológicas que se depositan sobre las antiguas. Así que es rascar la última capa superficial y aparece el viejo sedimento que creíamos desaparecido. Es crear las condiciones propicias y aflora en nosotros el cerebro de reptil que olvidamos que allí continúa. Eso hace que el progreso sea tortuoso y la experiencia invita a pensar que con el tiempo no somos necesariamente mejores, sino que tan solo tenemos más pasado, un cerebro con más capas, mejores oportunidades que solemos desperdiciar o quizá nada más que nuevas habilidades para ser los cocodrilos más despiadados.

Esto va por días. Hoy me ha dado por pensar que somos un especie que ha creado falsas expectativas. Sé que pasado mañana seré más objetivo y encontraré motivos para el optimismo. Pero de momento, ¿qué pensar del afán generalizado de los humanos por marcar territorio como gatos orinando por los rincones? Sólo es un ejemplo y no el más grave.

Hoy por hoy y en lo que a mí respecta, somos éste



Tal vez no lo parezca, pero seguimos llevando esa mirada entre alerta y asustada, ese gesto tenso del que apuesta todo por la supervivencia y sabe que a cada momento se la juega. Aparentamos no verlo, pero aquél es el aspecto que tenemos cuando nos damos los buenos días.

En fin, hoy por hoy y hasta pasado mañana, sueño con el advenimiento de las máquinas, de un mesías robótico.



Voy a rezarle un poquito.



P.S.: soy un iluso. Acabaremos peleándonos también por las benditas máquinas.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Inclasificable

Hay muchos aspectos irritantes en el actual debate político. Uno de ellos es la obsesiva práctica de la taxonomía con más que discutible rigor. Como se concede la mayor importancia a la supuesta categoría a la que cada cual pertenece, se comprende que haya que apresurarse por asignarla. Suele practicarse con los demás aunque también es común que se disfrute con la categorización de uno mismo. Antes de valorar lo que alguien hace o dice hay que mencionar la rama en la que debe colocársele y en general con eso ya está todo dicho. Y si uno tiene que presentarse, nada como decir cuál es su familia, género y especie.

Las cualidades de cada especie varían según el taxonomista de turno. La categoría de “los que están siempre en lo cierto” a veces es la de unos y a veces es la de otros, tiene un nombre científico u otro. Según se mire, es decir, según quien haga la necesaria clasificación. El asunto es confuso y pese a los debates no hay avances.

No niego que en un análisis político riguroso se puedan hacer clasificaciones, pero me estoy refiriendo a la genérica y estéril división de los sujetos políticos en tres o cuatro (las más de las veces, ¡dos!) grupos que al parecer los definen suficientemente. Eso del espectro político y las dos o tres coordenadas donde uno debe necesariamente encontrarse, dicen que a mucha honra.

Pues muy bien pero yo a lo mío. Como siempre, me interesan fundamentalmente los individuos y no puedo considerarlos como simples miembros de una determinada subespecie o habitantes de un único punto del espacio político. Por eso asocio el buen político al que se define por su inteligencia y su carácter, se resiste a ser clasificado (o ubicado) y provoca la disputa entre los taxonomistas de turno. He comprobado también que el político que despierta instintivamente mi simpatía tampoco gusta de clasificar a los demás con las rudimentarias categorías al uso.

Esta vaguedades en realidad tratan del estúpido uso del prejuicio en la política y, en oposición, de la relevante contribución a la vida institucional y política de ciertos individuos con suficiente amplitud de miras. Estoy hablando de la independencia personal y a cuento del anuncio de su retirada de la vida política hecho por Manuel Marín, Presidente del Congreso de los Diputados, que no puedo dejar de ver como una pérdida de lo que menos abunda y precisamente cuando más falta hace.


La vida política apenas me brinda estas ocasiones de reconocimiento, así que la aprovecho: me quito gustosamente el sombrero ante el Sr. Marín y le deseo buena suerte.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Il Gattopardo

“Un pastelón decadente que ya no resiste el tiempo”. Tiene razón Manuel Vicent en su interesante artículo sobre Giuseppe Tomasi di Lampedusa cuando habla de la película de Visconti.

El que me sigue intrigando es el intérprete. Concretamente el viaje de Burt Lancaster, una estrella de Hollywood, por la melancólica Europa de Visconti, con quien también rodó “Confidencias”, película que recuerdo haber visto con cierto desasosiego en un lejanísimo ciclo.

Tengo la impresión de que Burt Lancaster, a diferencia de alguna de sus películas, no ha caducado.

martes, 6 de noviembre de 2007

Diarios. Escenas de un puente

He logrado escaparme un instante para dar una vuelta por la feria del libro antiguo y de ocasión. La plaza está cerca de la casa y llego en un instante. Empiezo por..., pinto, pinto..., la izquierda. Nada más empezar oigo un acordeón. No me había fijado en el escenario que habían colocado en mitad de la plaza. Comienza un pequeño concierto. Voy pasando por las casetas, con el cuello en esquerzo leyendo los lomos de los libros. Alguien debería pensar en otra forma de exponer la mercancía que haga más cómodo el recorrido. Pero aunque estoy algo mareado por la lectura rápida de títulos que se repiten y el cuello va camino de la contractura, me demoro en el ambiente creado por el trío. Ya no sé si visito la feria o escucho el concierto. Jazz-folk o algo así porque no entiendo. Y esto le va a encantar a J.: "El Gran Libro del Porqué de las Cosas". Pero soy yo el que más lo necesita.

***

Debemos ir a un triste funeral. Los pequeños, M. y yo nos quedamos al fondo de la iglesia, muy concurrida. Una mujer mayor llega después y nos pide a gritos que nos movamos para dejarle sitio. Cuando lo hemos hecho nos da las gracias también a gritos. Para compensar, le respondo “de nada” sólo moviendo los labios. Los cuatro nos miramos y casi no podemos contener la risa. Comienza la ceremonia. Como he venido voluntariamente decido seguir el ritual todo lo fielmente que recuerdo. Compruebo que aún retengo la mayor parte de la monserga. Cuando llega el momento de “darse la paz” se forma un pequeño lío. Los del banco de adelante se dan la vuelta, varias manos se ofrecen a la vez, hay que organizarse y la anciana dice de buen humor y a gritos algo que no se entiende. Luego llega la comunión y de los altavoces sale una alegre cancioncilla que dice algo así como yo-soy-el-pastor-de-las-ovejas. Por el ritmillo me parece la banda sonora perfecta para los dibujos de Lucky Luke. M. (madre) me dice burlona que la grabe para ponerla después en el coche. Con el silencio sólo roto por la canción y el panorama de cabezas canosas que tengo delante me parece estar en un espectáculo infantil presenciado por ancianos. En eso ha quedado la religión oficial.

Al finalizar la misa otro sacerdote toma la palabra y algo dice de una novena. Nos tememos lo peor, pero el asunto finaliza tras unos padrenuestros. A la altura de la segunda oración veo a la pequeña M. que está resoplando. Me hago cargo. Ya a punto de salir J. me dice que no se ha enterado de mucho. Yo tampoco. Y que lo que más le ha gustado ha sido lo de la paz. Creo que lleva razón.

martes, 30 de octubre de 2007

Genética aplicada



Cuando nació J. no quise que se llamase como yo. Deseaba que fuera muy diferente. “Pero si es seguro que será diferente”. "Supongo que sí, pero quiero que empiece a serlo por el nombre". Han pasado ocho años y mi empeño ha sido inútil. J. me recuerda enormemente a mí mismo y muy especialmente a la idea que tengo de lo que yo era cuando niño. Cuando le veo enfurruñado, irritado sin remedio, superado por algún contratiempo, incapaz de dar el pequeño paso atrás que le saque del callejón sin salida, veo al niño que yo era. Es entonces cuando tengo que intervenir en la pelea que J. sostiene consigo mismo, a ver si la gana y el enfado se disipa. Cuando todo pasa no quiere hablar de ello y súbitamente se comporta como un adulto. Tiene un gran corazón, sabe cuidar de sus sobrinos más pequeños y se preocupa de forma muy poco infantil por los más débiles. En esto y otras cosas es mucho mejor que yo y disfruto con la bendita diferencia.

La pequeña M. es caso aparte y me tiene desconcertado. “Pero esta niña tan guapa, ¿de quién son esos ojos verdes?” “Eso querría saber yo”. Sabe disfrutar de cada oportunidad que le brinda la vida. Siempre tiene claro lo que quiere y cómo conseguirlo, o cuándo no podrá obtenerlo y no merece la pena insistir ni disgustarse. Y es una de las personas más observadoras que conozco. Es traviesa como su madre pero ella también está sorprendida. Forma con su hermano una extraña pareja. A pesar de que casi son inseperables, J. está condenado a sentir celos de M. y rabia por resultarle a ella todo tan sencillo y a él, pobriño, tan complicado.

En fin, me estoy desviando. No pretendía presumir de ellos aunque reconozco que me resulta difícil no hacerlo. Tan solo quería hablar sobre el llamativo rastro genético que puedo seguir en J. y en la absurda esperanza que albergaba de no encontrarlo. Inevitablemente he terminado hablando del asombroso espectáculo natural que ofrece el rápido desarrollo de unos seres que, aunque tienen elementos biológicos esenciales en común con uno, son necesariamente ellos mismos y sólo ellos. Ya definidos y aún una incógnita. Protagonistas de una historia recién empezada que no pienso perderme, al menos hasta donde alcance a seguirla. Voy por las palomitas.

jueves, 25 de octubre de 2007

El pianista

La escena me pareció una impecable representación de la belleza en mitad de la desolación. O de cómo la barbarie destruye lo mejor de nosotros mismos, una y otra vez.

La escena también representa el momento en el que nos damos cuenta y es demasiado tarde.

Y además es Chopin y soy un romántico.

domingo, 21 de octubre de 2007

Los amigos de Peter

Por muchas razones, una interesante comedia con toques de melodrama. A quien la haya visto seguramente no necesito explicar por qué; a quien no, le recomiendo que la vea. Ha envejecido muy dignamente pero al volver a verla recientemente me han llamado la atención un par de detalles que tienen que ver con el paso del tiempo.

Al principio de la película se proyectan imágenes de acontecimientos ocurridos entre 1982 y 1992. Los personajes históricos que aparecen debieran resultarme simplemente familiares y sin embargo me parecen lejanísimos. No es que haya transcurrido mucho tiempo, es más bien lo rápido que ha pasado. Vivimos en plena aceleración histórica y lo pasado es en seguida remoto.

El segundo detalle ha sido el reencuentro con la estupenda banda sonora en absoluto original, compuesta de éxitos de los ´80. “Everybody Wants To Rule The World” (Tears for Fears), “You´re My Best Friend” (Queen), “Girls Just Want To Have Fun” (Cindy Loper), “Hungry Heart” (Bruce Springsteen), “Don´t Get Me Wrong” (The Pretenders) y otras. No soy mitómano y sé que buena música ha existido siempre, es sólo que aquélla enlaza especialmente con mi vida, al menos con una parte importante de ella.

La música... No quiero indagar en la misteriosa naturaleza de esa vibración armoniosa que excita nuestro cerebro. Hoy sólo quiero escucharla y felicitarme por vivir en esta época en la está tan a nuestro alcance esa variadísima e inagotable fuente de placer.





Sí, puede decirse que aparece el Dr. House con gafas de pasta y sin aparentes problemas en la pierna.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Los otros



Proliferan los blogs, oí que se decía. La gente necesita hablar en voz alta, pensé. Un día de estos tendré que ponerme al día en lo que está sucediendo, me dije. Así que empecé a leer asiduamente algunos blogs de personajes conocidos. Como ya dije en otra ocasión, a través de uno de ellos llegué al de las antípodas y a su absorbente relato. Nacieron entonces mis ganas de sumarme a la corriente de voces.

Hubo un tiempo en que escribí un diario que al final destruí. De eso hace ya muchos años. Sentí que con el blog recuperaba aquella costumbre. Desde mi anonimato el nuevo diario sería aparentemente público, pero sabía y sé que es realmente tan secreto como aquél que escribí a mano.

En las antípodas conocí a Lucía y a Pablo. Visité sus casas, me gustaron y se lo dije. Así son las formas en este mundo tan agradablemente (casi siempre) cortés. De Lucía me gustó mucho su análisis de una serie de televisión que sólo conocía de oídas y de la que luego algo llegué a ver. Y después he tenido ocasión de agradecer sus exposiciones de filosofía política o sus historias de Cuba. Con Pablo volví a disfrutar de las frases largas que a mí me resultan tan esquivas. Tal vez mi viejo pasado de opositor se revolvió en el cerebro provocando una natural afinidad. Aprecio muy sinceramente el esclarecido análisis de la realidad política que los dos realizan. En contra de mi cargante tendencia, me resulta difícil contradecirles sensatamente en nada. A partir de ellos, claro, he saltado hasta otros. Todos ellos forman un interesante grupo de debate al que me gusta asistir, generalmente como oyente.

A través de Lucía conocí a Nootka y a su algo indefinible que me gusta. Estoy en deuda con ella por avivar mi lado más gamberro.

Aunque le he dedicado un buen rato a la tarea, no recuerdo cómo tropecé con la Aviadora de Metal. Una gata huraña que hasta el momento no me ha lanzado ningún zarpazo, demostrando que, o bien no lo es tanto, o tengo el poder de amansar a las fieras, algo que, ahora que lo pienso, me sucede (bien, a veces no) en la vida real. Es mi “signorina” y no se me ocurre otra forma de resumir todo lo importante que ella es. Ha sido el más poderoso estímulo para seguir aquí y me ha obligado a prestar atención a la poesía. A partir de ella también he podido llegar hasta personas sumamente interesantes, otras amantes de la poesía y la literatura.

Precisamente a través de la Aviadora conocí a Daniel, un tipo esencialmente lúcido e imaginativo. Eso lo hace singular y, por ello, inclasificable. Y a partir de Daniel también he podido saltar a otros lugares también interesantes. Si tuviera tiempo para explorarlos suficientemente me permitirían saltar a otros y a otros y a otros…

Pero hay un límite, aunque no sé exactamente dónde. Y una vida real que consume la mayor parte de nuestro tiempo y está bien que así sea. Tampoco quiero decir que ésta sea irreal, que no lo es, pero aún me parece experimental. En cualquier caso quería detenerme un instante y hacer balance de estos meses. No tengo ninguna duda: es excelente. Y no tanto porque me haya permitido descubrir ciertos aspectos de mí mismo, sino porque me ha permitido conocer a los otros.

Con su permiso me quedaré por aquí, entre ustedes, quién sabe hasta cuándo. Es un placer.

La vida es bella.

jueves, 11 de octubre de 2007

Juego de disfraces con nación al fondo

Vuelvo brevemente a la política de la mano de la nación, ese tema tan recurrente.



La escena me surgiere dos cosas.

1.- La política ofrece buenas oportunidades de jugar a los disfraces. Rajoy quiso disfrazarse por un momento de presidente de una república que no existe o de jefe del gobierno, ese papel que parece resistírsele. Tuvo la suerte de poder hacer casi realidad sus sueños.

2.- Me quedan resonando en la cabeza varias palabras: nación, orgullo, símbolo, corazón, cabeza alta, sentimiento. Prefiero resumirlo: orgullo patriótico. Un concepto que se mueve entre lo inocuo y lo peligrosísimo, y por ello siempre innecesario y desaconsejable.

No puedo evitar volver siempre a lo mismo. Camino con la cabeza agachada porque creo que así se piensa mejor y se ve en realidad más lejos. Prescindo de los símbolos, salvo los matemáticos o los químicos. Sobre lo que nos une me interesan los rasgos humanos comunes y universales, poco o nada los artificios territoriales. Y cierro los ojos y me imagino cómo sería un mundo sin patrias ni orgullos nacionales. Nadie en su sano juicio y con mínimas nociones de Historia podría negarlo: sería incomparablemente mejor.

También voy a disfrazarme. Concretamente de Rajoy disfrazándose de presidente del gobierno. De esa guisa me despediría diciendo: “Feliz día del apátrida o, si lo prefieren, feliz patria interior porque no debe haber otra”. (Sonrío plácidamente al escuchar al fondo el grito desesperado del jefe de campaña:"¡Corten! ¡Corten! ¡¿Se ha vuelto loco?!").

Y ya sin disfraz lo digo: ¡feliz viernes festivo, qué carajo! Que cada cual lo disfrute a su modo.

domingo, 7 de octubre de 2007

Sin referencias



1.- Creo que soy noruego. Al menos trabajo como camarero en un restaurante noruego o en Noruega. Es pequeño, con sólo seis mesas. Soy feliz con mi bandeja. La dueña es una mujer japonesa mayor que yo. Me dice que la siga y llegamos a un almacén oscuro a través de una puerta disimulada en el baño. Allí abre una botella de vino y se marcha. Yo me quedo tomando un gin-tonic. Al cabo de un rato vuelve y me dice que ya se ha ocupado ella de atender las mesas. Y después entran los clientes en el almacén y pasan a otro comedor contiguo. Podré ocuparme de servirles la cena.

2.- Algunas parejas de amigos vamos por una calle peatonal en busca de un bar donde tomar algo. Llegamos hasta la puerta de un local y nos damos cuenta de que ése no es el que buscamos, que está en el otro extremo de la calle. Vuelta atrás. En el trayecto de regreso veo cómo una amiga pediatra corre con una niña en brazos. La lleva hasta un puesto de socorro en la misma calle y empieza a realizar maniobras de reanimación. La niña se incorpora llorosa: sólo estaba dormida.

Al final encontramos el local y entramos en él. Hay varios clientes y todos están en un completo silencio que rompemos ruidosamente los recién llegados. Intento hablar en voz baja, pensando que molesto. Una pareja sentada en una mesa al lado nos pide que les dejemos oír la televisión que está encendida. Les digo que deben comprender que se hable en el establecimiento. Parecen entenderlo.

3.- Voy al hospital para informarme del resultado de los análisis de ella. Me siento al lado de la médico. Los resultados han sido buenos. La médico me dice que ha hablado mucho con ella, refiriéndose a temas personales. Y que debemos cuidarla, sea quien sea el que finalmente lo haga: yo o el otro, su mejor amigo. La médico rompe a llorar y se marcha.

Hacía tiempo que no recordaba los sueños. El otro día, sin embargo, al despertar recordé esos tres. Me llamaron la atención y apunté unas palabras en una hoja para no olvidarlos. Creo recordar que siendo más joven prestaba atención a mis sueños y que encontraba en ellos referencias a sucesos o sentimientos. A lo mejor no era tan simple, pero lo cierto es que en esos tres últimos sueños sólo me explico la presencia de la señora japonesa. Para lo demás no tengo ninguna referencia, ni para los lugares ni las personas.

La verdad es que no me interesan demasiado los sueños. No sé hasta qué punto me equivoco, pero los considero simples juegos cerebrales involuntarios que no están llamados a tener necesariamente sentido, y que cuando lo tienen nada dicen que nuestra consciencia no sepa o pueda saber. Prefiero la vigilia porque en ella opera la razón y no me interesa indagar en un hipotético inconsciente.

Ahora bien, como me gusta que me cuenten historias, no dejan de sorprenderme gratamente esos momentos en los que yo mismo me cuento algunas de las que nada sé.

miércoles, 3 de octubre de 2007

De malos malísimos



Además de provocarme una amplia sonrisa, esta travesura de Daniel me hizo pensar. Tantas veces constatando la mayor complejidad y atractivo de los personajes malvados de las historias, que simplemente había concluido que eran mejores que esos buenos que casi siempre terminan ganando. Ahora tocaba encontrar algún momento para intentar indagar el porqué.

Fue volviendo a recoger el coche cuando me pareció verlo algo claro. A punto de golpearme con la farola que advertí en el último momento, comprendí que es fundamentalmente una cuestión de proximidad.

Para simplificar la cuestión sirve acudir a viejos personajes de una antigua historia. Me refiero al diablo y a los ángeles y a su extrema representación del bien y el mal. Si nos fijamos en ellos comprobamos que Satanás es uno de los nuestros, intuimos que nos comprende y a su vez le conocemos muy bien. Por eso no nos cuesta describirlo, porque es en buena medida real. El ángel, por el contrario, es un ser completamente irreal. Si parece desdibujado, sin perfiles precisos, es porque no lo conocemos, tan distinto como es a nosotros.

Puede aplicarse a la mayoría de los personajes más o menos simplificadoramente malvados y bondadosos que ha creado la imaginación humana. En los malos siempre reconocemos la ambición, la frustración, el rencor, la deslealtad o el egoísmo con los que estamos tan familiarizados. Nos gustan las caricaturas y el malvado suele ser una de nosotros mismos. Pero el bueno..., realmente nos resulta ajeno y por eso su victoria muchas veces nos parece la de otro. ¿Quién no ha tomado cariño más de una vez a algún malvado, indignándose por la suerte final que le depara la historia?

Moraleja: los buenos sólo dejarán de ser ocasionalmente indigestos cuando los humanos seamos mejores.

jueves, 27 de septiembre de 2007

La vida secreta de las palabras

Una mujer en el límite del máximo dolor y en una casi completa incomunicación. Una de las películas más bellamente desgarradoras que recuerdo haber visto.

Me acordé de ella rebuscando en la memoria la imagen de algún digno friki en el cine.




También recordé que, como un pequeño respiro, agradecí el breve juego de incomunicación en un columpio.



Coixet, genial rara avis.

martes, 25 de septiembre de 2007

La importancia de llamarse friki

Nunca he coleccionado nada. Mi interés por algo en concreto nunca es duradero. Me intereso por las cosas según tropiezo con ellas. Ando de aquí para allá sin apenas poder detenerme más que un breve momento en los millones de detalles del mundo que me atraen. Si fuera un niño la psicóloga escolar me habría diagnosticado algún grave déficit de atención y mis padres estarían preocupados. También a veces cierro los ojos para disfrutar de la sensación de que nada me interesa. Oscilo entre el todo y la nada.

Así que no, no soy un friki. No puedo serlo por falta de cualidades, por mi natural dispersión. Pero no presumo de ello. Quería mostrar mi sincero y profundo respeto por los frikis de este mundo. Porque detrás de cualquier catálogo detallado y análisis exhaustivo de algún tema de interés hay un bendito friki. No sólo se dedican a “Star Wars”, no, eso era antes, hace cinco lejanísimos años. Ahora hay comunidad friki para cualquier cosa y satisfago mi curiosidad gracias a su esfuerzo. Bien mirado, el friki de hoy es el colaborador de los enciclopedistas de hace doscientos cincuenta años. A quien quiera despreciarlos le recuerdo que Charles Darwin estudió los percebes como un auténtico friki de los crustáceos cirrópodos.

El Día del Orgullo Friki se celebró el pasado 27 de mayo. Estuvo muy bien traído. Aquí dejo mi pequeño homenaje y recordatorio. Se lo robo a los que editan el mejor telediario que conozco.

sábado, 22 de septiembre de 2007

El Mayo francés

No tendría ni dos años y por aquel entonces daba literalmente mis primeros pasos en Oviedo. Yo, por mi edad y España, por su desgraciada Historia, estábamos casi al margen de todo, también de aquella primavera.

Las convulsiones sociales surgen de forma insospechada, ganan energía de manera caprichosa y son tan impredecibles e inestables como una atmósfera variable. Pero el caos seduce a los humanos muy brevemente y la tormenta siempre se disipa.

De aquel fenómeno me interesa un aspecto, una afinidad personal que he descubierto ya tarde. Hace relativamente poco tiempo comprobé que si me detenía, si dejaba a un lado mis quehaceres habituales y me tomaba un tiempo para observar la vida, la mía y la de otros, podía ver una maquinaria chirriante y defectuosa. Si nos paramos y guardamos silencio, podemos oír claramente el insoportable ruido de piezas mal encajadas y peor engrasadas. Los humanos no tenemos habilidad ni determinación para desmontar el dispositivo, diseñar otro brillantemente y levantarlo en coordinado esfuerzo. Sólo creo en los pequeños cambios, en los minúsculos pasos en la buena dirección. Y el primero consiste en tomar conciencia de que vivimos bajo un chirrido insufrible que nos negamos a escuchar. Por eso aburro a quien cojo por banda sobre el despropósito de muchos aspectos de nuestra organización social. Me complace comprobar que nadie me lo ha negado rotundamente, demostrándome que todos podemos oír el ruido si le prestamos una mínima atención.

A lo que iba. En aquel Mayo muchas conciencias despertaron al unísono. Luego se apagaron. Pero en mitad de aquel disparate, de aquel laberinto de intereses incluso contradictorios, lo que me interesa es que por un instante muchos se pararon a escuchar el ruido de la renqueante maquinaria social. Sólo me interesa ese breve momento. Aunque después no se supiera qué hacer con él, aunque le siguiera un irracional deseo de destrucción y aunque no hubiera ningún buen plan alternativo -¿qué revolución lo tiene?-, me parece que en cierta manera fue un instante de lucidez colectiva. Debiéramos seguir ejercitándola pacíficamente.




"Milou en Mayo" (1990)


“Mientras tanto, ¿vamos a dormir?”

viernes, 21 de septiembre de 2007

Tío Vania y el cambio climático



Me gustaba leer obras de teatro, aunque de eso hace ya mucho tiempo. El teatro es un arte que nunca me ha decepcionado. Es cierto que desde la periferia no he tenido muchas oportunidades de disfrutarlo, pero también me reprocho no haberlas buscado suficientemente. El caso es que el otro día me puse a leer de nuevo algo de teatro.

"ELENA ANDREEVNA (a Astrov).- Es usted todavía joven. Representa usted tener treinta y seis o treinta y siete años, y la cosa, seguramente, no es tan interesante como dice. ¡Bosques, bosques y bosques siempre!... ¡Se me figura que es muy monótono!
SONIA.- No... Es muy interesante. Mijail Lvovich, todos los años planta nuevos bosques, y ya ha sido premiado con una medalla de bronce y un diploma. Se preocupa también de que los viejos bosques no se pierdan. Si le oye usted, acabará siendo de su opinión... Dice que los bosques adornan la tierra y enseñan al hombre a penetrar en sus maravillas, inspirándole grandeza de ánimo... Que los bosques dulcifican la severidad del clima y que en los países donde este es más benigno, se consumen menos fuerzas en la lucha con la naturaleza, por lo que el hombre allí es más suave y más tierno. Allí -dice- la gente es bella, flexible, fácil a la sensibilidad. Su lenguaje es fino, sus movimientos gráciles, florecen sus ciencias y su arte; su filosofía no es sombría, y su relación hacia la mujer está impregnada de una gran nobleza.
VOINITZKII (riendo). - ¡Bravo, bravo!... ¡Todo eso resulta grato, pero nada conveniente!... Por tanto... (A Astrov.) Permíteme, amigo mío, que continúe encendiendo mis estufas con leña y construyendo mis cobertizos de madera.
ASTROV.- Podrías encender tus estufas con turba y construir los cobertizos de piedra; pero, bueno..., admito que se corten por necesidad, pero destruirlos... ¿por qué? Los bosques rusos crujen bajo el hacha, perecen millones de árboles, se vacían las moradas de los animales y de los pájaros, los ríos pierden profundidad y se secan; desaparecen, para nunca volver, paisajes maravillosos, y todo porque el hombre, perezoso, carece del sentido que le haría agacharse y extraer de la tierra el combustible. (A Elena Andreevna.) ¿No es verdad, señora?... Es preciso ser un bárbaro sin juicio para quemar en la estufa esa belleza... Para destruir lo que nosotros somos incapaces de crear... Si el hombre está dotado de juicio y de fuerza creadora, es para multiplicar lo que le ha sido dado y, sin embargo, hasta ahora, lejos de crear nada, lo que hace es destruir... Cada día es menor y menor el número de bosques... Los ríos se secan, las aves desaparecen, el clima pierde benignidad, y la tierra se empobrece y se afea. (A Voinitzkii.) Me miras con ironía, como si todo cuanto estoy diciendo no te pareciera serio... Y puede que, en efecto, sea una chifladura...; pero cuando paso ante bosques de campesinos, a los que he salvado de la tala, cuando oigo el rumor de un joven bosque plantado por mí, reconozco que el clima está algo en mis manos y que si, dentro de mil años, el hombre es feliz, será un poco por causa mía... Cuando planto un pequeño abedul, al que veo después verdear y mecerse con el viento, se me llena el alma de orgullo y... (Viendo avanzar al mozo con la copa de vodka..) A todo esto... (Bebe) ya es hora de marcharse. Esto, seguramente, es una chifladura. ¡Tengo el honor de saludaros!..."


“Tío Vania” (1899). Antón Chéjov.

Se ve que bastaba cierta sensibilidad para apreciar los riesgos un siglo antes. No sé si alegrarme o entristecerme. Reconforta tropezarse con la cordura en el pasado, tanto como descorazona comprobar que sigue escaseando. No hay manera con esta especie.

Vamos con ese trago de vodka. ¡Salud, Mijail!

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Camisetas


Unas venerables personas mostrando las camisetas con las que quieren que sus niños jueguen al fútbol los fines de semana. Se percibe orgullo por los colores del club.

Trato de verlo del modo más racional posible. Me pongo en su lugar y comprendo su frustración cuando llega la Eurocopa. "Una Nació, Una Selecció".

Seré breve porque no quiero dedicarle más tiempo del indispensable al nacionalismo. Pero me he prometido a mí mismo no pasarlo por alto. "Una Nació, una Selecció". O lo que es lo mismo, "una camiseta por cada tres o cuatro gilipollas con sentimiento de pertenencia a un grupo de tres o cuatro". No se dan cuenta de que eso es lo que dice realmente el lema. Seguro que por eso ahí siguen posando, encantados.

Se lo digo con afecto, Señorías.

sábado, 15 de septiembre de 2007

Nuestro pequeño mundo

Lamentable y tediosa cháchara -tal vez no- de un viejo sentimental y caduco, de corto conocimiento, que no ha venido a este mundo a descubrir sus misterios. Es mejor que ignore los grandes interrogantes y aproveche las escapatorias.

El tío Gustav Adolf y su pequeño mundo tangible.


"Fanny y Alexander". 1982.

viernes, 14 de septiembre de 2007

Una mancha de excremento

El fracaso. Qué terrible y recurrente experiencia. En esos momentos no hay nada mejor que un amigo. O Bukowski.

Pensándolo mejor, ninguno de los dos.

"Entre copas" (Sideways). 2004

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Otra de viejos camaradas. El hijo del catedrático.



G. era pelirrojo, tenía la cabeza grande, los pies planos y una risa bobalicona y contagiosa. Tenía muchos hermanos. Recuerdo que durante un tiempo –imposible saber cuánto- anduve correteando con él por la zona antigua, por donde él vivía. Una vez me presentó, orgulloso creo recordar, a un chaval peligroso que al parecer había pegado a su padre un día que éste se emborrachó. No creo que felicitara al muchacho y seguro que me quedé rascándome la cabeza, con esa expresión que aún conservo y utilizo cuando quiero decir "¿¡?¡?¡?¿¡?" Ahora comprendo que en ese desconcertante episodio se refleja el estado de abandono en el que se encontraba entonces el casco antiguo, un suburbio de casas bajas en pleno centro histórico. Aunque la familia de G. no tenía nada que ver con ello, al vivir en aquel entorno mi amigo conoció otro mundo y me presentó a uno de sus habitantes. Con los años las cosas han cambiado y el casco antiguo se ha recuperado, convirtiéndose en una tranquila y apreciada zona residencial y desplazando la miseria a alguna otra parte. Al fin y al cabo la marginalidad, como el tamo del polvo, termina acumulándose donde la dejan, moviéndose siempre al ritmo de los escobazos.

Adonde quiero llegar es a la casa de G. Qué manía la mía y qué albañil más feliz habría sido. Era una vivienda unifamiliar construida a escasos cincuenta metros de la catedral, a un paso de la facultad donde el padre de G. daba sus clases y con formidables vistas al impresionante convento de San E. La verdad es que el chalecito estropeaba la vista de la catedral desde la calle San P. y mi padre siempre decía que era una barbaridad que el Ayuntamiento hubiera permitido su construcción. Un disparate urbanístico, sí, pero qué casa, pensaba yo. Creo que no sueño cuando recuerdo que hasta tenía una pequeña piscina. Y muchas habitaciones, porque aquella familia sí que era numerosa en el antiguo sentido de la expresión. Hace bastante tiempo que no paso por allí, pero creo que se derribó la casa y se construyó un pequeño bloque de apartamentos.

Cuando intento saber algo de aquellos amigos del pasado a los que he perdido por completo la pista, pruebo suerte tecleando su nombre y apellidos en un buscador de internet. Con el hijo del dentista obtuve algo, pero de G. no hay ni rastro. ¿Qué habrá sido de aquel entrañable grandullón?

Por si acaso, me cuido de teclear mi propio nombre. No quiero comprobar que no existo.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Si lo sé, no vengo

He hablado de las películas que vi demasiadas veces. En ocasiones pienso en las que vi una sola vez y fue demasiado. En las que si lo sé, no vengo. Me refiero concretamente a esos dramas desgarradores, tragedias de principio a fin que te mantienen angustiado durante casi dos horas y al concluir te dejan salir de la sala arrastrando el alma por la moqueta, mascando un amargo caramelo que te asegura ese desagradable sabor de boca que no se va con enjuagues ni gárgaras, sólo con el tiempo.

No comprendo el encanto del drama nauseabundo. Me es casi imposible apreciar su valor artístico. Salvo un propósito de denuncia que a veces es sólo una excusa, no encuentro utilidad ni interés al reflejo del espanto para contemplarlo con atención y en silencio.

De lo que estoy seguro es de que es más fácil construir el horror. Es una cualidad humana. Si me pregunto por la crueldad, es cerrar los ojos e imaginarme mil formas de ejercerla con el éxito garantizado. Si me pregunto cómo hacer feliz a alguien, la tarea no es tan simple: hay que considerar lo que necesita y en qué medida, y nos asaltan las dudas y no estamos seguros de conseguirlo. Por eso los telediarios son como son, porque los humanos siempre estamos imaginando formas de barbarie. Porque nos resulta más fácil.

Y es que el otro día me acordé de “Requiem por un sueño” y coloqué su tema principal en la caja de al lado. Está basada en una novela que me imagino cerrando según la abriera. Un desasosegante y sórdido drama que no da tregua. El relato del definitivo desplome de cuatro desesperados personajes que recrea con detalle sus golpes con los salientes del barranco durante la caída. Sin piedad.



En el cine de terror, que ya no frecuento, percibo cierto aire lúdico, como esa emoción que supongo –yo no me subo, ni loco— en las atracciones de feria que nos intimidan. Pero el crudo relato de la destrucción humana me desarma. Me cuesta encontrar las razones que pueden llevar a escribirlo primero y a convertirlo en imágenes después. Supongo que no serían muy diferentes de las que me impiden levantarme y marcharme durante la proyección, aunque ahora mismo no sabría explicarlas. Tal vez hipnosis.


P.S.: Por supuesto, lo que verdaderamente deseo es derretirme.

jueves, 6 de septiembre de 2007

No hay manera

La tarjeta del videoclub tenía saldo, había que alquilar algo y ya habíamos visto casi todo. Pero no podía volver a casa sin nada.

Un niño es el protagonista. Algo me decía que no me iba a gustar. Los niños suelen ser mal retratados en el cine, convertidos generalmente en adultos de medio palmo. Tan irreales que es verlos y torcer el gesto. Parece que los guionistas no tienen descendencia ni quieren tenerla.

-Si no hay nada, no cojas por coger.
-Pero es que aquí sentados, en invierno, un sábado por la noche, los pequeños al fin acostados, unas palomitas al microondas...
-A ver qué has traído, tipo de costumbres.

Pues una sorpresa. Un niño absolutamente irreal que inicia la incansable búsqueda de un amor imposible, y que miles de años después, irrealmente, casi lo alcanza durante unas horas fugaces.

No quiero valorar la película. Fue hace unos años y tal vez influyera que los pequeños fueran aún muy pequeños.

-¿Qué te pasa?
-Me he derretido.
-Chico, no hay manera.



A.I. (INTELIGENCIA ARTIFICIAL). 2001

lunes, 3 de septiembre de 2007

Derretirse

Hay que volver a pelearse en los tribunales y sólo quiero derretirme por un momento. Con la venia.

domingo, 2 de septiembre de 2007

Una historia dentro de la historia

Hablando de “Beautiful Girls”. Hay un sorprendente cortometraje dentro de un excelente largometraje.

1ª parte: La presentación – Incomodando – Los celos.




2ª parte: Pooh – C’est la vie.


viernes, 31 de agosto de 2007

Algo en común (Garden State)

Ya prácticamente se acabó el verano. Nos lo advierte la proliferación de anuncios de coleccionables. Muy pronto no quedará espacio en los quioscos ni apenas tiempo para el blog.

Pero aún tengo un momento para recomendar una agradable película. Hace poco leí una reseña en una atrasadísima revista de cine que despertó mi curiosidad. Zach Braff (a quien no conocía) se inventa una historia simple y amable, y consigue hacerse con los servicios de Natalie Portman para rodarla. Un tipo afortunado. La vuelta a la ciudad para reencontrarse con antiguos compañeros del instituto me recordó a “Beautiful Girls” (mejor película, o así la recuerdo), también con una deslumbrante Natalie todavía niña. Hablando de "Beautiful Girls"...



(En el diálogo final entre el amigo y el personaje de Portman, después de despedirse del protagonista, se dicen algo así –puedo asegurarlo porque lo he oído en una versión doblada—:
-Así que tú eres la lolita del vecindario.
-Y tú el alcohólico colega del instituto con mierda en el cerebro).

Ya me he ido a otra parte. Volviendo adonde estaba, “Algo en común” no tiene pretensiones ni es completamente original, pero se aparta de las producciones habituales y por ello se agradece. Una sugerencia, si se me permite.



Retorno a Brideshead. El segundo retorno


Engullí de nuevo la serie casi de un tirón. El empacho me ha provocado una mezcla de placer y decepción. Empezaré por la segunda. Quizá vi la serie por primera vez cuando aún la religión no me indignaba. Como ahora ya sí, su presencia en la historia se me hace ligeramente insoportable. Parece que si la religión marca a quien la profesa, a los fieles en minoría –como los católicos en Gran Bretaña— les confiere una obsesiva conciencia de singularidad que les obliga a dejar constancia de su condición en casi todo lo que hacen o escriben. Parece sucederle a Evelyn Waugh. El caso es que la religión sobrevuela constantemente la historia y lo hace para angustiar a Sebastian, para convertir a su madre en un fantasma sumamente destructivo, transformar a Cordelia en una insoportable beata –con lo encantadora que era de pequeña—, hacer de Brady un insoportable pasmarote, asfixiar los últimos momentos de la vida del viejo lord y destruir gratuitamente el amor de Charles y Julia, el único miembro de la familia que parecía salvarse (pero no) de la irrealidad mística-tradicional en la que vivían. Un trabajo completo. Al fin y al cabo, la religión católica -no creo que sea la única capaz, claro- puede ser una máquina perfecta para destruir humanos y las pasiones que los impulsan, todo ello en nombre de un espíritu soñado que siempre parece envidioso de la felicidad de los mortales. Delirante.

Hay otro aspecto que también me ha decepcionado. Es la complacencia con la que se describe el modo de vida de la alta sociedad y de la nobleza rústica. En algún momento uno teme que el autor, embriagado por los aromas de la campiña, se anime a brindar por el feudalismo. No obstante, puede verse como un mero escenario y reconocer que en ocasiones, visto en la distancia, es incluso bello.

Y el placer. A veces lo he saboreado, como en los primeros momentos de amistad de Charles y Sebastian, en la intermitente y breve presencia del inverosímil padre de Charles o en la travesía en barco que supuso el reencuentro con Julia. En mitad de la borrasca sobre el océano me derretí de gusto en un instante, caí al suelo en forma de charco y dejé que pasara algún tiempo antes de recogerme con la fregona.

Julia dijo que eran huérfanos de la tormenta. Algunos años después acabarían siendo víctimas de la eucaristía y la penitencia. Vaya un desastre.

jueves, 30 de agosto de 2007

Unos pocos hilos


A veces me animo a poner por escrito alguna reflexión sobre la condición humana. Son pequeños apuntes sobre algo que de pronto me ha rondado la cabeza sin saber muy bien cómo. Es probable que sólo recuerde lo que alguna vez oí o leí. En cualquier caso son simples intuiciones que no he madurado suficientemente y que plasmo a vuela pluma, pero que quiero dejar anotadas antes de que me olvide de ellas, como los sueños que a veces sólo retenemos unos instantes al despertar. Tal vez más adelante vuelva sobre la idea para profundizar en ella, confirmarla o desecharla como un equivocación. Ya veremos qué me enseña la experiencia.

Aclarado por qué a veces me pongo serio y lo poco que pretendo con ello, últimamente tengo la impresión de que las cosas son más simples de lo que creía. Ya lo he dicho en alguna otra parte. Y lo que me parece ahora más simple es la propia condición humana. Me da en la nariz que todos estamos hechos de unos pocos hilos en cierta forma comunes. No me atrevería a dar un número, pero con ciertas variaciones en longitud, grosor y color, diría que con tres o cuatro hilos podría tejerse cualquier humano. Percibo que tenemos necesidades muy similares y que nuestras vidas no son más que un intento más o menos infructuoso de satisfacerlas. El azar biológico y vital hace que en cada individuo el tejido sea distinto, aparentemente muy distinto. Pero si prestamos atención al detalle, si seguimos el rastro de los hilos veremos los mismos tres o cuatro que todos tenemos. Podremos ver miedos, deseos, frustraciones y satisfacciones similares y millones de veces repetidos en el tiempo y el espacio, aunque en diferente medida o mezclados en diferentes formas.

Por eso empiezo a sospechar que no hay personas complicadas. Es sólo que tienen los hilos muy enmarañados. Pero como no hay nudo que no pueda deshacerse, con paciencia podemos deshilar el tejido para hallar lo de siempre, lo que todos.

La búsqueda de felicidad y afecto es una de las pocas hebras, tal vez sobre la que giran las demás. Debería fijarme más en el diseño del tejido y en las otras fibras que se emplean en él. De momento me quedo con la necesidad de simplificar, simplificar, simplificar y simplificar. Sólo así se empiezan a resolver las ecuaciones humanas.


miércoles, 29 de agosto de 2007

Relaciones paterno-filiales

Han sido muy estudiadas y hay modelos, sugerencias, guías, instrucciones y buenos consejos. Más allá de todo eso, he tenido el gusto de conocer al mejor padre para un veinteañero. Realmente parece sencillo. Tomo nota, Sir Gielguld.



No veo inconveniente en aplicar la técnica a menores de diez años. Veamos. “Niños, ¿os importaría ir el próximo verano a un campamento de tres meses en los Urales? He oído hablar maravillas de la caza del alce con flechas y de bucólicas marchas de cinco días. Por no hablar de la simpatía eslava. No, no, no, no digáis nada. Admiro vuestro espíritu aventurero. No sabéis cómo voy a echaros de menos”.

Qué gozada.

martes, 28 de agosto de 2007

Reencuentro (The Big Chill)

Fue en aquel cine que era un viejo teatro, luego restaurado. Uno de los pocos cines de mi juventud que aún subsisten, aunque ya sólo con escenario y sin pantalla. Está en la lista de películas que vi más de una vez en el mismo cine; concretamente pertenece al grupo de dos proyecciones. Me sedujo la historia de viejos amigos que se reúnen con ocasión del suicidio de uno de ellos.

La volví a ver hace poco tiempo y me pregunté qué había visto yo en aquella película la primera vez (aquellas dos primeras veces). Creo que está relacionado con mis andares. Tenía entonces –también en alguna medida ahora— dificultades para caminar por las aceras y tendencia a marchar por fuera del bordillo, a trompicones entre los coches aparcados, guardando las distancias con los humanos. De manera que, salvo en el tortuoso caso de M., los conocidos sólo podían ser simples conocidos. Por ello, después de idealizar aquellos personajes de la película, quizá viera en ellos a los buenos amigos que lamentaba no haber tenido realmente nunca. Para mí no era un “reencuentro”, sino la “añoranza de un reencuentro”.

Pasado el tiempo, no es más que una entretenida historia interpretada por jóvenes actores al comienzo de sus carreras. William Hurt, Kevin Kline, Tom Berenger, Glenn Close, Jeff Goldblum. Un pequeño relato de frustraciones, fracasos y reproches con final feliz. Eso es todo.

lunes, 27 de agosto de 2007

Les Luthiers

Mi primer contacto con el grupo fue a través de una cinta de cassette en el pequeño piso en el que vivía mi hermana A. con F. Recuerdo haberme divertido escuchando las “Cartas de color”: las aventuras de Yugurtu Ngué, quien tuvo que huir precipitadamente de la aldea por culpa de la escasez de rinocerontes.

Después perdí su pista durante muchos años hasta que los reencontré casualmente. Son una mezcla deliciosa de música y humor sumamente recomendable. Y un prodigio de longevidad sobre el escenario. No me explico cómo han podido soportarse durante tantos –casi cuarenta— años.

Daniel Rabinovich (un pequeño Groucho), Marcos Mundstock (la inconfundible voz del narrador), Carlos Núñez Cortés (concertista de piano y “loco” rey de las muecas), Carlos López Puccio (músico que parece un músico) y Jorge Maronna (guitarrista). Ernesto Acher estuvo un tiempo con ellos.

No voy a contar lo que cualquiera puede consultar por su cuenta. Sólo pondré un ejemplo de lo que es capaz Johann Sebastian Mastropiero, ese imaginario compositor que “cuando su familia le pidió que eligiera entre ella o la música, eligió la música..., para desgracia de ambas”.

Sueño de tormenta




Me he acostado pronto, poco después que los niños, y enseguida me he quedado dormido. M. lo ha hecho más tarde, me ha dado un beso y, sin querer ni darse cuenta, me ha despertado. No sé qué hora es pero el silencio es total. He dormido muchas veces en esta habitación y nunca había pensado en lo silenciosa que es. En mitad de la ciudad y ni el menor sonido. Si estuviéramos en ferias llegaría claro el eco del concierto en la plaza, pero aún quedan algunas semanas hasta que la ciudad se llene a rebosar y para entonces es casi seguro que no vengamos. De pronto oigo un trueno. No parece muy lejano. Al poco otro y comienza el repiqueteo de la lluvia contra la persiana que al rato se detiene. Creo que ha sido una falsa alarma. Ruge otro trueno para desmentirlo. Lo he podido oír perfectamente, desde el principio hasta el final, y me parece que ha durado quince segundos al menos. Por primera vez voy a concentrarme sólo en el sonido de un trueno. Voy a esperar al siguiente, en completa oscuridad y con los ojos cerrados. No tarda. Comienza con un leve chisporroteo y va ganando en intensidad hasta parecer una explosión que se va apagando lentamente. La tremenda fuerza de la naturaleza me acaricia los oídos, no los sobresalta. La lluvia arrecia y prosigue el concierto de estruendos. Me imagino en una pequeña choza en mitad de la nada y me quedo plácidamente dormido de nuevo.

Vuelvo a despertarme. Todo sigue a oscuras y la lluvia ha cesado. No sé qué hora es ni voy a averiguarlo. He soñado con M. Estábamos en un ascensor. Me cuesta volver a dormirme. Desde hace unos meses ya no duermo como antes. No sé si es otro síntoma.

-¿Oíste la tormenta esta noche? He pasado miedo.
-Sí la oí. Me despertaste al darme el beso.
-Si lo llego a saber me acurruco en tu cama.
-Soñé contigo.
-¿Y cómo era el sueño?
-Como los que te gusta que sueñe.

jueves, 23 de agosto de 2007

Cuaderno de viaje. Los árboles

El bosque queda a unos trescientos metros de la casa. Eucaliptos, robles, pinos y unos pocos castaños. No puedo dejar de ver a los árboles como viejos parientes arraigados con nosotros en el mismo remoto y pequeño lugar del espacio. Procedemos del mismo lugar y sólo en algún momento de nuestro pasado común tomamos caminos diferentes. Creo que su biología contiene muchos aspectos aún desconocidos. Nos equivocamos si pensamos que son seres simples.

Siento debilidad por el castaño. En el bosque, junto al camino que lo atraviesa, hay algunos ejemplares de porte considerable, con su copa redondeada y grandes ramas que se curvan hasta casi tocar el suelo. Me he tumbado bajo uno de ellos. El mar está cerca y puede oírse. El viento que allí siempre sopla mueve las hojas y las ramas, produciendo ese murmullo que acuna. Me gusta ver el inútil esfuerzo de la luz del sol por penetrar en la maraña de hojas. No quiero cerrar los ojos pero no puedo mantenerlos abiertos. El mar, el viento y las hojas, y nada más. Sí, algún pájaro.
Ya no sé dónde estoy.
Ya no soy yo.
Ya me he dormido.



Ahora que me despierto, reconozco que tal vez he metido algún no-castaño. Una castaña.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Собака

He vuelto a ver “Ojos Negros” de Nikita Mikhalkov. Sigue tan deliciosa como siempre. Ha sido grato reencontrarme con el personaje de Romano, el protagonista interpretado por Mastroianni. Un niño grande que acaba traicionando con inconsciente crueldad el amor de la desdichada Anna y sus propios sentimientos. También ha sido doloroso reencontrarme con la inocencia de la atormentada rusa.

Hay una escena que define muy bien a los dos personajes. Es su primer encuentro en el balneario. Romano acaba de despedir a unos amigos –en realidad a una amiga y a su marido— que han pasado por allí a saludarle. Antes, en el desayuno, bromeando con su amiga y cuando llegaba el marido de ésta, ha fingido tener dolores en las piernas y dificultades para caminar. Son los que justificarían una estancia en el balneario que en realidad no tiene explicación. Anna, que aún no ha intercambiado ninguna palabra con Romano y desayuna en una mesa cercana, lo ha visto marcharse renqueante y apoyado en sus amigos. Por eso cuando Romano despide a éstos y se queda solo en el jardín, Anna, que está cerca paseando a su perrillo, le ofrece su ayuda para caminar. Y comienza su historia. Los protagonistas quedan retratados desde el primer momento: Romano es mentiroso y juguetón como un chiquillo, y Anna, para su perdición, generosa y confiada.

El sonido va algo adelantado y hay una molesta marca de agua del editor de video no registrado con el que he extraído el corte. Todo muy profesional. Pero ahí va.



Me he informado en un diccionario on-line que en ruso “perro” se dice “coбака”. Desconozco su fonética pero podría tratarse de la palabra milagrosa de la escena. De momento la daré por buena. Y la probaré. Coбака! Coбака! Coбака! Coбака! Coбака! Coбака!

Me siento mucho mejor.

martes, 21 de agosto de 2007

Retorno a Brideshead

No sólo han sido algunas películas y algunos libros. También algunas series de televisión me han marcado. Nunca sabré exactamente hasta qué punto.

“Retorno a Brideshead” fue una de ellas. Basada en una novela de Evelyn Waugh, la historia se construye a partir de los recuerdos de Charles Ryder (personaje interpretado por un casi imberbe Jeremy Irons), al reencontrarse con la mansión de la familia de su amigo Sebastian. El argumento se resume en un descompensado y ambiguo triángulo compuesto por Charles, Sebastian y la hermana de éste, Julia.



Estos británicos han sabido hacer verdaderas joyas. Guión, interpretación, realización, música, escenografía: todo en su punto. Lo tengo decidido: voy a volver a Brideshead.

lunes, 20 de agosto de 2007

El diván de los recuerdos. Los concursos


Hubo una época en mi vida de estudiante en que nos apuntaban a todos los concursos de redacción. Entre los fracasos, destaco orgulloso la vez en que conseguí un pequeño lote de libros. En aquella ocasión formaba parte del jurado -toda una casualidad sin la menor importancia- mi sofisticada tía L., una prima carnal de mi madre que escribía cuentos para niños y algunas otras cosas. Del día en que me entregaron aquel premio en un salón de actos con muy pocas personas, recuerdo dos detalles: la vergüenza que sentí al notar el peso de las miradas y la presencia de C., aquella compañera del colegio a la que durante un tiempo estúpidamente hice su vida imposible. Esto me hace pensar en la macanuda suerte la de las personas que, al repasar su vida, aseguran que volverían a hacer las mismas cosas que hicieron. Yo no pararía de cambiarlas.

Pero lo que me divierte realmente es recordar el concurso de poesía que organizó el ayuntamiento entre los escolares del último curso de E.G.B. Doña Ernestina debía de tener depositadas algunas esperanzas en mí. Unas semanas antes había redactado un poemita sobre Don Quijote que le había gustado mucho. Pero cuando llegó el momento de ponerse a confeccionar el poema que cada cual mandaría al concurso, las cosas empezaron a torcerse. En casa había un libro titulado “Las mil peores poesías de la lengua castellana”, de Jorge Llopis. Era un repaso a la poesía en castellano a lo largo de la historia, parodiándola mediante disparatados poemas que, conservando el estilo de cada momento, el autor componía llenos de humor. Me divertía mucho aquel libro. Y siendo yo una persona sumamente influenciable –con irrefrenable tendencia al plagio, dicho de otro modo—, me puse a redactar un poema desenfadado que imitaba descaradamente el estilo de alguno del libro. Los recuerdos no son claros y sólo puedo asegurar que en mi poemita se hablaba de un bocadillo de tocino y de una mancha de grasa en un pantalón. Adónde me llevaba aquello, no sé, pero en algún momento debió de parecerme gracioso y tal vez lo fuera, o tal vez no. Lo importante es que lo llevé al colegio y doña Ernestina me pidió que lo leyera en voz alta a la clase. Seguro que yo no contaba con ello y al verme forzado a hacer pública aquella tontería en verso súbitamente tuve claro que el poema era un error. Me puse en pie lentamente, convencido de que la maestra iba a llevarse una desagradable sorpresa y de que aquello no tenía ninguna gracia ni remedio. Aún veo la sonrisa de doña Ernestina mientras regaba las plantas colocadas bajo las ventanas y esperaba que saliera de mi boca algo serio y lírico. Me armé de valor y, perdida por completo la confianza en mi obrita, la leí a toda prisa deseando que no se entendiera. Fue inútil. Doña Ernestina debió de oírla perfectamente porque en ningún momento me pidió que la repitiera o que la leyera más despacio. Al final sólo me dijo que me sentara. Otro momento de bochorno en mi inventario vital.

La historia tuvo un final relativamente feliz. El premio lo ganó otro de la clase, T., con un poema también de humor. Contra pronóstico, ganó algo que tampoco iba en serio. Cuando lo leí, después de la noticia del premio, respiré aliviado. A lo mejor mi broma había gustado también y a lo mejor doña Ernestina comprendió entonces que no iba tan desencaminado.

A propósito de T. Un tipo algo contrahecho que corría torpemente y que ahora mismo puedo verlo haciendo lo que a mí me rompería: sentarse en la típica postura de yogui, con las piernas dobladas y cada pie en el muslo de la contraria, para después columpiar el tronco y las piernas con sólo las manos sobre el suelo. Un artista. Esto me recuerda al circo, pero ésa es otra historia.

domingo, 19 de agosto de 2007

Polvo de estrellas

El trabajo nos cansa. Por regla general, tarde o temprano deseamos perderlo de vista. Aunque hay ciertas profesiones que uno sólo puede imaginar desempeñadas por entusiastas. La de locutor de radio, por ejemplo. Presumimos que quien se pone a darle al pico ante el micrófono de una emisora disfruta con su trabajo. Le gusta hablar o le gusta oírse hablar, o ambas cosas y es el colmo. Yo pensaba que así era hasta que me topé con aquel programa de radio de Carlos Pumares sobre cine: “Polvo de estrellas”. Era en la madrugada y cuando yo –casi no puedo creerlo— oía la radio de madrugada. Comprendí entonces que también un locutor puede estar hasta el gorro de serlo. O era así o Pumares había creado un personaje verdaderamente bien interpretado: el de un locutor al que le reventaba tener que enfrentarse a las tonterías de los oyentes que entraban en antena, y que no tenía reparo en manifestarlo. Qué valor el de aquellos oyentes. Empiezo a sospechar que eran de pega, como los participantes en los concursos de televisión local –o nacional- , ésos que emiten a horas intempestivas de la (¡también!) madrugada para que te gastes el dinerito en llamadas telefónicas. En algún lugar leí que la mayor parte de las llamadas las realizaban empleados del programa, haciéndose pasar por imbéciles incapaces de resolver una sopa de letras apta para segundo de infantil, a fin de que los incautos –al grito de ¡yo me lo sé!— marcaran el lucrativo número telefónico.

¡¡¡¡Obra maestra!!!! Era el chillido que Pumares profería para referirse a las películas que le gustaban. No recuerdo el grito de guerra para las que no le gustaban, pero creo que también lo había. Pumares era (es) un personaje más bien entrañable que después recaló durante un tiempo en “Crónicas Marcianas”. Las piruetas de la vida.

Estoy agradecido a Pumares. Me puso en contacto con la crítica cinematográfica y con un análisis racional y riguroso de las películas, aunque a veces fuera discutible o pareciera desproporcionado. Pumares era (es) un tipo excesivo o le gustaba parecerlo.

En fin, y no sé por qué, me he animado a hacer otro cutre-trabajito audiovisual. Uno de viejas estrellas del cine que me resultaban atractivas y me lo siguen pareciendo. Pumares estará de acuerdo. Por mi parte debo confesar una especial debilidad por Audrey Hepburn e Ingrid Bergman, que no tienen absolutamente nada que ver y me confirman como persona de saludable amplio espectro.




-¿Seguimos con las manualidades, Miguelino?
-Me divierten.
-Está bien que la gente se divierta, pero pare el carro.
-¿Por qué?
-Porque cualquier día nos prepara un especial de Torrebruno con música de Franco Battiato y la hemos cagado. Sujétese la pinza, Miguelino, no se le vaya a soltar. Me está preocupando. Sobre todo desde que habla consigo mismo en voz alta. ¡Gollum! ¡Gollum!

viernes, 17 de agosto de 2007

Cuaderno de viaje. El océano

Al borde del mar siempre me siento como al borde del universo. Pese a lo inmenso de la masa de agua, se aprecia en el horizonte la curvatura de la Tierra y se adivina una inmensidad mayor allí donde el agua no continúa. Sentado junto al bramido de las olas y frente al empuje del viento, me relajo y siento vértigo, todo a un tiempo. Me encanta.

Por eso mismo el escenario se merece un homenaje. Cogido el tranquillo al programa, los pasos ya son rápidos. Hay que poner el volumen alto. Y adelanto que el resultado es algo pesadito porque apenas tengo fotografías de los lugares por los que llevo moviéndome ya varios años. Apenas las tengo porque soy un desastre, y soy un desastre porque así somos los desastrosos. En todo caso, lo mejor y como siempre, lo de otros: la música.


La campana de Gauss



Mi cuñado S. siempre lo dice cuando hay ocasión: la vida de los humanos queda bien reflejada en la campana de Gauss. Tras llegar a lo más alto, al final volvemos al punto de partida. A medida que envejecemos, parecemos nuevamente niños.

El cantante Jaime Urrutia se ha vuelto un completo sentimental. No sé si ya lo era cuando andaba metido en plena movida madrileña liderando a “Gabinete Caligari”. A mí no me lo parecía, no con aquella música que era un clásico fondo en las salidas nocturnas. Pero en sus últimas canciones en solitario hay frecuentes temas de desamor, aderezados con agradable ironía. Para ser precisos, en algunos temas hay esencialmente buen humor.



(No puedo evitar decirlo: si yo fuera Maribel, no me preocuparía absolutamente de nada).
Esto me ha recordado que yo era un joven sentimental algo atormentado. Y que llegó un momento en que –sin proponérmelo— cambié. Afortunadamente, porque ya estaba un poco harto. Durante casi veinte años pasé a ser una persona muy distinta que vivía hacia fuera y no hacia dentro. Sin embargo, ahora percibo que vuelvo a ser un sentimental. Me gustan las canciones de la última etapa de Jaime Urrutia y esto es sólo un pequeño síntoma. Contemplando ciertas cosas vuelvo a quedarme embobado, exactamente como hace veinte años. Otras me conmueven como hacía tiempo que no lo hacían. Me estoy volviendo un completo sentimental.

Como diría mi cuñado, debo de haber comenzado el descenso por la pendiente de la campana.

jueves, 16 de agosto de 2007

¿Dónde estás?

Hace unos meses me tropecé de nuevo con esa canción que ya había olvidado. Poco después, curioseando en una estantería del hipermercado di con un disco que la contenía.



El otro día le pedí a Bianca que la pusiera en el coche. El corte número cinco, por favor. Y me puse a cantar como un loco, bailando en el asiento, levantando los brazos y moviéndome de un extremo a otro. Desafinando sin rubor.

“Eh, nena, he pasado tanto, tanto tiempo buscándote. Y la ciudad es tan grande, pero tu amor tan pequeño”. En esta parte, que recité con la voz más forzadamente grave posible, Bianca se partía de risa. Bendita risa.

“¿Cuándo vas a quererme?” (-Nun-ca). “¿Cuándo vas a renunciar al sueño de tu libertad?” (-Nun-ca-nun-ca-nun-ca).

Era Bianca la que respondía alegremente a las preguntas, introduciendo unos coros en lo que podría ser una nueva versión de la canción.

Llegados a este punto de la música, yo seguía cantando pero ya no bailaba. Miraba por la ventanilla. Un árbol, dos, diez, cien casas, mil rostros.
-¿No debí decirlo? –me preguntó Bianca, intrigada.
Volví la cara y le sonreí a través del retrovisor.
-Siempre dices lo que debes.

Cuaderno de viaje. La (dichosa) mosca

Estaba escuchando uno de los discos que se salvaron del incendio. Me tomaba una cerveza casi templada y andaba pensando en que había que bajar al temperatura de la nevera, se formara el hielo que se formara. Se oían las voces de los niños a lo lejos y una brisa agradable entraba por la ventana. Todo perfecto. Eso mismo debía de pensar la mosca que revoloteaba sobre una mesa a unos dos metros de mí. Se movía en el mismo plano, cambiando bruscamente de dirección y siempre en línea recta. Me pregunté qué estaría dibujando. Me fijé muy atentamente y tracé en mi cabeza las líneas de su vuelo. Enseguida lo vi claro. Era una casa, con su tejado triangular y sus ventanas. Chimenea y una gran puerta. Al poco llegó otra mosca, volaron juntas un momento y se metieron dentro de su casa recién dibujada.
Conclusión: en este planeta todos andamos pensando en lo mismo.

martes, 31 de julio de 2007

Nastassja

Mi piccolo trabajo de fin de curso.



-Miguelino, está usted suspendido. Para septiembre ya me está quitando algunas fotografías de ínfima resolución y poniéndole algo más de marchita al asunto.
-Pero...
-Ni pero, ni pera, ni leches. El dieciséis de agosto ya me está estudiando.

Pues hasta el dieciséis, camaradas.

lunes, 30 de julio de 2007

Local Hero

Una banda de rock interpretando un concierto para guitarra eléctrica y teclado. Andrés Segovia con camiseta y cinta en la cabeza: Mark Knopfler.

Cat Stevens




Antes de que se le fuera la olla.
P.S.: aquello sí que era un respetuosísimo público entregado.

Los vecinos. El hijo del Teniente Coronel

Ma. era todo un deportista. Entre otros, practicaba el hockey sobre patines, algo que no deja de sorprenderme, aunque entonces me pareciera normal. Tenía muchos hermanos y vivía en el portal contiguo al mío, en una casa muy grande que hacía esquina. En el chaflán estaba el enorme salón lleno de ventanas, al que se llegaba a través de un larguísimo pasillo flanqueado por las puertas de las muchas habitaciones.

Entre los ocupantes de aquella casa tan animada estaba un tío de Ma., sacerdote. Le sigo viendo a veces cuando visito la ciudad, ya delgado y consumido, pero siempre con su negra sotana. Tengo la impresión de que el tío tenía poca relación con sus sobrinos, sólo una plaza en la residencia.

En aquellos bloques unidos de pisos para funcionarios, era frecuente que las familias tuvieran varios hijos y que se establecieran vínculos de amistad entre los de la misma edad. Ma. tenía tantos hermanos que había oportunidades de amistad para todos los míos. Mi hermana mayor A., amiga de la que tenía su mismo nombre. Mi hermano J., amigo de C. Mi hermana E. amiga de M. Ma., que era el menor de su casa, compinche del menor de la mía. Y aún le quedaba un buen puñado de hermanos a Ma.

Ma. estudiaba en un colegio cercano en donde ponían películas algunos fines de semana. No debía de controlarse adecuadamente el acceso a las proyecciones, porque aún recuerdo una película japonesa, con samuráis armados con espadas cortando las orejas de los rivales, que después ensartaban hábilmente en sus armas antes de que cayeran al suelo. Durante una buena temporada se me quitaron las ganas de ver películas (de japoneses).

Del padre de Ma., que murió demasiado pronto, apenas recuerdo su SEAT 1500 –todo tenía que ser grande para que cupieran— y montarme en él para ir a una fiesta que se había organizado en el cuartel de caballería en el que estaba destinado. Cuando murió el padre, la madre de Ma., una mujer de pelo negrísimo y gran sentido del humor, se quedó sola al frente de aquella tropa. La mayoría de los hermanos salieron adelante y bien parados, aunque alguno cayó en la droga y no sé si allí sigue. Y Ma. se casó precipitadamente y ya no sé dónde para.

Es normal que en familias tan grandes acabe pasando de todo. Son casi poblados. Allí sí que habría aprendido historias, algunas verdaderamente duras.

domingo, 29 de julio de 2007

La prueba


Escarbando entre viejas fotografías en la casa de mis padres, tiradas en el desbarajuste de un cajón, encontré algunas del viaje a Bélgica con M. Antes que nada, habría que poner algo de orden allí. Así lo haré otra vez que me acerque con más tiempo.

Lo importante es que me he hecho con algunas pruebas de la existencia de aquel atolondrado viaje. Como la reconocible portada del periódico en manos del secuestrado que confirma que está vivo. Aquel viaje ocurrió, y aunque a nadie tengo que demostrarlo –salvo a mí, en todo caso—, he aquí las pruebas.



Camino de la estación, probablemente bastante temprano. ¿O era al final del viaje cuando ya nos despedíamos y cada cual tomaba el camino de su casa? Se adivina el horrososo saco estampado que mi padre compró, seguramente en oferta, aquella vez que nos fuimos todos los de la familia (Alcántara, podría decirse) de camping. Afortunadamente no tuve que hacer uso de él en aquella ocasión. M. se estiró (era realmente generoso) y siempre dormimos en camas hechas.

Y París, qué ciudad. Venga, M., sácame una foto, que luego no se creerán que estuve aquí. La Torre Eiffel bastará. Procura que no sea sólo una foto de la Torre, conmigo de pegote lateral. Pa-ta-ta, pa-ta-ta. A la mierda la patata. Clic.



Casi perfecto. Título: “Una torre con un humano en la esquina inferior izquierda colocándose la manga”. Mira que te lo dije.

viernes, 27 de julio de 2007

Instructores varios. Los profesores de Lengua y Literatura


No sé si hubo uno más, pero sólo recuerdo tres en los cuatro años que pasé en el instituto. Por este orden.

1) Regordete, bajito y con una barba muy poblada y larga que le llegaba al pecho. Nos lo puso fácil: “El Pitufo”. Un hombre entrañable que se ganó rápidamente mi afecto. Lo estoy viendo de pie, con un librito (¿Cantar de mío Cid?) sujetado con una sola mano que apoyaba en el saliente de su tripa, y con la otra mano en la espalda. Tartamudeaba un poco. Recuerdo que una vez nos dejó un rato para que jugáramos con el diccionario, buscando o descubriendo palabras. Como era de esperar, todos acabamos enredados entre lo escatológico y lo sexual. Caca, culo, teta, pito y pis. Cuando me vio hacer lo mismo, al levantar yo avergonzado la mirada del diccionario, me dijo algo que sonó a “¿tú también, Bruto?”

2) Una mujer muy atractiva, o eso me parecía a mí. También menuda, de maneras muy delicadas y un par de focos de atención imposibles de disimular. Recuerdo una clase por la tarde. Trajo a su hija pequeña, que se entretenía por los pasillos. Nos pidió que definiéramos un sobre. Yo me decanté por su uso. Mi compañero E. se dedicó a describirlo físicamente con todo detalle. No sé por qué, me pareció que él había dado en el clavo y que yo me había liado. Ella afirmó que eran dos puntos de vista. Como por encima de todo buscaba su reconocimiento, me quedé tan contento como un perrillo al que acarician la cabeza. Un recuerdo absurdo dentro de una memoria rebelde. No comprendo cómo he podido olvidar casi por completo a aquella encantadora mujer.

3) El profesor de C.O.U. Había llegado ese año al instituto procedente del sur. También lo recuerdo como alguien de formas suaves y extrema cortesía. Cuando acabó el curso nos lo dijo claramente: “Los alumnos de ciencias sois mejores alumnos de lengua que los de letras”. Toma, toma y toma, que diría Fernando Alonso. No sé qué me digo, como si tuviera alguna importancia.

Les presento mis respetos, dama y caballeros.

jueves, 26 de julio de 2007

Los casi-camaradas. El del Opus.



M. J., el que acabaría descubriendo por casualidad su vena pictórica en el instituto, pertenecía a la Obra. Esto suponía una especial preparación en algunos temas. Por ejemplo, la vida del santo local que daba nombre a la iglesia junto al colegio. Recuerdo que una vez nos visitó en la escuela el severo párroco, persona de aire soberbio que siempre me desagradó, incluso cuando compartíamos ensoñaciones. No sé exactamente a qué obedecía aquella visita, pero don J.M. acabó hablando del santo, preguntándonos qué sabíamos de él. Como el santo había realizado algunos famosos milagros, don J.M. preguntó a la canaria recién llegada por alguno de ellos. No creo que fuera casualidad. El párroco pareció fijarse en la misma belleza que a mí me atontaba. Buen ojo el del clérigo. La muchacha no había tenido tiempo de conocer aún la vida del santo y al párroco no le pareció bien. No sé si M.J. levantó la mano o fue la providencia la que guió a don J.M. para que preguntara a quien sí sabía. Ahora bien, no contaré ninguno de los dos milagros que me vienen a la cabeza. Trato de contar la realidad y esa parte no parecería creíble.

M.J. intentó introducirme en la Obra. Por aquella época la institución tenía dos locales en la ciudad. Uno era un club juvenil y el otro parecía la sede central. Yo, que se ve que he metido mis narices en todos los inmuebles donde me han invitado, visité ambos, por supuesto. En el club pasé una tarde que no recuerdo especialmente divertida. Sobre todo al final, cuando el juego consistía en subirse a una silla a contar un chiste, yo, que nunca he sabido muchos y no digamos contarlos. En el cuartel general las actividades eran más formativas. Recuerdo la proyección de una película del fundador, aquel inquieto hombrecillo ensotanado, en la que aparecía rodeado de jóvenes entusiastas, quizá sentados en el suelo. También recuerdo una entrevista con un joven sacerdote que me interrogó sobre nociones básicas del catecismo y me pidió información precisa acerca de mi marcha en los estudios. Lo que se dice una entrevista de trabajo. No acepté el empleo.

Intento precisar el momento en el que dejé de creer. Imposible. Aunque tengo la sensación de que al principio tuvo que ver con el convencimiento de que no somos libres para elegir. A veces el cerebro me manda mensajes imprevistos, y una vez me aseguró que si lográramos reproducir fielmente la vida de cualquier persona, ésta siempre haría lo mismo y tomaría las mismas decisiones. Cuando me dije a mí mismo que el experimento era imposible, el cerebro me respondió que ya, que sólo era una hipótesis o un postulado, que yo vería. Pero desde entonces intuyo que es cierto. Y si no hay libertad para elegir, los premios y castigos divinos que nos anunciaban dejaban de tener sentido. Lo demás es simple. Una vez que comienzan las sospechas de error en la idea religiosa, el tiempo no hace más que confirmarlas. El mundo tiene más sentido si la religión es sólo un sueño.

La última vez que vi a M.J. fue en la boda de C. Fue agradable volver a verle y me divertí oyéndole hablar con entusiasmo sobre el buen negocio que sería patentar algo, que es en lo que al parecer piensan algunos ingenieros industriales como él y en lo que ni soñamos tipos como yo. Por C. sé que se casó, aunque creo que no ha patentado nada. Me juego la cabeza a que sigue perteneciendo a la Obra. Lo que me sugiere pensar en la insensatez e irracionalidad que se oculta tras personas sensatas y racionales, aparentemente.