Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

lunes, 25 de febrero de 2008

Devota Revolución




Me tomé la molestia de ver en televisión y durante un buen rato a Raúl Castro mientras pronunciaba su discurso al asumir el cargo de presidente del Consejo de Estado de Cuba. Debió de ser incómoda curiosidad o la sensación de estar presenciando en directo un triste episodio histórico más.

No estoy en disposición (ni con ganas) de analizar el significado de las palabras del sucesor en la gerontocracia revolucionaria. Hablan por sí solas. Lo que me llamó la atención fue la reiterada cita de palabras del líder, esas reflexiones de Fidel Castro (“Reflexiones del Comandante en Jefe”) publicadas periódicamente en Granma y que a saber cómo y quién las cocina.

(Fidel Castro haciendo un sudoku, justo en el momento en que traza un cero).


Compañeras y compañeros: Es claro el mandato del pueblo a esta Legislatura: continuar fortaleciendo la Revolución en un momento histórico que exige ser dialécticos y creadores, como nos alertó el compañero Fidel en su medular Reflexión del pasado 14 de enero.

Así empezó Raúl Castro su discurso. Hay que reconocer que no quiso engañar y ya lo advirtió desde el principio: por esta y otras muchas razones, en mis palabras de hoy citaré, no pocas veces, algunas de las ideas y conceptos esenciales expresados en sus Reflexiones, que aprovecho para decir que debemos estudiar, por sus enseñanzas y capacidad de previsión.

Por ejemplo: como dijo Fidel en su reflexión del 16 de enero: “esperan milagros de nuestra porfiada y digna Revolución”, concluyó.

O como aquí: al abordar estos asuntos es preciso tener siempre presente la profunda convicción de Fidel, reiterada en su Mensaje del 18 de febrero, de que los problemas actuales de la sociedad cubana requieren más variantes de respuestas para cada problema concreto que las contenidas en un tablero de ajedrez.

O allí: estamos examinando, por ejemplo, todo lo relacionado con la implementación oportuna de las ideas del compañero Fidel sobre la “progresiva, gradual y prudente reevaluación del peso cubano” -son los términos exactos que empleó en marzo del 2005-.

O más allá: como nos dijo Fidel en su Reflexión del 16 de enero: “Tampoco debe regalarse nada a los que pueden producir y no producen o producen poco. Prémiese el mérito de los que trabajan con sus manos o su inteligencia”, sentenció.

O sin ir más lejos: (…) el compañero Fidel en su reflexión del 24 de enero, cuando dijo: “Unidad significa compartir el combate, los riesgos, los sacrificios, los objetivos, ideas, conceptos y estrategias, a los que se llega mediante debates y análisis. Unidad significa la lucha común contra anexionistas, vendepatrias y corruptos que no tienen nada que ver con un militante revolucionario”, fin de la cita.

O para terminar: ante ellos [difíciles retos], tengamos presente lo expresado por Fidel en su Reflexión publicada el pasado 10 de diciembre, cuando nos alertó: “El rostro ceñudo de Martí y la mirada fulminante de Maceo señalan a cada cubano el duro camino del deber y no de qué lado se vive mejor”.


Lo que oía me era vagamente familiar. Sentía que ya había estado allí y muchas veces, pero era imposible. El desconcierto terminó cuando finalmente comprendí: estaba viendo la retransmisión de una misa y aquel era un oficiante leyendo los evangelios o las epístolas de algún santo viajero. El hermano mencionaba fechas de reflexiones de Fidel a los cubanos, pero no era más que un padre citando versículos de una carta de San Pablo a los Corintios.

Se despidió diciendo: Muchas gracias. Pero yo escuché y bien puedo asegurarlo: Podéis ir a reflexionar (aunque no demasiado). Demos gracias a Fidel.

sábado, 23 de febrero de 2008

Precursores

La experiencia histórica nos enseña que los cambios relevantes son siempre lentos, que las buenas ideas, el rumbo correcto que indican los humanos más lúcidos, sólo arraigan, y lamentablemente nunca del todo, con el paso de los años o de los siglos. Quien me conoce sabe que no puedo dejar de pensar, por manía obsesivo-compulsiva y porque creo que son buenos ejemplos, en el combate entre la ciencia y la superstición sostenido durante los últimos 2.500 años, o en las permanentes amenazas al brillantísimo reconocimiento, hace menos de 300 años, de la igualdad y libertad de los ciudadanos, titulares de derechos inviolables ligados a su mera condición humana.

La perspectiva histórica evidencia que perdemos mucho tiempo, uno que realmente no tenemos si consideramos nuestra breve existencia individual. Precisamente es el afán por ganar tiempo el que me lleva a buscar a los adelantados a su época, aquellos sobre cuyos hombros convendría que nos colocáramos para seguir nuestro propio camino por una senda mejor y más recta, tal y como la ciencia (y a veces parece que sólo ella) hace sabiamente.

Esto guarda relación con algunas ideas sobre las que he escrito en el blog (y no pienso citarme), como que resulta sumamente improbable pensar con originalidad y que conservo cierta afición a los superhéroes, aunque aclarando que no soy en absoluto mitómano y que sólo veo frágiles humanos incluso en los que más admiro.

En más de una ocasión me ha rondado una idea que es más bien sólo una sensación difusa, una imprecisa intuición, que luego he visto analizada y ordenada rigurosamente por humanos mucho más inteligentes. Son descubrimientos sumamente placenteros. Así me ha ocurrido con Bertrand Russell (1872-1970), el brillante matemático, filósofo, hombre comprometido con su (largo) tiempo y personaje al que merece la pena acercarse por su visión humanista y racional. Uno de los pocos que coloco en mi particular y admirada categoría de “los que suelen estar en lo cierto”, cualidad especialmente meritoria en casos como el de Russell, que no se encerró en sus estudios científicos de vanguardia, sino que no paró de reflexionar en voz alta y clara sobre la violenta e imperfecta realidad social de la Europa del s. XX.



Y que la memoria de Mr. Russell me perdone por fijarme ahora en un pequeño (o tal vez no tanto) detalle que expuso en un opúsculo, pero que coincide con una de esas imprecisas ideas que me rondan la cabeza y el tiempo me confirma: el erróneo valor del trabajo en la sociedad moderna.

Como casi toda mi generación, fui educado en el espíritu del refrán «La ociosidad es la madre de todos los vicios». Niño profundamente virtuoso, creí todo cuanto me dijeron, y adquirí una conciencia que me ha hecho trabajar intensamente hasta el momento actual. Pero, aunque mi conciencia haya controlado mis actos, mis opiniones han experimentado una revolución. Creo que se ha trabajado demasiado en el mundo, que la creencia de que el trabajo es una virtud ha causado enormes daños y que lo que hay que predicar en los países industriales modernos es algo completamente distinto de lo que siempre se ha predicado.
(...)
En un mundo donde nadie sea obligado a trabajar más de cuatro horas al día, toda persona con curiosidad científica podrá satisfacerla, y todo pintor podrá pintar sin morirse de hambre, no importa lo maravillosos que puedan ser sus cuadros. Los escritores jóvenes no se verán forzados a llamar la atención por medio de sensacionales chapucerías, hechas con miras a obtener la independencia económica que se necesita para las obras monumentales, y para las cuales, cuando por fin llega la oportunidad, habrán perdido el gusto y la capacidad. Los hombres que en su trabajo profesional se interesen por algún aspecto de la economía o de la administración, serán capaces de desarrollar sus ideas sin el distanciamiento académico, que suele hacer aparecer carentes de realismo las obras de los economistas universitarios. Los médicos tendrán tiempo de aprender acerca de los progresos de la medicina; los maestros no lucharán desesperadamente para enseñar por métodos rutinarios cosas que aprendieron en su juventud, y cuya falsedad puede haber sido demostrada en el intervalo.

Sobre todo, habrá felicidad y alegría de vivir, en lugar de nervios gastados, cansancio y dispepsia. El trabajo exigido bastará para hacer del ocio algo delicioso, pero no para producir agotamiento. Puesto que los hombres no estarán cansados en su tiempo libre, no querrán solamente distracciones pasivas e insípidas. Es probable que al menos un uno por ciento dedique el tiempo que no le consuma su trabajo profesional a tareas de algún interés público, y, puesto que no dependerá de tales tareas para ganarse la vida, su originalidad no se verá estorbada y no habrá necesidad de conformarse a las normas establecidas por los viejos eruditos. Pero no solamente en estos casos excepcionales se manifestarán las ventajas del ocio. Los hombres y las mujeres corrientes, al tener la oportunidad de una vida feliz, llegarán a ser más bondadosos y menos inoportunos, y menos inclinados a mirar a los demás con suspicacia. La afición a la guerra desaparecerá, en parte por la razón que antecede y en parte porque supone un largo y duro trabajo para todos. El buen carácter es, de todas las cualidades morales, la que más necesita el mundo, y el buen carácter es la consecuencia de la tranquilidad y la seguridad, no de una vida de ardua lucha. Los métodos de producción modernos nos han dado la posibilidad de la paz y la seguridad para todos; hemos elegido, en vez de esto, el exceso de trabajo para unos y la inanición para otros. Hasta aquí, hemos sido tan activos como lo éramos antes de que hubiese máquinas; en esto, hemos sido unos necios, pero no hay razón para seguir siendo necios para siempre.
(B. Russell: “Elogio de la ociosidad”, 1935).

Ahí lo dejo, que voy a parecer demasiado ocioso.

martes, 19 de febrero de 2008

(Pre)campaña



No me puedo resistir. Les oí en la radio mientras volvía en el coche. Primero a uno y luego al otro. Entonces comprendí el verdadero significado de la (pre)campaña electoral: periodo de tiempo que los líderes políticos dedican exclusivamente a lograr el mayor parecido posible con sus guiñoles.

Progresan adecuadamente. Por el momento, empate técnico.

lunes, 11 de febrero de 2008

En el valle de Elah



En la película se contaba que el valle de Elah era el que separaba el campamento israelita del filisteo en aquella guerra que David resolvió a golpe de honda sobre el fatuo Goliath. Me entró curiosidad por comprobar el detalle en la Biblia, pero no encontré el nombre de ese valle, aunque sí una peligrosa petición de mano.

25 Y Saúl dijo: Decid así a David: El rey no desea la dote, sino cien prepucios de filisteos para vengarse de los enemigos del rey. Pero Saúl pensaba hacer sucumbir a David a manos de los filisteos. 26 Cuando sus siervos declararon a David estas palabras, pareció bien la cosa a los ojos de David, para ser yerno del rey. Y antes que el plazo se cumpliese, 27 se levantó David y se fue con su gente, y mató a doscientos hombres de los filisteos; y trajo David los prepucios de ellos y los entregó todos al rey, a fin de hacerse yerno del rey. Y Saúl le dio su hija Mical por mujer.
(Libro Primero de Samuel, 18:25-27)

Dudo que algún día retome la lectura de historias tan sagradas y sangrientas.

De vuelta a la realidad, resulta que tenía muchas ganas de ver “En el valle de Elah”, de Paul Haggis, sobre todo después del buen recuerdo de “Crash”, también dirigida por él, y tras saber que fue coguionista de “Cartas desde Iwo Jima”, amarga película que pude disfrutar hace unas pocas semanas. Aunque “En el valle...” pueda parecer a algunos lenta y pesada, no me ha decepcionado. Mr. Haggis es ya definitivamente otro tipo al que no pienso perder la pista.

Al ser la guerra un gigantesco campo de destrucción, el antibelicismo tiene mil detalles en los que fijarse. Esta vez tocaba el turno a la mutilación moral (la menos aparente pero la más dañina y dolorosa) de quienes intervienen directamente en el campo de batalla, reflejada en los espantados ojos de un hombre, militar retirado, que sólo puede recoger los despojos del hijo que ha regresado y al que, en todos los sentidos, apenas reconoce.

Como cada vez me repugna más la violencia, el antibelicismo me reconforta tanto como me irrita la irresponsable ligereza con que algunos hablan de la guerra sin haberla experimentado debidamente. La ignorancia nos hace rematadamente imbéciles. Esto me recuerda que tenemos un serio problema con la mirada de las cosas. Seguimos viendo la atrocidad con una inhumana fascinación. Sin ir más lejos, se avecinan festejos patrióticos con ocasión del bicentenario de un episodio de casquería en las calles de Madrid, desencadenado por razones (¿qué masa atolondrada las necesita?) que sabemos que no fueron tan elevadas como querríamos pensar.

Hay ocasiones históricas difíciles en las que la lucha por la libertad se hace ineludible. Desde luego no pienso en Irak. Pero cuando esas malditas ocasiones se presentan realmente ante nosotros y nos envuelven, no son más que un motivo para la tristeza. Sí pienso en la IIª Guerra Mundial. Y si por esfuerzo, dolor y fortuna sobreviene la victoria después de una sangría, no debieran seguirle demasiadas celebraciones, sino conmemoraciones respetuosamente silenciosas.

Perdón por ser la alegría de la huerta.
Fdo.: progre pacifista y melancólico.

sábado, 9 de febrero de 2008

No tan fieros


Siempre ando a vueltas con la empatía como una consecuencia necesaria de la auténtica racionalidad. Y aunque no desconozo la insensible crueldad de la vida y de la lucha por la supervivencia, no oculto que siempre me agrada comprobar que la empatía es una cualidad más natural de lo que pudiera parecer.




Encontrado gracias a Fogonazos, página sumamente recomendable que suelo visitar para aprender con asombro.

martes, 5 de febrero de 2008

Mi cosmología (la de andar por casa)



Esto no va a ninguna parte, pero son las cosas que me suceden los ratos en que ando ocioso. Es entonces cuando sobrevienen las ocurrencias. Pavadas. La última ha sido pensar que hay reglas de conducta humana casi tan ineluctables como las leyes físicas, y que no es difícil descubrirlas con un método empírico que siempre parece confirmarlas.

Son reglas que me parecen simples por lo evidentes. Acepto que no parece sencillo seguirlas y comprendo las razones que nos impulsan a no hacerlo, pero me indigna que no seamos capaces de ver esas reglas que nos convienen y que, por eso mismo y llegado el caso, no sepamos comprender que hemos cometido la estupidez de incumplirlas.

Entre otras muchas, una de esas reglas de la experiencia nos dice que cuando estamos inmersos en un conflicto, el camino más corto para su resolución pasa por el análisis riguroso y exigente de nuestros propios errores. Por el contrario, el camino más largo es el que tomamos cuando nos empeñamos exclusivamente en recopilar y reprochar los errores ajenos.

Se me dirá que es una simpleza, que hay conflictos y conflictos y que algunos tal vez no merezca la pena resolverlos. No quiero discutir, así que pensemos sólo en los que creemos que deben resolverse. ¿Acaso reconocer un error no es siempre un buen argumento? Pues a esgrimirlo.

Adivinanza final: en la irritante campaña política actual, ¿qué perdería el candidato que reconociera un error?

domingo, 3 de febrero de 2008

Letra

¡Pueblo del Chad, arriba y manos a la obra!
Has conquistado la tierra y tus derechos;
Tu libertad nació de tu coraje.
Levanta la mirada, el porvenir es tuyo.

Oh, mi Nación, que Dios te proteja,
Que tus vecinos admiren a tus hijos.
Alegre y pacífico avanzas cantando,
Fiel a los antepasados que te observan.

(Traducción aproximada del himno chadiano).

sábado, 2 de febrero de 2008

Expiación

Una historia que me proporcionó el placer de dejarme con el corazón encogido. Derretido.

Que me hizo pensar de nuevo en el frágil equilibrio de la felicidad, o de la esperanza de alcanzarla, siempre dispuesto a romperse.

Que habla detenidamente del remordimiento, ese doloroso sentimiento que encierra una virtud.

Que me encantó, vaya.
(Asunto estrictamente personal).