Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

viernes, 23 de noviembre de 2007

Una especie de pesimismo

Los humanos somos un resultado de un proceso de aluvión y me ha dado por pensar que resulta problemático. En varios sentidos la evolución se manifiesta en nuevas estructuras biológicas que se depositan sobre las antiguas. Así que es rascar la última capa superficial y aparece el viejo sedimento que creíamos desaparecido. Es crear las condiciones propicias y aflora en nosotros el cerebro de reptil que olvidamos que allí continúa. Eso hace que el progreso sea tortuoso y la experiencia invita a pensar que con el tiempo no somos necesariamente mejores, sino que tan solo tenemos más pasado, un cerebro con más capas, mejores oportunidades que solemos desperdiciar o quizá nada más que nuevas habilidades para ser los cocodrilos más despiadados.

Esto va por días. Hoy me ha dado por pensar que somos un especie que ha creado falsas expectativas. Sé que pasado mañana seré más objetivo y encontraré motivos para el optimismo. Pero de momento, ¿qué pensar del afán generalizado de los humanos por marcar territorio como gatos orinando por los rincones? Sólo es un ejemplo y no el más grave.

Hoy por hoy y en lo que a mí respecta, somos éste



Tal vez no lo parezca, pero seguimos llevando esa mirada entre alerta y asustada, ese gesto tenso del que apuesta todo por la supervivencia y sabe que a cada momento se la juega. Aparentamos no verlo, pero aquél es el aspecto que tenemos cuando nos damos los buenos días.

En fin, hoy por hoy y hasta pasado mañana, sueño con el advenimiento de las máquinas, de un mesías robótico.



Voy a rezarle un poquito.



P.S.: soy un iluso. Acabaremos peleándonos también por las benditas máquinas.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Inclasificable

Hay muchos aspectos irritantes en el actual debate político. Uno de ellos es la obsesiva práctica de la taxonomía con más que discutible rigor. Como se concede la mayor importancia a la supuesta categoría a la que cada cual pertenece, se comprende que haya que apresurarse por asignarla. Suele practicarse con los demás aunque también es común que se disfrute con la categorización de uno mismo. Antes de valorar lo que alguien hace o dice hay que mencionar la rama en la que debe colocársele y en general con eso ya está todo dicho. Y si uno tiene que presentarse, nada como decir cuál es su familia, género y especie.

Las cualidades de cada especie varían según el taxonomista de turno. La categoría de “los que están siempre en lo cierto” a veces es la de unos y a veces es la de otros, tiene un nombre científico u otro. Según se mire, es decir, según quien haga la necesaria clasificación. El asunto es confuso y pese a los debates no hay avances.

No niego que en un análisis político riguroso se puedan hacer clasificaciones, pero me estoy refiriendo a la genérica y estéril división de los sujetos políticos en tres o cuatro (las más de las veces, ¡dos!) grupos que al parecer los definen suficientemente. Eso del espectro político y las dos o tres coordenadas donde uno debe necesariamente encontrarse, dicen que a mucha honra.

Pues muy bien pero yo a lo mío. Como siempre, me interesan fundamentalmente los individuos y no puedo considerarlos como simples miembros de una determinada subespecie o habitantes de un único punto del espacio político. Por eso asocio el buen político al que se define por su inteligencia y su carácter, se resiste a ser clasificado (o ubicado) y provoca la disputa entre los taxonomistas de turno. He comprobado también que el político que despierta instintivamente mi simpatía tampoco gusta de clasificar a los demás con las rudimentarias categorías al uso.

Esta vaguedades en realidad tratan del estúpido uso del prejuicio en la política y, en oposición, de la relevante contribución a la vida institucional y política de ciertos individuos con suficiente amplitud de miras. Estoy hablando de la independencia personal y a cuento del anuncio de su retirada de la vida política hecho por Manuel Marín, Presidente del Congreso de los Diputados, que no puedo dejar de ver como una pérdida de lo que menos abunda y precisamente cuando más falta hace.


La vida política apenas me brinda estas ocasiones de reconocimiento, así que la aprovecho: me quito gustosamente el sombrero ante el Sr. Marín y le deseo buena suerte.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Il Gattopardo

“Un pastelón decadente que ya no resiste el tiempo”. Tiene razón Manuel Vicent en su interesante artículo sobre Giuseppe Tomasi di Lampedusa cuando habla de la película de Visconti.

El que me sigue intrigando es el intérprete. Concretamente el viaje de Burt Lancaster, una estrella de Hollywood, por la melancólica Europa de Visconti, con quien también rodó “Confidencias”, película que recuerdo haber visto con cierto desasosiego en un lejanísimo ciclo.

Tengo la impresión de que Burt Lancaster, a diferencia de alguna de sus películas, no ha caducado.

martes, 6 de noviembre de 2007

Diarios. Escenas de un puente

He logrado escaparme un instante para dar una vuelta por la feria del libro antiguo y de ocasión. La plaza está cerca de la casa y llego en un instante. Empiezo por..., pinto, pinto..., la izquierda. Nada más empezar oigo un acordeón. No me había fijado en el escenario que habían colocado en mitad de la plaza. Comienza un pequeño concierto. Voy pasando por las casetas, con el cuello en esquerzo leyendo los lomos de los libros. Alguien debería pensar en otra forma de exponer la mercancía que haga más cómodo el recorrido. Pero aunque estoy algo mareado por la lectura rápida de títulos que se repiten y el cuello va camino de la contractura, me demoro en el ambiente creado por el trío. Ya no sé si visito la feria o escucho el concierto. Jazz-folk o algo así porque no entiendo. Y esto le va a encantar a J.: "El Gran Libro del Porqué de las Cosas". Pero soy yo el que más lo necesita.

***

Debemos ir a un triste funeral. Los pequeños, M. y yo nos quedamos al fondo de la iglesia, muy concurrida. Una mujer mayor llega después y nos pide a gritos que nos movamos para dejarle sitio. Cuando lo hemos hecho nos da las gracias también a gritos. Para compensar, le respondo “de nada” sólo moviendo los labios. Los cuatro nos miramos y casi no podemos contener la risa. Comienza la ceremonia. Como he venido voluntariamente decido seguir el ritual todo lo fielmente que recuerdo. Compruebo que aún retengo la mayor parte de la monserga. Cuando llega el momento de “darse la paz” se forma un pequeño lío. Los del banco de adelante se dan la vuelta, varias manos se ofrecen a la vez, hay que organizarse y la anciana dice de buen humor y a gritos algo que no se entiende. Luego llega la comunión y de los altavoces sale una alegre cancioncilla que dice algo así como yo-soy-el-pastor-de-las-ovejas. Por el ritmillo me parece la banda sonora perfecta para los dibujos de Lucky Luke. M. (madre) me dice burlona que la grabe para ponerla después en el coche. Con el silencio sólo roto por la canción y el panorama de cabezas canosas que tengo delante me parece estar en un espectáculo infantil presenciado por ancianos. En eso ha quedado la religión oficial.

Al finalizar la misa otro sacerdote toma la palabra y algo dice de una novena. Nos tememos lo peor, pero el asunto finaliza tras unos padrenuestros. A la altura de la segunda oración veo a la pequeña M. que está resoplando. Me hago cargo. Ya a punto de salir J. me dice que no se ha enterado de mucho. Yo tampoco. Y que lo que más le ha gustado ha sido lo de la paz. Creo que lleva razón.