Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

martes, 30 de octubre de 2007

Genética aplicada



Cuando nació J. no quise que se llamase como yo. Deseaba que fuera muy diferente. “Pero si es seguro que será diferente”. "Supongo que sí, pero quiero que empiece a serlo por el nombre". Han pasado ocho años y mi empeño ha sido inútil. J. me recuerda enormemente a mí mismo y muy especialmente a la idea que tengo de lo que yo era cuando niño. Cuando le veo enfurruñado, irritado sin remedio, superado por algún contratiempo, incapaz de dar el pequeño paso atrás que le saque del callejón sin salida, veo al niño que yo era. Es entonces cuando tengo que intervenir en la pelea que J. sostiene consigo mismo, a ver si la gana y el enfado se disipa. Cuando todo pasa no quiere hablar de ello y súbitamente se comporta como un adulto. Tiene un gran corazón, sabe cuidar de sus sobrinos más pequeños y se preocupa de forma muy poco infantil por los más débiles. En esto y otras cosas es mucho mejor que yo y disfruto con la bendita diferencia.

La pequeña M. es caso aparte y me tiene desconcertado. “Pero esta niña tan guapa, ¿de quién son esos ojos verdes?” “Eso querría saber yo”. Sabe disfrutar de cada oportunidad que le brinda la vida. Siempre tiene claro lo que quiere y cómo conseguirlo, o cuándo no podrá obtenerlo y no merece la pena insistir ni disgustarse. Y es una de las personas más observadoras que conozco. Es traviesa como su madre pero ella también está sorprendida. Forma con su hermano una extraña pareja. A pesar de que casi son inseperables, J. está condenado a sentir celos de M. y rabia por resultarle a ella todo tan sencillo y a él, pobriño, tan complicado.

En fin, me estoy desviando. No pretendía presumir de ellos aunque reconozco que me resulta difícil no hacerlo. Tan solo quería hablar sobre el llamativo rastro genético que puedo seguir en J. y en la absurda esperanza que albergaba de no encontrarlo. Inevitablemente he terminado hablando del asombroso espectáculo natural que ofrece el rápido desarrollo de unos seres que, aunque tienen elementos biológicos esenciales en común con uno, son necesariamente ellos mismos y sólo ellos. Ya definidos y aún una incógnita. Protagonistas de una historia recién empezada que no pienso perderme, al menos hasta donde alcance a seguirla. Voy por las palomitas.

jueves, 25 de octubre de 2007

El pianista

La escena me pareció una impecable representación de la belleza en mitad de la desolación. O de cómo la barbarie destruye lo mejor de nosotros mismos, una y otra vez.

La escena también representa el momento en el que nos damos cuenta y es demasiado tarde.

Y además es Chopin y soy un romántico.

domingo, 21 de octubre de 2007

Los amigos de Peter

Por muchas razones, una interesante comedia con toques de melodrama. A quien la haya visto seguramente no necesito explicar por qué; a quien no, le recomiendo que la vea. Ha envejecido muy dignamente pero al volver a verla recientemente me han llamado la atención un par de detalles que tienen que ver con el paso del tiempo.

Al principio de la película se proyectan imágenes de acontecimientos ocurridos entre 1982 y 1992. Los personajes históricos que aparecen debieran resultarme simplemente familiares y sin embargo me parecen lejanísimos. No es que haya transcurrido mucho tiempo, es más bien lo rápido que ha pasado. Vivimos en plena aceleración histórica y lo pasado es en seguida remoto.

El segundo detalle ha sido el reencuentro con la estupenda banda sonora en absoluto original, compuesta de éxitos de los ´80. “Everybody Wants To Rule The World” (Tears for Fears), “You´re My Best Friend” (Queen), “Girls Just Want To Have Fun” (Cindy Loper), “Hungry Heart” (Bruce Springsteen), “Don´t Get Me Wrong” (The Pretenders) y otras. No soy mitómano y sé que buena música ha existido siempre, es sólo que aquélla enlaza especialmente con mi vida, al menos con una parte importante de ella.

La música... No quiero indagar en la misteriosa naturaleza de esa vibración armoniosa que excita nuestro cerebro. Hoy sólo quiero escucharla y felicitarme por vivir en esta época en la está tan a nuestro alcance esa variadísima e inagotable fuente de placer.





Sí, puede decirse que aparece el Dr. House con gafas de pasta y sin aparentes problemas en la pierna.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Los otros



Proliferan los blogs, oí que se decía. La gente necesita hablar en voz alta, pensé. Un día de estos tendré que ponerme al día en lo que está sucediendo, me dije. Así que empecé a leer asiduamente algunos blogs de personajes conocidos. Como ya dije en otra ocasión, a través de uno de ellos llegué al de las antípodas y a su absorbente relato. Nacieron entonces mis ganas de sumarme a la corriente de voces.

Hubo un tiempo en que escribí un diario que al final destruí. De eso hace ya muchos años. Sentí que con el blog recuperaba aquella costumbre. Desde mi anonimato el nuevo diario sería aparentemente público, pero sabía y sé que es realmente tan secreto como aquél que escribí a mano.

En las antípodas conocí a Lucía y a Pablo. Visité sus casas, me gustaron y se lo dije. Así son las formas en este mundo tan agradablemente (casi siempre) cortés. De Lucía me gustó mucho su análisis de una serie de televisión que sólo conocía de oídas y de la que luego algo llegué a ver. Y después he tenido ocasión de agradecer sus exposiciones de filosofía política o sus historias de Cuba. Con Pablo volví a disfrutar de las frases largas que a mí me resultan tan esquivas. Tal vez mi viejo pasado de opositor se revolvió en el cerebro provocando una natural afinidad. Aprecio muy sinceramente el esclarecido análisis de la realidad política que los dos realizan. En contra de mi cargante tendencia, me resulta difícil contradecirles sensatamente en nada. A partir de ellos, claro, he saltado hasta otros. Todos ellos forman un interesante grupo de debate al que me gusta asistir, generalmente como oyente.

A través de Lucía conocí a Nootka y a su algo indefinible que me gusta. Estoy en deuda con ella por avivar mi lado más gamberro.

Aunque le he dedicado un buen rato a la tarea, no recuerdo cómo tropecé con la Aviadora de Metal. Una gata huraña que hasta el momento no me ha lanzado ningún zarpazo, demostrando que, o bien no lo es tanto, o tengo el poder de amansar a las fieras, algo que, ahora que lo pienso, me sucede (bien, a veces no) en la vida real. Es mi “signorina” y no se me ocurre otra forma de resumir todo lo importante que ella es. Ha sido el más poderoso estímulo para seguir aquí y me ha obligado a prestar atención a la poesía. A partir de ella también he podido llegar hasta personas sumamente interesantes, otras amantes de la poesía y la literatura.

Precisamente a través de la Aviadora conocí a Daniel, un tipo esencialmente lúcido e imaginativo. Eso lo hace singular y, por ello, inclasificable. Y a partir de Daniel también he podido saltar a otros lugares también interesantes. Si tuviera tiempo para explorarlos suficientemente me permitirían saltar a otros y a otros y a otros…

Pero hay un límite, aunque no sé exactamente dónde. Y una vida real que consume la mayor parte de nuestro tiempo y está bien que así sea. Tampoco quiero decir que ésta sea irreal, que no lo es, pero aún me parece experimental. En cualquier caso quería detenerme un instante y hacer balance de estos meses. No tengo ninguna duda: es excelente. Y no tanto porque me haya permitido descubrir ciertos aspectos de mí mismo, sino porque me ha permitido conocer a los otros.

Con su permiso me quedaré por aquí, entre ustedes, quién sabe hasta cuándo. Es un placer.

La vida es bella.

jueves, 11 de octubre de 2007

Juego de disfraces con nación al fondo

Vuelvo brevemente a la política de la mano de la nación, ese tema tan recurrente.



La escena me surgiere dos cosas.

1.- La política ofrece buenas oportunidades de jugar a los disfraces. Rajoy quiso disfrazarse por un momento de presidente de una república que no existe o de jefe del gobierno, ese papel que parece resistírsele. Tuvo la suerte de poder hacer casi realidad sus sueños.

2.- Me quedan resonando en la cabeza varias palabras: nación, orgullo, símbolo, corazón, cabeza alta, sentimiento. Prefiero resumirlo: orgullo patriótico. Un concepto que se mueve entre lo inocuo y lo peligrosísimo, y por ello siempre innecesario y desaconsejable.

No puedo evitar volver siempre a lo mismo. Camino con la cabeza agachada porque creo que así se piensa mejor y se ve en realidad más lejos. Prescindo de los símbolos, salvo los matemáticos o los químicos. Sobre lo que nos une me interesan los rasgos humanos comunes y universales, poco o nada los artificios territoriales. Y cierro los ojos y me imagino cómo sería un mundo sin patrias ni orgullos nacionales. Nadie en su sano juicio y con mínimas nociones de Historia podría negarlo: sería incomparablemente mejor.

También voy a disfrazarme. Concretamente de Rajoy disfrazándose de presidente del gobierno. De esa guisa me despediría diciendo: “Feliz día del apátrida o, si lo prefieren, feliz patria interior porque no debe haber otra”. (Sonrío plácidamente al escuchar al fondo el grito desesperado del jefe de campaña:"¡Corten! ¡Corten! ¡¿Se ha vuelto loco?!").

Y ya sin disfraz lo digo: ¡feliz viernes festivo, qué carajo! Que cada cual lo disfrute a su modo.

domingo, 7 de octubre de 2007

Sin referencias



1.- Creo que soy noruego. Al menos trabajo como camarero en un restaurante noruego o en Noruega. Es pequeño, con sólo seis mesas. Soy feliz con mi bandeja. La dueña es una mujer japonesa mayor que yo. Me dice que la siga y llegamos a un almacén oscuro a través de una puerta disimulada en el baño. Allí abre una botella de vino y se marcha. Yo me quedo tomando un gin-tonic. Al cabo de un rato vuelve y me dice que ya se ha ocupado ella de atender las mesas. Y después entran los clientes en el almacén y pasan a otro comedor contiguo. Podré ocuparme de servirles la cena.

2.- Algunas parejas de amigos vamos por una calle peatonal en busca de un bar donde tomar algo. Llegamos hasta la puerta de un local y nos damos cuenta de que ése no es el que buscamos, que está en el otro extremo de la calle. Vuelta atrás. En el trayecto de regreso veo cómo una amiga pediatra corre con una niña en brazos. La lleva hasta un puesto de socorro en la misma calle y empieza a realizar maniobras de reanimación. La niña se incorpora llorosa: sólo estaba dormida.

Al final encontramos el local y entramos en él. Hay varios clientes y todos están en un completo silencio que rompemos ruidosamente los recién llegados. Intento hablar en voz baja, pensando que molesto. Una pareja sentada en una mesa al lado nos pide que les dejemos oír la televisión que está encendida. Les digo que deben comprender que se hable en el establecimiento. Parecen entenderlo.

3.- Voy al hospital para informarme del resultado de los análisis de ella. Me siento al lado de la médico. Los resultados han sido buenos. La médico me dice que ha hablado mucho con ella, refiriéndose a temas personales. Y que debemos cuidarla, sea quien sea el que finalmente lo haga: yo o el otro, su mejor amigo. La médico rompe a llorar y se marcha.

Hacía tiempo que no recordaba los sueños. El otro día, sin embargo, al despertar recordé esos tres. Me llamaron la atención y apunté unas palabras en una hoja para no olvidarlos. Creo recordar que siendo más joven prestaba atención a mis sueños y que encontraba en ellos referencias a sucesos o sentimientos. A lo mejor no era tan simple, pero lo cierto es que en esos tres últimos sueños sólo me explico la presencia de la señora japonesa. Para lo demás no tengo ninguna referencia, ni para los lugares ni las personas.

La verdad es que no me interesan demasiado los sueños. No sé hasta qué punto me equivoco, pero los considero simples juegos cerebrales involuntarios que no están llamados a tener necesariamente sentido, y que cuando lo tienen nada dicen que nuestra consciencia no sepa o pueda saber. Prefiero la vigilia porque en ella opera la razón y no me interesa indagar en un hipotético inconsciente.

Ahora bien, como me gusta que me cuenten historias, no dejan de sorprenderme gratamente esos momentos en los que yo mismo me cuento algunas de las que nada sé.

miércoles, 3 de octubre de 2007

De malos malísimos



Además de provocarme una amplia sonrisa, esta travesura de Daniel me hizo pensar. Tantas veces constatando la mayor complejidad y atractivo de los personajes malvados de las historias, que simplemente había concluido que eran mejores que esos buenos que casi siempre terminan ganando. Ahora tocaba encontrar algún momento para intentar indagar el porqué.

Fue volviendo a recoger el coche cuando me pareció verlo algo claro. A punto de golpearme con la farola que advertí en el último momento, comprendí que es fundamentalmente una cuestión de proximidad.

Para simplificar la cuestión sirve acudir a viejos personajes de una antigua historia. Me refiero al diablo y a los ángeles y a su extrema representación del bien y el mal. Si nos fijamos en ellos comprobamos que Satanás es uno de los nuestros, intuimos que nos comprende y a su vez le conocemos muy bien. Por eso no nos cuesta describirlo, porque es en buena medida real. El ángel, por el contrario, es un ser completamente irreal. Si parece desdibujado, sin perfiles precisos, es porque no lo conocemos, tan distinto como es a nosotros.

Puede aplicarse a la mayoría de los personajes más o menos simplificadoramente malvados y bondadosos que ha creado la imaginación humana. En los malos siempre reconocemos la ambición, la frustración, el rencor, la deslealtad o el egoísmo con los que estamos tan familiarizados. Nos gustan las caricaturas y el malvado suele ser una de nosotros mismos. Pero el bueno..., realmente nos resulta ajeno y por eso su victoria muchas veces nos parece la de otro. ¿Quién no ha tomado cariño más de una vez a algún malvado, indignándose por la suerte final que le depara la historia?

Moraleja: los buenos sólo dejarán de ser ocasionalmente indigestos cuando los humanos seamos mejores.