Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

jueves, 25 de octubre de 2007

El pianista

La escena me pareció una impecable representación de la belleza en mitad de la desolación. O de cómo la barbarie destruye lo mejor de nosotros mismos, una y otra vez.

La escena también representa el momento en el que nos damos cuenta y es demasiado tarde.

Y además es Chopin y soy un romántico.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Discrepo, nada consigue destruir la pasión por el piano del protagonista, ni siquiera en la patética escena en la que está encerrado en un piso con un piano que no puede tocar y que sus dedps sobrevuela ávidamete obteniendo un leve, pero necesario, consuelo. Al final se lo quitan todo, hasta casi la vida, pero lo mejor de él siguie siempre intacto, incluso reforzado.

Anónimo dijo...

Tiene razón en que la destrucción nunca es absoluta, pero lo planteba desde la perspectiva del oficial alemán. Al ver aquella belleza casi arruinada por la guerra pareció comprender mejor la locura de la barbarie a la que había contribuido. Y para él sí era ya demasiado tarde.

Anónimo dijo...

No entiendo cómo en una misma persona (en este caso, el oficial alemán) puede confluir la sensibilidad artística y la profesión de la guerra. Sucede así en muchos de los grandes dictadores, por ejemplo, Hitler destruyó toda Polonia pero perdonó la ciudad de Cracovia porque la consideraba "su preferida, por bella". Además, tras su muerte se encontró una completísima colección de discos pertenecientes a los mejores músicos judíos. ¿Habrá alguna explicación psicológica para eso? me descoloca muchísimo.

Yo también soy romántica, si bien me inclino más por Mozart.
Un beso, caballero.

Anónimo dijo...

Me voy de fin de semana de casa rural, a no pensar en maldades, crueldades y locuras.
Creo que el espanto de aquella guerra y del nazismo se llevó por delante todo, también a los que tenían sensibilidad artística, convirtiéndolas en víctimas o verdugos, héroes o villanos. Había para todos.
Feliz fiz de semana, aviadora.

Anónimo dijo...

Buenos días, Miguel. Le imagino a usted y a su princesa en el salón de la casa rural, frente a la chimenea (apagada, aún), sentados y leyendo el periódico frente a sus niños, que están jugando a pintar sobre la alfombra. Y encima están desayunando churros.... ¡yo también quiero irme a una casa rural, joder!

Nada, que disfrute la naturaleza y abríguese bien con un buen gorro de lana, que ya bajan las temperaturas. Un beso.

Anónimo dijo...

Gracias por sus buenos deseos. Quizá influyeron: días despejados, tiempo cálido (la chaqueta a ratos innecesaria), entorno bellísimo, casa con encanto... Lamento ponerle los dientes largos, pero ¡que viva la madre que parió al turismo rural!
Besos para usted.

Anónimo dijo...

En cuanto al aprecio por el arte de estos [ponga aquí su apelativo preferido], es sencillo: eran personas y como tales apreciaban lo bello, como todos. Que luego tuvieran sus puntito psicópata (incluso clínicamente) no quita lo otro. El que carecieran de empatía, y por tanto de remordimiento a la hora de usar a otras personas como objetos, no quita que no tuvieran su vena sensible para la música, el arte o e incluso el amor. Los humanes semos asín.

Nootka dijo...

Qué fuerte que hayas puesto a Adrien Brody esta semana. Bajo mi piel de gamberra late un corazón romántico que busca significados y sentidos a las cosas más dispares.
Es guapo Brody, eh?

Anónimo dijo...

Brody está re-bueno. El cantante de Ketama, también. Todo cuestión de narices.

Lenny Zelig dijo...

¿Por qué fuerte lo de Brody? ¡Nootka, no será la Pataky! Eso sí que sería requetefuerte.

Y lamentándolo mucho, como en algún momento pudo verse, no puedo presumir de narices. En otra vida será.

Anónimo dijo...

Yo, yo hice el comentario sobre el atractivo que tienen las narices (sonrojo de vergüenza). No obstante, a mí usted me parece muy atractivo en esa foto suya del interrail. La edad no puede haber destruido eso, por dios.