Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

lunes, 24 de mayo de 2010

Epístola de Zelig a sí mismo

En esto de la crisis y la forma de superarla hay dos planos. Por un lado, el de las medidas racionales que, teniendo muy presentes nuestros cretinos instintos, sirvan para encauzarlos hacia lo que consideramos (¿cretinamente también?, quién sabe) mejor. Es un plano en el que mi completa ignorancia económica me impide decir nada.

Pero luego está el plano de las actitudes, esas que sí, lo sé, apenas pueden cambiarse y que a lo sumo lo hacen lentísimamente, si es que cambian. Lo que se dice en relación con ese plano es básicamente verborrea, un puñado de buenos y simples deseos, sí, también lo sé, pero es mi campo. Algo así como ejercicios de autoayuda social al modo del insufrible Bucay, cuyo disfraz de charlatán, sí, también lo sé, últimamente llevo a cuestas. Pero como observo que es muy fácil criar perfectos cretinos, irresponsablemente, habrá que intentar que uno mismo lo sea algo menos, por muy inútil que termine siendo el esfuerzo.

Este es mi sermón, hermanos:

El esfuerzo acaba recayendo sobre la clase media, se dice con irritación. Sin embargo, en verdad os digo que no imagino que pueda ser de otro modo. Dejando al margen consideraciones sobre la justicia, no hay nada más lógico. No es solo que sea la más numerosa, es que la clase media constituye el punto de apoyo de una sociedad realmente desarrollada y en ella radica la mayor consciencia del esfuerzo colectivo que requiere mantener el bienestar general. De hecho puede decirse que la unidad de medida del progreso social, al menos tal y como yo lo entiendo, es la tasa de crecimiento de su clase media.

La clase alta puede construirse su propia comodidad, su propio mundo, mientras la escasez de recursos y las exigencias de la supervivencia en la clase más baja limitan decisivamente su capacidad de cooperación. Hay excepciones, sin duda, hay filántropos adinerados y experiencias solidarias de autogestión en la marginalidad, pero en una sociedad como la nuestra el empuje colectivo está en la clase media y no podemos esperarlo en ningún otro lugar. Pese a la indiferencia general y el fastidio de algunos, realmente vivimos en una mesocracia.

Bien mirado, todo ello no es algo de lo que lamentarse, sino de lo que responsabilizarse. Y si en una crisis como la presente la clase media asume los sacrificios necesarios para no perder miembros, sería incluso algo de lo que enorgullecerse.

(Nada mejor que este blog para predicar perogrulladas en el desierto).

viernes, 21 de mayo de 2010

Flipper, ladrón

Los pequeños no pueden estar quietos y la tienda de animales es una oportuna alternativa que me libra de su nerviosa compañía mientras espero en la caja del hipermercado. Abonada la compra, los pequeños insisten siempre en que entre a ver la nueva oferta de mascotas. Sobre todo la pequeña. Hoy son unos gatos peludos que nos observan con ojos grandes y curiosos. El otro día, un cachorro de bulldog dormitando. Antes, unas ardillas eléctricas. Debo fingir ante los niños para evitar complicaciones. Conviene que no sepan, al menos aún no, que los animales de la tienda me interesan a mí incluso más que a ellos.

Nosotros y los otros seres vivos, nos los comamos o no. Nuestra conciencia y las conjeturas (de nuevo) en torno a dónde alcanza la suya. Y las sorpresas que siempre depara cualquier experimentación seria y concienzuda.



Beware of Flipper, Flipper, he's such a lover,
You will discover when he steals your heart!

La canción ya se lo advertía a Richard O’Barry, uno de los adiestradores de los delfines hembra que interpretaban el papel de Flipper en la serie de televisión. Al principio no hizo caso, pero después Ric tomó conciencia de la conciencia de esos mamíferos y se entregó a la causa de su libertad, y en contra de los delfinarios a cuya proliferación sabía que había contribuido.

El premiado documental “The Cove” (2009), narra su denuncia de lo que sucede en una bahía en Japón, en Taiji, donde se capturan delfines para los acuarios y se mata al resto para aprovechar su carne, al parecer tóxica por la alta concentración de mercurio. Vencer el secretismo local y sus controles, y conseguir así filmar la matanza de delfines, pasa por organizar una operación prácticamente militar que se describe minuciosamente.



Quedo con la sensación de que el documental tiene algo de exagerada dramatización. No dudo, sin embargo, de la sinceridad del personaje de Ric y del íntimo lazo que ha establecido con esos mamíferos. La firmeza de su compromiso no es solo comprensible, es realmente admirable.

Se trata en cualquier caso de una muestra muy concentrada de empatía y ya se sabe lo muchísimo que la valoro. Burlarse de ella tiene el mismo sentido que hacerlo de la generosidad. Puede que ninguna de las dos sea capaz por sí sola de resolver algunos de los dilemas en los que cuentan, pero son completamente indispensables para resolverlos de la mejor manera.

Sí, ando pensando en los toros.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Conjeturando

Vivimos en el error. Las cosas no acaban siendo como creíamos que eran. Las primeras impresiones nos confunden, cuando no lo siguen haciendo las quintas. Si repasamos nuestra vida honestamente no vemos más que un permanente gazapo. Persistente. Habrá excepciones, pero son pocas, así que es poco probable que seamos una de ellas.

Puestos en situación, quedan dos opciones. O somos escépticos con nuestro propio criterio, o nos entusiasmamos con nuestras casi seguras equivocaciones. Y aunque lo parezca, no es más cómodo lo segundo, que exige mucho fingir, mucho inventar y, finalmente, mucho (tratar de) justificar.

Inmerso en el mundo de las opiniones necesito referencias, puntos de apoyo, y luego apuntarlos. Simples frutos de mi miope observación. Hoy, miércoles 19 de mayo de 2010, anoto la enésima conjetura en el margen del blog: si no eres humilde -y creo que eso se percibe-, tu opinión vale menos. O mejor: si no eres humilde, estás jodido.

Como han sido ya muchas aunque no las recuerde, llamaré a esta conjetura la "Zelig-veintitantos". En algo muy, pero muy, lejanamente parecido a la notación matemática se escribiría así:

∀opinante X ∉ los humildes ⇒ X ∈ los jodidos
.

A ver quién es el guapo (no humilde) que la refuta. O (el humilde) que la demuestra. Al distribuir así los cometidos de unos y otros, ya se ve que sospecho que nuestras particulares conjeturas no son más que una proyección de lo que somos o, más correctamente, de lo que queremos ser. Y esa sospecha, por supuesto, no es más que una nueva conjetura, la "veintitantos + 1" para ser exactos.




Pero qué gusto da dejar las cosas en orden.

lunes, 17 de mayo de 2010

La crisis, el excedente, los funcionarios y el monje

Lo confieso: hace nueve años solicité la excedencia en mi puesto de funcionario para tener menos ingresos. Es mi forma de entender la microeconomía y no sabría decir en qué escuela de negocios lo aprendí. Ya cerró. No negaré que había entonces buenas razones para mi decisión, aunque también es cierto que el tiempo reveló que eran malas. ¿Quién iba a imaginar aquello? No importa. Lo decisivo es que hace nueve años entré en recesión y la primera variación intertrimestral fue de verdadero pánico. Y las sucesivas. Y no sé si en algún momento he hallado la senda del crecimiento o si es que permanezco sumergido desde entonces en un mercado volátil. No sé muy bien lo que digo, francamente, pero quiero emplear términos a la altura de mi tiempo. Lo que sí sé es que no he vuelto a tener ingresos equiparables a los que reflejaban aquellas puntuales nóminas, que he pasado a trabajar más y que, por encima de todo, me importa muy poco tanto lo uno como lo otro.

Hoy, casualidad de casualidades, me he tropezado con tres antiguos compinches de la misma Administración, cada uno de un cuerpo distinto y todos de un considerable nivel. Supongo que estarán irritados con la rebaja que se les avecina, pero qué les puedo decir que no sea que no comprendo la importancia que cualquiera quiera dar a tener un poco menos. De hecho, hace tiempo que pienso que tener un poco menos es un camino que convendría a las sociedades opulentas si tuvieran la sabiduría de querer transitarlo con justicia.

¡Comunista!
No, perdón. Si acaso, alguien interesado en la felicidad.

Redes (16/05/10): La ciencia de la compasión


jueves, 13 de mayo de 2010

Tropiezos

La casualidad. Era después de comer y acababa de leer un artículo de José Juan Toharia titulado "Elogio y nostalgia del doctor Marañón", cuando se presentó la alternativa: o pego cabezadas aquí mismo o sigo avanzando entre las ruinas que son el escenario de "Las armas y las letras". Podría ser al revés, pero finalmente me digo que si eso, la siesta luego, y abro el libro por donde debo seguir y me tropiezo nuevamente con el mismísimo Marañón, esta vez bajo la mucho menos elogiosa mirada de Andrés Trapiello, que no lo ubica en la lúcida y perdedora tercera España, sino en la dos y media, la que colaboró con entusiasmo en la instauración de la República y más pronto que tarde respaldó la sublevación militar.

La fortuna nos libre de tiempos dificilísimos como aquéllos, rápidamente adueñados por los más violentos y sectarios. Pero el completo y variopinto retrato intelectual de la época que se dibuja en el absorbente libro pone de manifiesto una cierta evidencia política: que puede ser relativamente sencillo detectar los errores de un sistema democrático imperfecto, sus aspectos más grotescos o intolerables, pero está al alcance de muy pocos sugerir el mejor método para corregirlos y no agravarlos, ni reemplazarlos por otros peores. Y que cuanto más imperfecto es el sistema, más fácil resulta lo primero y más difícil lo segundo.

Sospecho que, por regla general y salvo las contadas excepciones que sólo el paso del tiempo revela adecuadamente, los mortales estamos a la disparatada y chusca altura de los males que denunciamos. Aplíquese entonces, ahora y siempre.

jueves, 6 de mayo de 2010

Confesiones de un niño de la U.C.D. (Una breve y apasionante historia política)

En la época de la Transición la afición política se mascaba en el ambiente y hasta los imberbes sucumbíamos a ella. Había que ser de un equipo y yo era de la U.C.D., exactamente tal y como podría ser de cualquier otra cosa. Sería que mi padre también lo era. Si recuerdo que aquél era el equipo de mis amores, o lo que realmente fuera, es porque me ha venido a la memoria aquella vez en que, tendría yo doce o trece primaveras, mi hermana A., la mayor, me preguntó qué partido político prefería. Para su disgusto, ella que era del P.S.O.E., confesé mi preferencia aunque aliviado de no tener que explicarla.

Pasó el tiempo y fui girando a la izquierda, moderadamente. Sería que mi padre también. Pero todo sin entusiasmo ni fundamento ni razón. Al buen tuntún y con la cabeza a pájaros.

Y así hasta hoy, sin sobresaltos ni grandes distancias. Sé bien que no puedo presumir de no haber dado llamativos bandazos (si es que darlos es verdaderamente peor) porque es solo que he empezado a andar muy tarde. No he tenido tiempo de moverme y tal vez ya no lo haya. Al estar en la más completa inopia me perdí una juventud radical y alocada, pero no creo que haya motivos para lamentarlo demasiado: observo que en muchos casos aquella experiencia juvenil se ha convertido en un pasado contra el que pasarse el resto de la vida luchando obsesivamente, más allá de lo razonable y a veces muchísimo más allá.

Llegados al 2010, el atolondrado niño de la U.C.D., o lo que queda de él, observa que las elecciones se acercan aunque parezcan lejanas. Forma parte de mi molesta naturaleza preocuparme antes de tiempo. Mira, A., si hubiera una alternativa socialdemócrata verdaderamente atractiva tendría pocas dudas, así, al tuntún. Pero me temo que, ay, no se la espera ni por asomo para descrédito de sus representantes. Con ese panorama me parece que tampoco servirá pensar contra quién pudiera merecer la pena votar, ese desesperado criterio que tanto placer me proporcionó en el año 2004. Barrunto que en 2012 desearé la derrota de dos y que sólo me quedará un tercero que no podrá impedir la victoria de alguno de aquéllos. Me veo en zugzwang.

Si fuera británico, ah, qué diferencia. Mr. Zelig sabría qué votar hoy. O al menos contra quién. Por los rizos de la Reina, espero que no se equivoquen ustedes, ladies and gentlemen.

O, al menos, que no me equivoque yo.