La casualidad. Era después de comer y acababa de leer un artículo de José Juan Toharia titulado "Elogio y nostalgia del doctor Marañón", cuando se presentó la alternativa: o pego cabezadas aquí mismo o sigo avanzando entre las ruinas que son el escenario de "Las armas y las letras". Podría ser al revés, pero finalmente me digo que si eso, la siesta luego, y abro el libro por donde debo seguir y me tropiezo nuevamente con el mismísimo Marañón, esta vez bajo la mucho menos elogiosa mirada de Andrés Trapiello, que no lo ubica en la lúcida y perdedora tercera España, sino en la dos y media, la que colaboró con entusiasmo en la instauración de la República y más pronto que tarde respaldó la sublevación militar.
La fortuna nos libre de tiempos dificilísimos como aquéllos, rápidamente adueñados por los más violentos y sectarios. Pero el completo y variopinto retrato intelectual de la época que se dibuja en el absorbente libro pone de manifiesto una cierta evidencia política: que puede ser relativamente sencillo detectar los errores de un sistema democrático imperfecto, sus aspectos más grotescos o intolerables, pero está al alcance de muy pocos sugerir el mejor método para corregirlos y no agravarlos, ni reemplazarlos por otros peores. Y que cuanto más imperfecto es el sistema, más fácil resulta lo primero y más difícil lo segundo.
Sospecho que, por regla general y salvo las contadas excepciones que sólo el paso del tiempo revela adecuadamente, los mortales estamos a la disparatada y chusca altura de los males que denunciamos. Aplíquese entonces, ahora y siempre.
La fortuna nos libre de tiempos dificilísimos como aquéllos, rápidamente adueñados por los más violentos y sectarios. Pero el completo y variopinto retrato intelectual de la época que se dibuja en el absorbente libro pone de manifiesto una cierta evidencia política: que puede ser relativamente sencillo detectar los errores de un sistema democrático imperfecto, sus aspectos más grotescos o intolerables, pero está al alcance de muy pocos sugerir el mejor método para corregirlos y no agravarlos, ni reemplazarlos por otros peores. Y que cuanto más imperfecto es el sistema, más fácil resulta lo primero y más difícil lo segundo.
Sospecho que, por regla general y salvo las contadas excepciones que sólo el paso del tiempo revela adecuadamente, los mortales estamos a la disparatada y chusca altura de los males que denunciamos. Aplíquese entonces, ahora y siempre.
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