Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

martes, 26 de agosto de 2008

Tiritos

Me levanté tarde, qué le vamos a hacer. Era domingo, caray. Sólo llegué al emocionante último cuarto (cachis en la mar serena) y me zampé íntegramente la ceremonia de entrega de las medallas. Qué mayor está Samaranch. Me llamó mucho la atención el trajín de los tres directivos encargados de colgar las medallas, pero más aún cómo tenían que coger la mano de varios jugadores norteamericanos, ajenos al elemental gesto de cortesía. Como que el último, Carmelo Anthony, dejó en el aire la mano extendida de federativo de turno.

Aunque estaba en el aire aquello de la recuperación de la hegemonía patria perdida en el baloncesto, me pregunté quién en su sano juicio podría sentir especial orgullo por personajes tan aparentemente poco presentables como esas arrogantes estrellas del músculo. Tenía curiosidad por saber qué opinaría sobre el asunto el inteligente y cosmopolita Paul Shirley al día siguiente. Su contundente artículo lo dejó claro.

Cuando uno ha tenido la oreja recalentada por el cansino Manolo Lama y su pelma pronóstico diario de medallas para la patria, Paul Shirley resulta una tonificante pomada.

Me voy a echar unos tiritos.

Surrealismo italiano

Aquí y allá cuecen habas, pero cómo pasar por alto que Berlusconi prepara un nuevo disco. No le faltan maneras.



O cómo no detenerse en las oportunidades que brindaría –no sólo a las participantes— un concurso de belleza de monjas en internet. Sister Italia 2008.

En la bellísima Italia Rafael Azcona sería un simple reportero.

domingo, 24 de agosto de 2008

Sueños y despertares

Me repito, así que supongo que no miento. Vuelvo a decir que disfruto encontrando personajes en cuya piel sueño meterme. Mis héroes. Son muchos y variados, y habitualmente de ficción. Percibo que con el tiempo van cambiando de aspecto y algunos, lo confieso, son verdaderamente impresentables. El último con el que me he topado, y me avergüenza decirlo, es el personaje Ted Earley de la serie de televisión “Life”. Ted cometió algún tipo de fraude societario o bursátil y acabó en la cárcel, donde conoció al detective Crews. Una vez ambos fuera de prisión, Ted se dedica exclusivamente a gestionar la jugosa indemnización que percibió el detective. Una buena vida en dedicación exclusiva.




“Un mundo de preocupación”. El mismo que diviso en ese instante inmediatamente anterior al pleno despertar, ese momento en que todo es un problema y además irresoluble. Luego me incorporo y la plena consciencia disipa la inquietud. Pero ese instante...

Sueños estúpidos y despertares angustiados, dos malditas expresiones de mi proverbial inadaptación al mundo.

viernes, 22 de agosto de 2008

Tachundachín

Las Olimpiadas me cautivan. No solamente las competidoras. El “homo ludens” que intento cultivar se me desparrama en estas fechas. Pero vivo en permanente contradicción: incluso sin considerar el odioso Partido organizador de estos últimos Juegos, hay muchos elementos de la gran ceremonia olímpica que hieren mis sentimientos. Los himnos, por ejemplo. No hay recompensa sin tachunda-tachunda. ¡Y qué tachundas, la Virgen! No lo digo por las notas, sino por las letras.

La Red nos permite conocer en un instante lo que dicen las cancioncillas patrias. Traduce símbolos que llevamos años percibiendo sin alcanzar su significado. Desde luego no reniego del conocimiento, pero enfrentado a las traducciones casi desearía no haberlas conocido.

“¡Si nos unimos como hermanos, derrotaremos al enemigo del pueblo!” Lo decía ese himno de la absorbida República Democrática Alemana. Me abstengo de recordar qué enemigos han tenido los pueblos (que no sé qué son) a lo largo de la Historia, cuán delirante ha sido su arbitraria selección y qué terrible destino han tenido los desdichados.

La China de hoy tiene naturales afinidades con aquella Alemania Oriental de ayer. “Con nuestra carne y sangre, alcemos una nueva Gran Muralla. (...) ¡Desafiando el fuego enemigo, marchemos!”. Eso es: alambradas, barreras, límites, fosos, y nada de elementos convencionales de construcción, no, no, sino carne y sangre, mucho mejor. Soberbia estupidez.

En estos ejemplos no cabe Dios. Es lo único bueno que tienen. Pero Él está presente en otros muchos.

“Eres única, eres inimitable, Protegida por Dios, tierra nativa”. Ahí está la nueva Rusia, ortodoxa y sí, inimitable.

“Siempre fue nuestro lema: ¡En Dios confiamos!”. América, América, si en Dios confiamos..., mal empezamos, no digo más.

Menos mal que nos queda la Europa Occidental. Estamos a salvo, o no.

“¿No oís bramar por las campiñas
A esos feroces soldados?
Pues vienen a degollar
A nuestros hijos y a nuestras esposas

¡A las armas, ciudadanos!
¡Formad vuestros batallones!
Marchemos, marchemos,
Que una sangre impura
Empape nuestros surcos”.

¿No es emocionante La Marsellesa? ¿No debería imponerse a los niños su aprendizaje obligatorio? Pues así es. Creo que el contexto histórico en el que se compuso ese poema disparatado y sanguinolento no justifica que siga siendo un símbolo obligatorio de la Francia de hoy. Otra notable estupidez firmemente consolidada por la tradición, es decir, porque sí.

“Juncos doblados son las espadas vendidas;
Ya el águila de Austria
Las plumas perdió;
La sangre de Italia,
La sangre polaca
Bebió con el cosaco,
Pero el corazón le quemaron.

Estrechémonos en cohorte,
Preparados para la muerte;
Italia llamó”.

Scusi? Que sí, que hubo un violento momento histórico que lo explica, ¿y qué? ¿Nos seguimos estrechando en cohorte? El roce hace el cariño, cierto.

No quiero seguir. Las Olimpiadas me cautivan y reúnen a los mejores atletas del mundo, pero los himnos contienen las voces de algunos de los mayores estúpidos del mundo.

No apreciamos debidamente lo bien que se vive sin letra. ¡Tachán!

jueves, 21 de agosto de 2008

DDR

Hubo un tiempo en que se oía a todas horas. Después se hizo el silencio. Un alivio en todos los sentidos.



No hay más rastro que algunas plusmarcas imposibles, como la de Marita Koch en 400 metros lisos. Un sospechoso torpedo por la calle dos.

Franco

Me imaginaba que era mi tía Gertru, la que regentaba la carnicería, con ese pelo descuidado y la apariencia de haber dejado tiempo atrás los cuarenta. Todo un carácter. Y si decía que había que comerse la merienda, pues se comía y sin rechistar. Eso me imaginaba. La realidad era que se trataba de una mujerona más joven y de apellido extraño que ganaba un campeonato mundial u olímpico en alguna modalidad de lanzamiento, tras seguir una rigurosa dieta rica en esteroides anabolizantes. El orgullo del Este, esos grises países con himnos verdaderamente hermosos.

(Helena Fibingerová, atleta checoslovaca –de cuando podía decirse así-, medalla de oro en la prueba de lanzamiento de peso en los Mundiales de Helsinki, 1983, y bronce en las Olimpiadas de Montreal, 1976).

Es una de las imágenes que guardo en la retina deportiva de aquellos tiempos. Y no, no puedo olvidarme de Mariano Haro, pequeño y moreno, trotando al fondo.

Las cosas han cambiado algo, tal vez menos de lo que parece. El dopaje se ha empezado a combatir al mismo tiempo que se extendía. El desmelenado orgullo patrio expresado a través del deporte no retrocede, sino que parece proliferar tanto como se van constituyendo nuevos pequeños Estados, esos entes que en realidad no precisan más que una línea imaginaria en un mapa y un equipo olímpico. Y no puedo olvidar que de aquellas siniestras factorías deportivas en el Este, ya desmanteladas, el infame régimen chino parece haber tomado los planos para construir las suyas.

Ya basta, sólo quería hablar de cómo ha cambiado mi tía. Reconozco que en el lanzamiento de jabalina las Gertru siempre fueron más estilizadas pero que recuerde, nunca tanto como la paraguaya Leryn Franco.


(Primera Princesa de Miss Bikini Universo 2006 en su fallida serie de calificación en Pekin 2008).

Los lanzamientos son demasiado cortos y los jueces acuden para la medición a partes vírgenes del campo que nunca visitan. Por no ser una Gertru, Leryn casi ni es atleta. De hecho, creo que ha sido invitada a los Juegos precisamente para maravilla de imbéciles como yo con pocas cosas que hacer en agosto. Sea como fuere, muchas gracias.

martes, 19 de agosto de 2008

Wall.E

Se mezclaban imágenes de la bárbara destrucción en el Cáucaso con el formidable espectáculo olímpico celebrado en esa nueva R.D.A. Aquí y allí había banderas, orgullos nacionales y divisiones artificiales, aunque en uno de los dos lugares no había rastro de fraternidad ni la habrá durante un largo tiempo. Una nueva oportunidad para alimentar mi desprecio por las patrias y los pasaportes, esos papeles que afirman que eres un sospechoso extranjero en todas las partes menos en una. Pero había que sacar partido al abono al cine infantil que adquirí hace unos cuantos años y aparcar la indignación por un momento.

Había leído críticas muy elogiosas de “Wall.E”, así que no podía contar con el factor sorpresa que hace especialmente grata la sensación al final de una película que nos ofrece más de lo esperado. Y sí, también me gustó y mucho esta película no exactamente infantil, pero me pareció percibir en ella una conclusión de algún modo equivocada, un errado mensaje subliminal. No es extraño: no es la primera vez que alguien (¡aleluya!) los ha visto claramente en el cine de Disney (¡aleluya!).




He comprobado que, en efecto, en el palacio del cartel de “La Sirenita” puede apreciarse algo extraño. Tal vez no le falte razón (¡aleluya!) al buen hombre cuando nos ilustra sobre la “Little Marmaid” (¡aleluya!).




Pero no, no hay nada sexual en el mensaje que me pareció escuchar en esa excelente película que es Wall.E. Contiene una irreprochable crítica al consumismo desaforado y a sus desastrosas consecuencias medioambientales, pero al mismo tiempo, y en contra de las apariencias, dispensa a los robots un trato que considero injusto. Wall-E, Eva y cuatro rebeldes (simples máquinas defectuosas) son los héroes, y lo son porque son casi humanos. Por el contrario, los demás robots (los auténticos, los que siguen las instrucciones que les han dado los humanos) se presentan como un medio para la destrucción física de sus constructores, condenados a un sedentarismo absoluto. De hecho, al final de la película, justo antes de los títulos de crédito, se nos muestra como final feliz el retorno al trabajo físico: que si la pesca con red, que si la albañilería tradicional... Me parece un disparate. El trabajo físico y esforzado sólo tiene encanto fundamentalmente para los que no lo han ejercido de forma continuada. La cobertura racional de nuestras necesidades básicas por medio de las máquinas no nos obliga a comer más de lo que necesitamos ni a movernos menos de lo que nos conviene. Las máquinas estarán al servicio del consumismo, de la destrucción medioambiental o de nuestra decadencia física sólo si así lo decidimos. Precisamente porque dependen exclusivamente de nosotros, no hay ninguna duda de que las máquinas son un instrumento maravilloso si somos inteligentes.

Vuelvo a lo de siempre. Creo que la búsqueda de la felicidad de los humanos pasa por reducir sus compromisos laborales, su esfuerzo para la cobertura de las necesidades esenciales. Deslomarse sólo debe ser una opción libre. Y para ello las máquinas son indispensables. ¡Viva la robótica!

¡Aleluya!