Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

lunes, 30 de noviembre de 2009

Solidaridad (en la nevera)

Sigo disfrutando de "Mad Men" en su tercera temporada. Gota a gota, joya a joya, capítulo a capítulo. Pero sigo sin aprender ni entender nada de publicidad. Será por eso que sujetar un mensaje con un imán en la puerta de la nevera de mi casa llega a ser, en mi retorcida cabeza, una contribución a una campaña publicitaria. Y como no sé apenas nada de la W.W.W., me gusta fingir que el blog es parte de una invisible red, aunque no lo sea.

Por todo eso, por lo que no sé, por lo que debo fingir que no sé y, sobre todo, en reconocimiento a las iniciativas generosas, cojo el imán, busco la imagen y la pongo con cuidado en mi frigorífico:



http://www.librovirtual.org/librosolidario.php

Campaña conocida por conducto de Daniel, uno de los autores del libro, a quien una vez más felicito y deseo suerte.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Feliz año nuevo

Quedan muchos días aún para cerrar el ciclo. Con las luces navideñas ya encendidas no parecen tantos. Aunque tal vez en algún lugar, siguiendo alguna particular tradición o con arreglo a algún tipo especial de calendario con cualquier caprichosa referencia astronómica, alguien lo esté celebrando en este mismo instante.

Por si las moscas, feliz año nuevo.



"Whatever works", 2009, de Woddy Allen. (Me parece que recuperando el pulso).

Suele reprochársele a Woody Allen que cuente siempre la misma historia, que es la de su vida sin ir más lejos. Salvo excepciones, es probablemente cierto, pero ¿qué importa si al acabar la película nos queda por un tiempo una sonrisa en los labios?

Claro que no importa si funciona.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Sonrisas y lágrimas

Trabajo junto a un teatro. Quiero creer que al otro lado de la pared del despacho está el fondo del escenario. Me parece que no pero le falta poco. No lo frecuento lo suficiente y me lo reprocho. Tal vez cuando los pequeños no lo sean tanto, me digo. Espero no mentirme esta vez. Ayer, sin embargo, pudimos hacer una excepción y una escapada, aunque fuera a un pequeño auditorio que está un poco más allá. En esta época de Cajas de Ahorros suculentas o intervenidas, denostadas al cabo, gracias a una de ellas pude asistir a una deliciosa representación de "Por el placer de volver a verla", una obra de Michel Tremblay interpretada por Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza.


Un delicado homenaje del autor a su madre que nos hace reír y conmovernos, y un recordatorio de cómo me impresionan los actores. Me alegra la casualidad de que Elvira Lindo escriba hoy sobre algo tan parecido a las sensaciones con las que anoche volvíamos a casa atravesando una ciudad fantasma.

Quedaron demasiadas butacas vacías. Lástima. Era noche de fútbol.

lunes, 23 de noviembre de 2009

¿Quién teme a la crítica?

Me agradó tropezarme el otro día con el artículo de Enrique Lynch publicado en EL PAÍS. Encuentro práctico y educativo parar a menudo fuera de los lugares más comunes. Y así como comprendí su referencia a la película "Magnolia", reconozco que me desconcertaron sus comentarios musicales y el peligro que advertía en ciertas letras.

Después de escuchar con atención creo que Shania Twain se mofa de mi buga tuneado y admito que lo hace con fundamento; que Shakira se limita a despedirse definitivamente de mí apenas superado el dolor por mi abandono, aunque no vean cómo lamento haber calculado mal su tolerancia al engaño; o que Julieta Venegas me tira amablemente por la borda de la cesta, es verdad, pero encuentro divertida su representación del adiós, no menos que el dispositivo mecánico de aquella vez que anduve tras mujeres que supieran volar.



"El lado oscuro del corazón", 1992, de Eliseo Subiela. (Va a ser que tendré que volver a verla).

Reconozco, sin embargo, que me agradó menos la respuesta airada de algunos lectores y del propio periódico, concentrada en la sección de la Defensora del lector, Milagros Pérez Oliva. La razón de mi desagrado es que por higiene mental me impongo leer lo que me incomoda. Intento así descubrir si el error está en lo que leo o en mis prejuicios y reconozco que, pese a la carga de los segundos, con frecuencia los hallazgos son sorprendentes. Si admitimos que cualquier producto humano es criticable -es decir, mejorable-, así debe ser por encima de que nos guste más o menos el producto mismo o su crítica, que también será criticable. Considerar sólo admisible la crítica si nos gusta el argumento -que es lo que viene a sostener la Defensora del lector en relación con el feminismo-, vetar la publicación de todo lo que no cumpla esa condición -que es lo que desean algunos lectores-, supone empobrecer gravemente el debate y, por tanto, también a los lectores, aunque no parezcan darse cuenta. Por mi bien, confío en que la peligrosa reducción del campo de juego de la sana discusión no forme también parte de ese "núcleo central de la identidad" del diario al que se refiere Milagros Pérez Oliva.

martes, 17 de noviembre de 2009

Colegas

Somos muchos y estamos en todas partes. Los abogados. A diferencia de otros oficios, el nuestro parece indispensable para cada situación y a cada instante. Hemos conseguido hacer del mundo una reppublica di avvocati, cuyo paraíso es mi entrañable Italia, donde la vida pública es algo así como un interminable proceso legal.

Tantos asuntos reclaman nuestros servicios que algunos tienen que ser necesariamente odiosos. Pero alguien tiene que atenderlos. Ese alguien son ellos y a veces los vemos a pares.


Estos dos tienen una larga trayectoria pero sugen nuevas promesas, estrellas repentinas que exhiben con gracia ese aire de "noveanelpapoquetengo" mientras el coro mediático se apresta a escuchar la primera tontuna que se les ocurre.


Gracias, colegas. Si no existiérais, tendríamos que inventaros.

sábado, 14 de noviembre de 2009

La conciencia de sus ojos

Cada vez me pregunto más por qué acudo al blog para contarme lo que pienso. Aunque tengo mala memoria, aún no necesito un instrumento que me recuerde lo que va pasando por mi cabeza. A veces creo que no es más que una forma de entrenar una cierta mirada del mundo practicada por alguien condenado a desconfiar del objetivo del entrenamiento. No sé si me conviene.

La inutilidad se evidencia cuando observo el ejemplo de quienes, teniendo una similar conciencia de ciertos desastres, tienen el valor de ir hasta ellos y retratarlos a un palmo de distancia.


Gervasio Sánchez, periodista, Premio Nacional de Fotografía 2009.

Es autor de un largo, constante, directo, conmovedor e irrefutable mensaje contra la barbarie, sin la menor concesión a la hipocresía reinante. Ejemplar, sin matices, como en aquel pequeño y emotivo discurso con ocasión del Premio Ortega y Gasset en la categoría de periodismo gráfico que recibió el pasado año.

Es natural que recuerde otra de aquellas películas que vi demasiadas veces seguidas. "Bajo el fuego”, de 1983, dirigida por Roger Spottiswode, con Nick Nolte, Gene Hackman y Joanna Cassidy en sus papeles principales. Y por encima de todo, con la música de Jerry Goldsmith.



Una representación de los desastrosos efectos de la Guerra Fría, esta vez en uno de aquellos rincones de Centroamérica donde era caliente.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Homo fiscus


La incivilización tiene síntomas, como cualquier otra enfermedad. Uno de los más irritantes y comunes es el de invocar las graves infracciones ajenas cuando somos pillados en una propia, que siempre es más pequeña que la más grande que nos apresuramos a imaginar. Ya saben, eso de “agente, vergüenza le tendría que dar estar poniéndome una multa de tráfico en vez de perseguir a los narcotraficantes”. (Una pausa comercial: si quiere recurrirla, tome mi tarjeta) Qué grima. La incivilización es muchas cosas, también una forma odiosa de irresponsabilidad.

Lo de los impuestos y cómo percibimos su utilidad y necesidad reales es al parecer cosa más compleja, pero creo que tiene que ver con la civilización y nuestra tendencia a ignorar su importancia. Tal vez haya una dosis fiscal óptima o tal vez lo óptimo sea siempre discutible en este resbaladizo asunto. En cualquier caso los impuestos constituyen una autoexigencia de responsabilidad social. El uso de lo recaudado siempre es perfectible y a veces insoportablemente imperfecto, pero solemos asumir la conveniencia de garantizar un mínimo de bienestar general que reduzca graves desigualdades de otro modo insalvables, y la necesidad de una contribución suficiente para lograrlo. Sin duda somos civilizados o eso creemos.

Pero luego llega el momento de pagarlos —los impuestos, digo-, y es entonces el chirriar de dientes. El afortunado los considera un vergonzoso expolio de su particular mérito y esfuerzo, mientras el desfavorecido se pregunta si no sería mejor que los pagara cualquier otro menos necesitado. Y luego están los del medio, indignados por sentir que a fin de cuentas son ellos los que pagan el pato –el grueso de los impuestos, digo. Así que todos contentos. Qué panorama. Eso sí, todos civilizados y convencidos de que más le valiera, señor inspector, perseguir el blanqueo de capitales de los narcotraficantes.

Solo quería dar un pequeño rodeo hasta llegar a la iniciativa del médico jubilado Dieter Lehmkuhl y otros pocos acaudalados alemanes, decididos a pagar más impuestos para colaborar en la reconstrucción económica mediante la inversión en ecología, educación y justicia social. La noticia de su existencia, días atrás, me dejó sin palabras.



Creo que se debió al brillo de civilización que desprende esa reluciente pepita en mitad de la mierda.

domingo, 8 de noviembre de 2009

El secreto de sus ojos

El comercio estabece la jerarquía y la demanda dispone dónde tienes que sentarte. Esta vez toca la sala más pequeña, casi el vestíbulo del cine, y mientras la película comienza se oye claramente el murmullo de voces en el exterior encaminándose al resto de las salas. Esta noche la mayoría vuelve a equivocarse. Muchos se perderán una pequeña joya de la disfrutaremos apenas una docena de privilegiados.


"El secreto de sus ojos", 2009, de Juan José Campanella, basada en la novela "La pregunta de sus ojos", de Eduardo Sacheri.

Me pierde el dramatismo porque lo cierto es que, más allá de mi experiencia personal, la película está teniendo un merecido éxito de taquilla. En ella se combinan eficazmente varios elementos clásicos de la historia de las buenas historias con un puñado de buenos actores. Uno de esos elementos es el personaje de compinche alcoholizado del protagonista, el secundario y triste payaso que aporta algo de relajada comedia en mitad del drama.



Hace veinte años habría vuelto a verla.