Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

lunes, 27 de julio de 2009

P.S.

Hablando de soberanía, debo decir que me encantó oír un himno extraño en la ceremonia final de esa apasionante carrera ciclista.



Dicen que es el de Dinamarca, ese gran pequeño país.
Ah, poder sentirse nórdico por un ratito.
Felicidades, Alberto (Contadorssen).
Por todo.

viernes, 24 de julio de 2009

Con diplomacia

Soy un tipo condenado al disfraz. Por muchas razones, empezando por mi nombre. Hoy me pongo el de diplomático, ese cuerpo funcionarial que parece una estirpe y que siempre me represento alto, delgado y con frac, atravesando el patio del Palacio Real con las credenciales en la mano.


(Qué recuerdos. De cuando fui nombrado embajador ante la Santa Sede. Con esta foto siempre propongo el mismo juego: si desaparecemos los que llevamos frac, ¿a qué siglo parece corresponder la escena? Lo sé: es imposible dar una respuesta precisa. Hay un margen de tres siglos, entre el XVI y el XVIII. Reconozco que me fascinan -salvo cuando me desesperan- los lugares donde el tiempo se detiene).

Como me estomagan los trapos de colores –sólo aprecio su utilidad en la cocina—, he resuelto prescindir del banderón de rigor y sustituirlo por un lema en el frontispicio de mi bella embajada:

Cuando la soberanía entra por la puerta, el sentido del ridículo sale por la ventana.

Asomado al balcón principal del edificio, apoyado en el lema que tengo justo bajo mis pies, observo la reciente visita del Ministro Moratinos al Peñón de Gibraltar. Me parece ver al Secretario General del Partido Popular en Andalucía, Antonio Sanz, en un atril junto a la verja, diciendo a quien quiera escucharle: un paso definitivo en la renuncia de la soberanía de Gibraltar, un error histórico e insulto a la dignidad de España.

[Este asunto patriótico coloca a nuestra impenitente derecha una vez más en el centro del escenario de una tragedia cómica. Como que parecen personajes de "La Venganza de Don Mendo":

Al pie de esta enorme roca,
Vengo y lo digo estupendo,
Que la mole es española,
Como que me llamo Don Mendo
.]

Un poquito más allá se ven algunos llanitos entusiastas. Afirman que el peñasco es suyo y las aguas que lo rodean también. El subsuelo parece habérseles olvidado, de momento. Qué perra con los derechos reales. No descarto que por un lado o por otro me corresponda a mí algo, aunque solo sea cuarto y mitad de excremento de macaco autóctono. Tampoco descarto que sea en la mirada de los monos donde se refleje con mayor precisión la imagen de lo que realmente somos cuando hablamos estúpidamente de lo que es nuestro y solo nuestro.

Soy tan incapaz de comprender la falsa polémica del peñasco como de apreciar la conveniencia de la anterior visita del Ministro Moratinos a Guinea Ecuatorial, un viaje organizado por la próspera O.N.G. Negocios Sin Fronteras, Sección Sátrapas. Creo que habría sido mejor que nuestro servicio exterior hubiera preguntado a Mr. Obama, con ocasión de su reciente visita africana, por la marcha de las concesiones petrolíferas a empresas norteamericanas que están enriqueciendo en exclusiva al codicioso y tiránico Obiang y a su selecta camarilla mientras la mayoría de la población es simplemente despreciada, si no maltratada. Dado que en su reciente estancia en Ghana Obama destacó la importancia que tienen un buen gobierno y la sociedad cívica en la promoción de un desarrollo duradero –y desde luego no seré yo quien lo discuta—, Moratinos habría hecho bien en preguntarle al presidente americano si un puñado de buenas razones estratégicas son suficientes para hacer una excepción con Guinea Ecuatorial.

En fin, la política exterior nos enfrenta al mundo, a todos sus ángeles y demonios, y nos coloca por ello en la incómoda tesitura de adoptar un postura frente a cada uno de ellos. Por eso mismo quizá sea la parte de la política que mejor nos retrata, así que debemos cuidar el gesto. Ni compareciendo ante la verja, indignados, ni rindiendo pleitesía a Obiang, ufano, quedamos muy favorecidos.

Ya está. Me quito el frac, desalojo el palacio antes de que llegue su propietario y arrojo el lema al polvoriento rincón adonde van a parar todas las cosas.

jueves, 9 de julio de 2009

De izquierda a derecha

Llevaba algún tiempo sin prestar atención a esas palabras tan desgastadas por el mal uso, pero reconozco que seguramente conservan más significado de lo que creía. Un artículo de Daniel Innerarity ha colocado en orden esas vagas impresiones que llenan –sólo ellas— mi cabeza:

(...) Por supuesto que ambas [la derecha y la izquierda] aspiran a defender tanto la igualdad como la libertad y que nadie puede pretender el monopolio de ambos valores, pero el énfasis de cada uno explica sus distintas culturas políticas. La diferencia radicaría en que la izquierda, en la medida en que espera mucho de la política, también tiene un mayor potencial de decepción. Por eso el vicio de la izquierda es la melancolía, mientras que el de la derecha es el cinismo.
Esto explicaría sus distintos modos de aprendizaje, lo que probablemente responde a dos modos psicológicos de gestionar la decepción. La izquierda aprende en ciclos largos, en los que una decepción le hunde durante un espacio de tiempo prolongado y no consigue recuperarse si no es a través de una cierta revisión doctrinal; la derecha tiene más incorporada la flexibilidad y es menos doctrinaria, más ecléctica, incorporando con mayor agilidad elementos de otras tradiciones políticas.
Por eso la izquierda sólo puede ganar si hay un clima en el que las ideas jueguen un papel importante y hay un alto nivel de exigencias que se dirijan a la política. Cuando estas cosas faltan, cuando no hay ideas en general y las aspiraciones de la ciudadanía en relación con la política son planas, la derecha es la preferida por los votantes (...).


El ángulo me parece adecuado: como la virtud no es la regla en los humanos, a la hora de definir posiciones políticas no hay nada mejor que prestar atención a los defectos de cada una. Así se las reconoce más fácilmente. Y el substrato psicológico de la orientación política -en realidad, de casi todo- me resulta cada vez más evidente.

Melancolía frente a cinismo. Ajá, eso parece. O histéricos aspavientos al más mínimo hedor de la realidad frente a plena adaptación a la mierda.

Fijarse en los defectos ayuda a explicar en parte ciertos fenómenos, como el de la frecuente evolución política desde posiciones de izquierda hacia otras más conservadoras. (Sé que no soy preciso pero se me entiende). Considerando los respectivos defectos y el hecho de que la mierda del mundo siempre está ahí, rebosando, es más comprensible querer dejar de ser de izquierdas que lo contrario. Cuestión de hartazgo y supervivencia.

Conozco bien mis defectos y no tengo por ello ninguna duda. Soy un izquierdoso condenado a querer dejar de serlo. De momento, sin éxito.