No sé, no sé. Como diría Al Swearengen, espero que el puto año nuevo sea menos jodidamente cabrón que este 2008 de los cojones.
Como siempre, los peores son los mejores (personajes). "Deadwood". HBO, como siempre.
Qué agradable sería negarse a llevar a los pequeños si no fuera imperdonable. Pero los ojitos lastimeros de los hábiles chantajistas vencen a la tentación del adulto desesperado. Ya en medio del polvo y del ruido, junto a los chocones y a dos pasos de la tómbola ensordecedora uno va comprendiendo. En contra de la insistente impresión de que los cambios sociales se suceden a velocidad de vértigo, hay espacios en los que el tiempo se ha detenido. La feria, esa cosa de provincias que se monta en la fiesta grande local, es uno de ellos. Me parece estar oyendo a mis padres quejarse del precio de los viajes. Como yo. O maldecir el insufrible volumen de la música. Como yo. O lamentarse de que la atracción no dura nada. Como yo. O entrar en una de esas casas de terror o similares, solo para comprobar que, como se temían, aquello es una auténtica mierda pinchada en un palo. Como yo. O no parar de advertir que no se pise ese cable metido en un charco. Como yo.
En realidad, después de los treinta y pico años de los que guardo recuerdo -y del siglo que me imagino- sólo parece haber un cambio significativo: hoy en día los feriantes contratan a rumanos para sus empresas nómadas. No puedo dejar de sentir curiosidad por su vida, de aspecto tan poco romántico como la de aquellos ucranios que montaron un circo en el pueblo y representaron un espectáculo tan deplorable que pensé que necesariamente tenían que saber que lo era.
En fin, niños, ya es tarde. Ya volveremos el año que viene.
Empiezo a deprimirme con solo trescientos sesenta días de antelación.