Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

sábado, 30 de junio de 2007

Despedida en la red

Paul ha cogido el avión. Vaya un tipo tan singular.

Un día oyes hablar de un australiano, traductor e intérprete de español, que anda contando sus impresiones desde España. Visitas su diario y te tropiezas con inteligencia, sensibilidad y, en el fondo, literatura. Queriendo hacer ejercicios con el lenguaje, terminaron por salirle cabriolas llenas de humanidad. Una grata sorpresa. Y en el aire, un triángulo (pentágono, más bien, si contamos a los mellizos) amoroso que amenaza tormenta.

Soberbio espectáculo. Y necesariamente aparecen los espectadores, incluso con diferencias horarias. A veces asoman desde sus cubículos, comentando. ¿Qué sabrán? Se acostumbran al parte de novedades, convertido en una de sus series favoritas. Primera temporada, segunda y final. Tras luchar dignamente, dolorido, nuestro hombre cierra una etapa de su vida y su blog. Lástima que la historia no tenga una banda sonora con la que poder tropezarse con nostalgia en el futuro.

No sabemos si en la terminal del aeropuerto estará Yoshiko. Pero tras el ventanal que se abre a la pista se adivinan los fantasmales visitantes del blog, borrándose.

domingo, 24 de junio de 2007

El necesario precedente y la imposible originalidad




Cada vez que algo nos ronda la cabeza, ¿cuántas veces ha rondado la misma idea la cabeza de un humano? Cientos de miles es la respuesta probablemente más correcta, con un margen de error de varios millones de veces.

Hay que ejercitar el pensamiento propio, pero es fundamental (de perogrullo) aprovechar la tarea de quienes nos precedieron, entre los que siempre se encuentran quienes indagaron con mayor rigor, agudeza, profundidad, intuición e inteligencia. Salvo para unos pocos elegidos, a los demás mortales nos está vedada la originalidad. Como individuos comunes sólo nos podemos permitir ser “selectos”, en el sentido de capaces de seleccionar lo mejor del análisis humano anterior. (De hecho, estoy convencido de que esto mismo lo han pensado ya otros muchos, y muy probablemente lo he escuchado o leído en algún lugar que ya no recuerdo, quedándome interiorizado desde entonces).

Viene esto a cuento de la gozosa oportunidad que he tenido de volver a ver algunas escenas de “El Sentido de la Vida” de los Monthy Python. Por supuesto que ellos tampoco son originales, pero plantean con formidable humor cuestiones aptas para sesudos análisis. Dos ejemplos:

1.- Al comienzo de la película varios peces con rostro humano nadan en una pecera, de un lado a otro, saludándose cortésmente a medida que van apareciendo y cruzándose con los otros. “Buenos días”, se dicen. Uno llega a preguntar, para sorpresa de los demás: “¿Qué hay de nuevo?”. En un momento dado uno dice: “Eh, mirad, ¡se están comiendo a Howard!”. Todos se vuelven de frente. Otro pregunta: “¿En serio?” Y en el siguiente plano se ve, desde el interior de la pecera, la mesa de un restaurante donde están sirviendo un pescado a un cliente. Al poco rato, uno de los peces comenta: “Eso da que pensar, ¿verdad?” A lo que otro pregunta: “¿Y qué sentido tiene?” Otro responde: “No sé...”

Las paradojas que plantea la consciencia de uno mismo y que sugerí en otro post, están deliciosamente concentradas en ese lacónico arranque de la película.

2.- En otra escena de la película (“Tercera Parte: Luchando entre sí” -fighting each other-), ambientada en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, un asalto de un grupo de soldados británicos se frustra tras el hilarante diálogo entre los soldados y el capitán que dirige el ataque. Ante la posibilidad de que no vuelvan a verse, los soldados le comentan a su oficial que han hecho una colecta con la que le han comprado algún obsequio: primero, un reloj de mesa. El oficial está sinceramente agradecido y no sabe qué decir. Pero no es lo único, también le muestran otro gran reloj de pie, comentándole que ha habido un malentendido entre los soldados sobre quién debía comprar el regalo y por eso habían adquirido dos por separado. Un balazo derriba el reloj. El capitán les anima a iniciar el ataque, pero le entregan un tercer reloj, esta vez de pulsera, que había comprado un cabo que no estaba al tanto de los otros regalos. También le entregan una carta de todos los soldados, lamentando que estuviera manchada de sangre. Por último, lanzan tres hurras por el capitán. Al tercero, un disparo hiere en el pecho al soldado que había hablado en nombre de todos y entregado los regalos. Malherido, le dice al capitán que hay algo más para él: un cheque. “Oh, de veras, esto es demasiado”, dice el oficial. El soldado que debía tener el cheque no lo encuentra y dice que estará en la trinchera número cuatro. Cuando se dispone a ir a ella, el capitán imprudentemente grita: “¡Por todos los santos, olvídelo!” Los soldados le reprochan que ha ofendido los sentimientos del herido. Llegan a amenazar al capitán con no darle el pastel (sí, también lo tenían preparado). Se lo enseñan, diciéndole que el herido se lo había hecho especialmente para él, guardando sus raciones durante seis semanas. Otro disparo da al herido, prácticamente rematándolo. Le siguen reprochando al capitán el mucho tiempo que ha dedicado el soldado a la elaboración del pastel, “cortando limones y mezclando azúcar y almendras”. Otro disparo acaba con la vida del soldado que le reprochaba al capitán su desconsideración hacia el dichoso pastel. El oficial finalmente comprende, se olvida del ataque y resuelve que se comerán el pastel. Mientras va ordenando los preparativos, otros soldados son abatidos. “¿Cuántos platos, señor?”, le pregunta un soldado. “Seis”, responde el capitán. Cuando se dirige a buscarlos, el soldado es abatido de un disparo. El capitán, que lo ha visto, dice: “Cinco”. La escena termina mientras se coloca una mesa portátil en la cima de la trinchera, con la cámara alejándose.

Hay que verlo. A partir del chocante paralelismo entre la inminencia de la muerte y la despedida de un jefe o compañero de trabajo, la parodia muestra crudamente el absurdo y la locura de la guerra cuando se la ve lo suficientemente cerca. Otra idea, la del absurdo en el rito de las matanzas entre humanos, especialmente nada original, desde luego, pero que también me ha rondado la cabeza frecuentemente. Por ello tendré que escribir(me) algo sobre los que no perciben la sinrazón y coleccionan soldados de plomo y libros sobre esa impostura (hay muchísimas) llamada “el arte de la guerra”.

Habrá que reconocerlo. Lo que pienso se encierra básicamente en una película de los Monthy Python. Perfecto para no darse la menor importancia. Lo que me remite al decisivo papel del humor. Otra cuestión absolutamente nada original, pero que siempre me anda rondando la cabeza.

martes, 19 de junio de 2007

El oficio de abogado (no necesariamente de oficio)




No conozco bien otras profesiones, pero ésta es la monda. Y acudir asiduamente a los tribunales es sumergirse en un sorprendente mundo, casi tan irreal como el océano visto a través del ojo de buey de un batiscafo.

Necesitamos instrumentos de solución pacífica de los conflictos, pero los tribunales están demasiado hechos a la medida de los humanos. Por eso es casi mejor no toparse con ellos, sé lo que me digo.

Para quien no haya tenido ocasión de conocer el ritual de la jurisdicción y sea lo bastante honesto, no dejará de llamarle la atención lo irrelevante que en él es la realidad. Sé que sucede en muchos lugares, pero allí es algo especial. En ninguna otra parte he visto mentir con tanta contundencia. Salvo en el teatro, en pocos sitios se representa tanto. Nadie está seguro de nadie y todos desconfían de todos. Es comprensible: en la mayor parte de los casos en el juego hay al menos uno que no dice la verdad. ¿Quién será?


El árbitro del juego es quien menos sabe de los jugadores. Por eso es el que más desconfía. Para hacer llevadera su tarea precisa ideas preconcebidas y dejarse guiar por sus primeras impresiones; muy probablemente (casi al 50%) erróneas, pero agradablemente firmes.

El árbitro observa el juego y proclama al vencedor. La intuición del más desconfiado dirime la contienda. Divertidamente imprevisible. La monda.

Dije que sólo en el teatro se representa tanto como en los tribunales. No, hay otro lugar. ¿No han caído en cuánto abogado hay en la política?

sábado, 9 de junio de 2007

Conscientes (1)


El asunto da para mucho, por eso coloco un prudente número uno. Es una idea recurrente que me inquieta y me sugiere muchas preguntas. El grado de consciencia de sí misma que tiene la especie humana, ¿es realmente una ventaja o un inconveniente? Lo pregunto porque tendemos a actuar como si no la tuviéramos, sabedores tal vez de la incómoda panorámica que la consciencia nos ofrece. ¿Es buena esa capacidad de reconocer lo que somos para un ser vivo que no es más que un simple eslabón de un proceso evolutivo? ¿Nos ayuda a sobrevivir o pone en peligro nuestra supervivencia?

Se lo preguntaré al macho de la viuda negra (latrodectus mactans mactans). [Inciso: fascinante la capacidad de la red para ofrecernos información precisa.] A lo que iba, le advertiré a nuestro pequeño macho que tras la cópula, la hembra (una impresionante mujerona) tratará de alimentarse de él. Le aclararé que su casi seguro trágico final no será en vano: bien alimentada la hembra, no tendrá que buscar comida y la prole sera más viable.

Rásquese la cabeza, esposo de la inminente viuda, tómese su tiempo. No le reprocho que hoy no quiera dedicarse al amor y prefiera desoír la llamada del instinto para prolongar un poco su existencia.

Pero no es tan simple. Podemos aventurar que si la hembra tiene el mismo grado de consciencia, pactará con el macho una dieta distinta tras el apareamiento. Por ello creo que nuestra araña ha tenido suerte esta vez: la consciencia no ha acabado con la especie. Debo seguir buscando.

lunes, 4 de junio de 2007

Una de superhéroes

A los niños les encanta fingirse superhéroes. Necesitan esa identificación para el desarrollo de su personalidad, así creo que dicen los psicólogos. Yo debo de seguir siendo un niño: aún echo mano de mis (super)héroes para mantenerme en pie. Y puede que no se perciba exteriormente, pero noto que el proceso de formación de mi personalidad prosigue de algún modo, incluso a estas alturas, siempre precisado de buenos ejemplos humanos que busco incansablemente y siempre encuentro.

No parece que sea un caso muy común, o al menos no lo parece el grado que en mí alcanza. Pero pienso que en la heterogénea vida siempre hay espacio para diferentes tipos de seres que, bien mirados, no son ni mejores ni peores, o eso quiero pensar. Aunque estar permanentemente necesitado de referencias externas, como un niño que no termina de crecer del todo, puede resultar frustrante, ofrece la contrapartida de agudizar la percepción que tenemos de los demás. Tanto tiempo mirándolos que uno acaba por verlos mejor, o eso quiero pensar. La vida está llena de compensaciones, o eso quiero creer.

Lo único seguro de este caso (casi patológico) es que Di Blasino no es diferente de Spidermanín o Supermanito (éste, por supuesto, mejicano).
P.S.: Ahora que lo pienso, si en la vejez nos volvemos como niños, ¿qué me espera a mí, que aún lo soy?

sábado, 2 de junio de 2007

El año de la ciencia



Es una buena idea, pero no es suficiente. No entiendo cómo no estamos celebrando la era de la ciencia. Si nos enfocamos adecuadamente, y para ello precisamos alejarnos unos cientos de miles de kilómetros, hay dificultades para encontrar sentido a nuestra existencia. Investigar el universo que la cobija es una de las pocas razones que lo consigue. La ciencia ha progresado de forma vertiginosa en los últimos siglos, cada vez más aceleradamente y con mejores canales de divulgación. El mundo gira en torno a la tecnología que ha propiciado el progreso científico. Lo sabemos, pero en realidad vivimos al margen del profundo y auténtico significado de la ciencia. Enfrascados en nuestros compromisos diarios, en nuestra sofisticada supervivencia, no tenemos tiempo para asombrarnos y disfrutar del sorprendente mecanismo del cosmos. La realidad natural es mucho más fascinante que la convencionalmente construida por las sociedades humanas. Y no lo vemos: lo convencional cubre lo real sin dejar resquicios. Por ello necesitamos un proceso de descontaminación. Una breve inmersión en el frío vacío del espacio bastará.