Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

martes, 23 de septiembre de 2008

Inteligencia amarga

No sé si hay algún tipo de humor tan acertado que pueda situarse por encima del espacio y del tiempo. Tampoco sé si sería un acierto. Tal vez el humor no sea más que un producto cultural apegado a su circunstancia y no hay nada de malo en ello. De lo que sí estoy seguro es de que hay cierta mirada inteligente que trasciende del tiempo y lugar en el que vive el que la proyecta, una que además rezuma un intenso humor amargo que los años –y los siglos, sospecho— no debilitan. Así que puede que haya un humor que no caduque, pero creo que tiene que ser ácido y lúcido. Como el de Billy Wilder.

Soy un cinéfilo desastrado, sin referencias ni memoria, sin orden ni concierto. Conste. Y me doy cuenta de que es ahora mismo cuando empiezo a prestar verdadera atención a la pantalla. Nunca es tarde. De modo que al volver a ver “El apartamento”, algo menos de cincuenta años después de haberse creado, no he podido dejar de sentirme asombrado. Entre que los humanos no hemos cambiado nada y el mundo mucho menos de lo que debiera, la inteligencia del guión permanece fresca y estimulante, y sus pinceladas de humor se mantienen con el grado exacto de acidez. La visión es tan actual que hasta hay una pionera representación del exasperante zapping. Y no faltan “las víctimas” y “los aprovechados”, esos eternos equipos que siempre disputan el mismo partido amañado.



Y además está Shirley MacLaine...
(Estoy hecho un Pumares de tres al cuarto. Un quiero y no puedo).

jueves, 18 de septiembre de 2008

El Papa, el físico, su virgen y su amante

Esta vez no he seguido mucho las andanzas del erudito Papa en su viaje por París, Lourdes y alrededores, pero alcancé a oír su advertencia sobre los falsos ídolos. Aunque sospecho que Dios es precisamente el falso ídolo de mayores proporciones, hubo algo muy revelador del pensamiento de Benedicto XVI en sus propias palabras –si es que no fueron mal escuchadas o transcritas en la crónica que leí en la edición digital de La Razón-:

«El mundo contemporáneo ¿no se ha creado sus propios ídolos?», se preguntó. Definiéndolos como «las falsas representaciones de Dios», «un engaño» puesto que aparta al siervo de la realidad para confinarlo «al reino de las apariencias», dijo. Ídolos que se manifiestan en forma de tentación como son, en nuestros días, «el dinero, el afán del mismo, de poder y de saber» que «desvían al hombre de su verdadero fin».
(Las negritas son mías).

Comprendo que cuando aumenta la demanda del saber, se hunde el precio de los misterios y teme arruinarse quien mercadea con ellos. Y no discuto el derecho del Papa a buscar oportunidades de negocio aunque sea denigrando a la competencia, pero siento curiosidad por lo que pensará del LHC. Aunque tal vez fuera en el LHC en lo que pensaba: un trasto que, en términos teológicos, podría ser un tentador y engañoso santuario del saber, ese ídolo.

Dando un rodeo llego a la física de partículas, que es a donde quería llegar, y al profundo placer que experimento cuando, sin apenas comprender nada, escucho a un físico explicar simplificadamente sus investigaciones y las últimas teorías acerca de la estructura del universo. O cuando le oigo reírse de sí mismo.




El resto de la conferencia de Álvaro de Rújula anda perdida por aquí, con otras cosas interesantes.

Cuando la física se vuelve tan compleja, la divulgación científica es más necesaria que nunca. Y el reto de la física de partículas es tan formidable desde una perspectiva humana, que me asombra que el asombro del mundo sea relativamente pequeño. Se percibe interés por estas cosas, sí, pero es minúsculo en comparación con las dimensiones del acertijo que se encuentra detrás del experimento. No consigo entenderlo. Esto tampoco y ya van siendo demasiadas cosas.

Y ahora un desahogo: no, no quiero ir a Lourdes ni a Eurodisney. ¡Por todos los gorros de Mudito, quiero que me lleven al CERN!

Voy ensayando la inútil rabieta.

martes, 16 de septiembre de 2008

(Pseudo) Haiku (agobiado)

El auto hace un ruido extraño,
sobre todo en tercera.
La ITV me espera, mañana, sonriendo.

Llevo algunos días recordando una viñeta de Mafalda y a Mafalda misma. Y comprobando divertido cómo con el tiempo uno acaba pareciéndose a su padre (de ella).

(Uy, qué pequeñita)

domingo, 14 de septiembre de 2008

Cine de sábado (sesión doble)

La pequeña quería ver “Carlitos y el campo de los sueños”. El mayor, otra mucho más interesante. La felicidad de los niños exigía un sacrificio y para eso estamos. Me ofrecí voluntario para acompañar a la pequeña mientras hacía un esfuerzo sobrehumano para no arrastrar los pies, o para que al menos no se notara. La cita fue a las 17:45 h. y la experiencia no defraudó: fue exactamente tan horrible como cabía imaginar. Para hacerse una idea de los papelones de José María Pou y Gustavo Salmerón sólo diré que Miliki les roba los planos. Miliki, qué tío...

No es una película apta para todos los públicos, sino solo para una parte pequeña de la sociedad. Muy pequeña. Lo importante es que a M. le gustó, tanto como a mí “La vida de los otros”, unas pocas horas después. Bendito cine. Una historia sobrecogedora a partir de una hipótesis prácticamente imposible: la empatía del verdugo.



Ahora que se indaga tan conflictivamente en nuestro propio pasado, los espantosos dramas vividos en nuestra península en el pasado siglo casi parecen menores comparados con los padecidos en ciertas partes de Alemania en los cincuenta y seis (1933-1989) interminables años –ni uno menos— de vida de la Violenta Sinrazón Sobre Sus Cabezas, de ese aire absolutamente irrespirable suspendido en el tiempo sin solución de continuidad. Hasta que se abrieron las ventanas. Bendita ventilación. Ya digo, bendito cine, éste sí para todos los públicos.

sábado, 13 de septiembre de 2008

El diluvio que viene

Las crisis son esos momentos en los que se revela el mundo y nos muestra sus vísceras. La visión no es agradable pero asumimos que es cuestión de tiempo que se consoliden los costurones y podamos seguir como si tal cosa.

Sin embargo, como no comprendo bien el mundo que hemos construido, en el que vivo y al que contribuyo, cuando la crisis me enseña el maloliente absceso que al fin revienta, aún lo entiendo menos. Sobre todo cuando sabemos a quién salpica primero.

(Viñeta de El Roto publicada en EL PAÍS el 13/09/2008)

Me interesa mucho lo que unos y otros dicen. Las causas, las recetas, los reproches. Solbes, ese hombre al que ofrezco la presidencia de mi comunidad de propietarios, ha afirmado que no será mala cosa que alguien se rompa las piernas en el ascensor si eso sirve para que decidamos cambiarlo de una maldita vez. Luego se ha arrepentido. Rajoy, ese hombre que lleva unos años queriendo ser presidente de mi comunidad, aconseja bajar las cuotas y ayudar a quien tenga dificultades con las escaleras. Alguien ha dicho que hay que trabajar más (por menos, supongo), y no me extrañaría que estuviera en lo cierto. Hay que ser más desgraciados para tener oportunidades de seguir siéndolo.

No puedo evitarlo. Es pensar en los negocios que se cierran en un bloque de oficinas y no tengo ojos más que para la persona que vacía las papeleras y aspira los suelos cuando todo ha acabado. Su cometido es lo único que entiendo de la jornada.

Menos mal que Ted sabe ponerme en mi sitio.

-Teddy, Teddy... Menudo agitador de conciencias de chichinabo. ¿Así que vivimos en una sociedad de clases, pequeño Bujarin? Escúchame bien. Ojalá el bienestar estuviera al alcance de todos. Hasta que llegue ese momento, ponemos en marcha el mejor mecanismo que conocemos. Artificioso y frenético, tal vez, pero el mejor. Y lo que consideras injustas diferencias sociales yo lo llamo eficiente distribución de responsabilidades.
-Qué buen cínico eres.
-Es lo que tiene la cárcel.

jueves, 11 de septiembre de 2008

¡Di Blasino ha muerto! (No significa que viva Teddy)

No podía seguir usurpando una memoria, ni aun guardando una pequeña y respetuosa distancia en forma de diminutivo. Di Blasi fue un héroe y no es mi caso. Di Blasi se la jugó por ideas llamadas a mejorar el mundo y yo ni he tenido ocasión de jugármela, ni sabría hacerlo llegado el momento. Di Blasi tenía tanto valor como cordura y no, no es mi caso ni en lo uno ni en lo otro.

Ted Earley es otra cosa. Un crápula apenas redimido, por ejemplo. El encargado de barrer la casa del héroe. No tiene grandes pretensiones: hace tiempo que sólo le quedan unas pocas, pequeñas y vergonzantes. Y ése sí es mi caso. Y para colmo de casualidades el personaje lo interpreta Adam Arkin, un sólido actor de televisión que me saca diez años, exactamente los mismos que me concedo para lograr convertirme en el personaje. Todo un reto profesional.

(Arkin y Voight se saludan sobre una alfombra roja. Voight bromea sobre la tripa de Arkin mientras éste tiene la cabeza puesta en Angelina..., mientras sujeta la mano de la persona en la que debería tener la cabeza).

En fin, es ponerme el disfraz de Teddy Earley –nuevamente se impone el diminutivo: incluso Ted se merece un respeto— y comprobar que, esta vez sí, me sienta casi como un guante. Sobre todo ahora que se cuenta que el hombre se volvió sedentario y agricultor para beber cerveza. Algo que Ted y yo sabíamos hace mucho tiempo.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Última hora: la Transición.



No he seguido a los Alcántara, así que no sé bien qué me he perdido, ni si ha sido algo. Acaba de comenzar una nueva temporada que arranca en plena Transición, de modo que al menos sé que me he perdido la muerte de Franco.

La Transición también me la perdí. Demasiado imberbe en aquellos tiempos de patillas, pantalones de campana y anchos cuellos de camisa. Lolailo. La Transición la recuperé después, cuando fui consciente de lo que disfrutaba gracias a ella. La Historia nunca es óptima, pero vistos los sorprendentes resultados, aquel ajetreado momento que nos permitió acceder por fin a la modernidad, al progreso democrático y al mismísimo mundo fue, sin duda, un gran momento. Acostumbrados ahora a disputas públicas comparativamente pequeñas –aunque desgraciadamente algunas sean las mismas—, me gusta girar la mirada hacia quienes contribuyeron con valor a la causa democrática en aquellos dificilísimos momentos de incertidumbre. Y algo tendré que hacer con la colección que anuncia EL MUNDO dirigida por Victoria Prego ahora que se acerca el trigésimo (¡válgame Thor!) aniversario de nuestra vigente Constitución.

(Motivo de vergüenza y reflexión: escena de una transición pendiente).

Entre homenaje y homenaje observo con disgusto dos actitudes que considero equivocadas en relación con la Transición. Por un lado, la de quienes parecen resentidos con ella, reprochándole que no permitiera la consecución de todas sus pretensiones. Creo que ignoran que ni la más perfecta democracia podría –afortunadamente, sospecho— permitírselo. La Transición nos ofreció la posibilidad de empezar a ser dueños, en alguna medida no precisamente despreciable, de nuestras vidas, y todavía hay quien tiene el valor de echarle en cara, como un niño enfurruñado, que su propia vida no responda absolutamente a sus deseos.

No me disgustan menos quienes, por otra parte, consideran una ofensa a la Transición cualquier postura social o política que en los tiempos de aquélla no fue formulada o quedó prudentemente pospuesta. La Transición no fijó un orden del día para las décadas venideras –bastante tenía la pobre con lograr llegar viva al día siguiente—, sino que se limitó a ofrecer herramientas casi desconocidas en nuestra desdichada España: oportunidades de libertad y concordia para ir avanzando, tal y como ha venido sucediendo, con sus inevitables zigzags. Atribuir a la Transición la forma de un corsé cuando no paró de romper botones me parece desconocer su verdadero valor e ignorar la serenidad última que me parece apreciar en el fondo de la actual sociedad, significativamente transformada.

Ted Earley ha aprendido algunas cosas sobre este lejano país y lo tiene claro. Sabe que la Transición fue para España lo que para él supuso salir de la cárcel: volver a nacer (a una vida desconocida y mejor). Y para no faltar a la tradición reservada para las buenas ocasiones, brinda por ello. Cheers!

lunes, 1 de septiembre de 2008

Congreso TV y sus estrellas invitadas.

Un tipo entregado a los medios audiovisuales no podía olvidarse del Congreso Channel. Como que el pasado jueves me quedé viendo la retransmisión de la comparecencia de Pedro Solbes ante la Comisión de Economía y Hacienda del Congreso para informar sobre el nuevo modelo de financiación autonómica. De un tirón y casi íntegramente, igualito que las Olimpiadas. La verdad es que no me reconozco. Confirmado: agosto me trastorna.

El asunto sobre el que giraba la comparecencia es complejo y tiene mucho en común (salvo la complejidad) con esas disparatadas discusiones que he presenciado en la junta de propietarios de mi bendito bloque, ésas en las que rezo en silencio por la entrada en escena de alguien que por fin sepa de qué habla y que exponga razonablemente las líneas de la solución más conveniente al problema que se debate. Al ver la sesión de la comisión parlamentaria comprendí que por lo que rezaba en la junta de propietarios era por la llegada al edificio de un par de Solbes. O uno. Qué rara especie es aquélla a la que pertenecen esos humanos que hablan con propiedad de materias que conocen en profundidad, que tienen el buen gusto de no emplear ese conocimiento contra nadie y que, por naturaleza o aprendizaje en muchas negociaciones, saben reconocer y admitir sin reservas la parte razonable de las posturas contrapuestas. Nombre científico: sensatus logicus. Qué rara y qué necesaria.

En la comisión parlamentaria algún vecino se mostró indignado porque Zapatero no hubiera acudido en persona a dar las explicaciones oportunas. Ya está el del 5º-B queriendo dar la nota. Pues yo me niego a perder la oportunidad de oír sensateces, ¿y usted?



¡Solbes for President (al menos de mi comunidad)!

Salvo en campaña, porque entonces prefiero a Ortega y a su preciosismo con el capote. Olé.