No sé si hay algún tipo de humor tan acertado que pueda situarse por encima del espacio y del tiempo. Tampoco sé si sería un acierto. Tal vez el humor no sea más que un producto cultural apegado a su circunstancia y no hay nada de malo en ello. De lo que sí estoy seguro es de que hay cierta mirada inteligente que trasciende del tiempo y lugar en el que vive el que la proyecta, una que además rezuma un intenso humor amargo que los años –y los siglos, sospecho— no debilitan. Así que puede que haya un humor que no caduque, pero creo que tiene que ser ácido y lúcido. Como el de Billy Wilder.
Soy un cinéfilo desastrado, sin referencias ni memoria, sin orden ni concierto. Conste. Y me doy cuenta de que es ahora mismo cuando empiezo a prestar verdadera atención a la pantalla. Nunca es tarde. De modo que al volver a ver “El apartamento”, algo menos de cincuenta años después de haberse creado, no he podido dejar de sentirme asombrado. Entre que los humanos no hemos cambiado nada y el mundo mucho menos de lo que debiera, la inteligencia del guión permanece fresca y estimulante, y sus pinceladas de humor se mantienen con el grado exacto de acidez. La visión es tan actual que hasta hay una pionera representación del exasperante zapping. Y no faltan “las víctimas” y “los aprovechados”, esos eternos equipos que siempre disputan el mismo partido amañado.
Y además está Shirley MacLaine...
(Estoy hecho un Pumares de tres al cuarto. Un quiero y no puedo).