Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

viernes, 21 de noviembre de 2008

Maravillas


Andrés era un tipo formal que vivía cerca del colegio. Era muy deportista y lo recuerdo entrenarse corriendo por las calles que rodeaban su manzana. Algo asombroso para quien, como yo, siempre ha corrido menos de lo indispensable. No llegué a entrar en su casa. En mi patológico caso de visitante de cuevas ajenas ese detalle dice mucho del alcance de nuestra relación: fuimos simples conocidos de la escuela.

Como fuimos a institutos diferentes le perdí la pista al concluir la E.G.B. Varios años después nos tropezamos en la calle, nos reconocimos y decidimos tomar algo mientras charlábamos de lo que había sido de nuestra vida. Estaba en el ejército, como suboficial. Recordaba que tenía dos hermanos más pequeños y le pregunté por ellos. Me dijo que su hermana Leo (Leíto), dos años menor que él, estaba en algún lugar de México, a donde había ido de la mano de los Legionarios de Cristo, quienes tenían un seminario en las afueras de la ciudad. Hacía ya años que nada sabían de ella a pesar de las muchas gestiones que habían realizado. Recuerdo bien, porque me impresionó, que me dijo que hasta sus padres se habían hecho a la idea de que la habían perdido definitivamente.

El asunto de la placa de Santa Maravillas de Jesús en el Congreso de los Diputados ha despertado mi interés por el personaje que ascendió a los altares desde algún punto de la Carrera de San Jerónimo. Los aislados pensamientos de la carmelita descalza que he leído en un blog entusiasta me permiten comprender la pasión que puede fluir en el interior de un convento.

“Considerando que Dios se hizo hombre por nuestro amor, no sé cómo no nos volvemos todos locos de amor por él”.
"Con Él todo se hace suave y dulce, aun lo más amargo".
"Si Él está contento, ¿qué más podemos querer?"
"Si has nacido para morir de amor, ¿qué te importa todo lo demás?”
"Nada nos puede quitar el vivir con Él, amándole y procurando agradarle y consolarle".
"¡Cómo tenemos que ser con Él y qué delicadezas de amor tenemos que tener; que amor con amor se paga!”

Son palabras de una mujer perdidamente enamorada de un hombre absolutamente idealizado. Un éxtasis amoroso provocado por un fantasma. Más que religioso, veo algo profundamente humano.

El caso es que una mujer tan entregada y enamorada es extraordinariamente vulnerable. Manipulable.

Y me acordé de Leíto.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Absurd

Me falta algo. Echo de menos un verano ocioso de suave temperatura y con unas buenas olimpiadas. Sé que es aún más absurdo que imposible.

Absurdo o no, atención al campeón australiano por la calle dos.


(Monty Python Live at the Hollywood Bowl, 1982).

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Negativos



Parece que nada nos define tan bien como aquello que nos desagrada. Más exactamente, se diría que lo que mejor nos describe son aquellas cosas que no solo nos disgustan, sino que nos irritan. “¿Quiere saber quién soy? Pues le contaré qué me pone enfermo”, eso decimos.

Lo compruebo al echar un vistazo a este trasto llamado blog y a otros, o al ojear la prensa o escuchar las tertulias radiofónicas. Las líneas que nos diferencian tienden a trazarse mediante la identificación, no de aquello con lo que estamos de acuerdo, sino de lo que nos da grima. Nos agrupamos en torno a fobias comunes y no hay discusión más frecuente que la gira sobre qué o quién más merece nuestra incondicional repulsa.

Tal vez sea inevitable pero no me gusta. Y si lo pienso un poco no creo que realmente nos defina mejor el negativo de nuestra imagen ideológica, y menos aún uno que resalte desproporcionadamente una parte. Así que basta. Debo resistirme a buscar mi puesto en la montería, ése que me fuerza a disparar a todo lo que pase por un determinado ángulo de tiro. Tendré que contarme más a menudo lo que simplemente me gusta. Como el resultado de las elecciones norteamericanas. Urgía un cambio de rumbo y así ha sido. Perdió la alternativa insostenible y venció un hombre de excepcionales cualidades. Las sombras del asunto no son más que las largas sombras del mundo, que ahora lo son, sin duda, algo menos.



(Al final debo reconocer que hay algo grato en esto de apuntar y disparar. Va a ser difícil resistirse).

lunes, 10 de noviembre de 2008

La torre de Suso

Un capítulo especialmente largo (piloto) de una nueve serie, rodado con la colaboración de los guionistas y los intérpretes de “Siete vidas”, mezclado con algo de “Aquí no hay quien viva”. Eso me pareció, sorprendiéndome que se lleve al cine lo que casi parece una comedia de situación. Algo muy amable y de mensaje cuidadosamente correcto. Nada nuevo.

Pero me hizo gracia. Y como solo estoy para bromas, da igual que sea una película sin importancia. Qué va, qué va a tenerla.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Missing

El 10 de diciembre de 1998 el juez Baltasar Garzón dictó auto de procesamiento contra Augusto Pinochet Ugarte por un posible delito de genocidio. Hubo mucho revuelo durante el curso de aquel proceso iniciado algunos meses antes. Lo hubo en las dependencias de la Fiscalía de la Audiencia Nacional y en el ancho mundo. También de forma especial en el Reino Unido, donde el anciano vivió un tiempo bajo arresto domiciliario. Recibió visitas y algunas se retransmitieron.



Aquella historia judicial y política estuvo llena de detalles de interés, pero me fijo ahora en el gesto y las palabras de Margaret Thatcher. Una mujer comprometida sin ninguna duda con la libertad que sin embargo rinde pleitesía a un anciano y codicioso tirano. Durante la charla surge el agradecimiento por la ayuda prestada en la sangrienta recuperación de unos fríos y ventosos islotes apenas habitados, ocupados ilegítimamente por otros infames tiranos con los que el anfitrión de la baronesa hacía antes siniestros arreglos en asuntos comunes. Pero lo más sorprendente es el reconocimiento de los méritos democráticos del general. Margaret Thatcher sabía que Pinochet había consentido la convocatoria de elecciones tras su derrota en el plebiscito de 1988, y que había abandonado el poder directo en 1990, si bien diecisiete años después de haberlo tomado por las armas y tras haber ejercido una feroz represión política. También sabía que a partir de 1990 el general se mantuvo otros ocho años más en el cargo de comandante en jefe del ejército, sobrevolando amenazadoramente la vida política chilena. Valorando los hechos, Margaret Thatcher concluyó que fue el militar quien trajo de regreso a Chile la democracia, la verdadera, aunque le llevara algún tiempo. Por desgracia, esa irracional forma de hacer balance es más común de lo que debiera entre los humanos que gustan de llamarse de acción y sin complejos.

Tratando de corregir su entusiasmo, a los valedores de la declaración de las buenas guerras siempre les indico -aunque no suelen preguntar por él- el camino a la intendencia, ese lugar donde podrán dejar sus trajes o calzonas y recibirán el uniforme de su talla y el pase al frente. Por supuesto que solo pretendo que experimenten y puedan hablar con propiedad de lo que gustan hablar, no que mueran ni resulten heridos. Aunque debo reconocer que la decidida Margaret Thatcher vendría ya con el uniforme puesto. Pero a los que expresan comprensión por las soluciones militares aplicadas a las democracias en graves crisis políticas y económicas, a esos les sugiero una visita informal al Estadio Nacional, en Santiago de Chile, en las semanas que siguieron al golpe de 1973. Solo pretendo que se familiaricen con los métodos de ciertos gobiernos de orden, no que vomiten ni queden con mal cuerpo.



¿Y todo esto a qué viene? Pues a que empleando la perspectiva psicológica que tanto me tienta veo claro que Garzón está persuadido de que si la sublevación militar española de 1936 hubiera tenido un rápido éxito, sus responsables habrían llevado a cabo una represión política similar a la ejercida durante años en el Chile de Pinochet o en la Argentina de Massera y compañía. La hipótesis es razonable por la coincidencia de circunstancias y personajes: crisis política aguda y salvapatrias con uniforme y pocos miramientos. La guerra civil que sobrevino, fiel a la bárbara naturaleza de la violencia desatada, sólo distorsionó los planes, complicó las cosas, involucró a terceros y aumentó exponencialmente las dimensiones del espanto en una cadena de golpes y represalias, pero no desdibujó completamente el paralelismo, como pudo constatarse en la sucesiva ocupación del territorio y tras el fin de la contienda. De modo que con ocasión de la búsqueda de cadáveres auspiciada privadamente por ciertas asociaciones, el juez ha rememorado escenas contempladas al otro lado del charco y por coherencia profesional ha resuelto procesar a su propio pasado histórico.

Esta historia también está llena de detalles de interés y está causando mucho revuelo, incluso en la Fiscalía de la Audiencia Nacional. Reconozco que la decisión judicial me parece discutible por varias razones, pero por el mismo motivo por el que me fijé en la actitud de Magaret Thatcher, ahora me fijo en las reacciones que provoca el asunto más que en el asunto mismo. Y todo lo que se me ocurre decir es que resulta interesante.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Flojeras y simplezas

En un artículo publicado en ABC el pasado 26 de octubre, Jon Juaristi opinaba que el discurso de Ingrid Betancourt en el acto de entrega de los Premios Príncipe de Asturias fue un muestrario completo de todos los tópicos del buenismo multicultural y ecologista, sazonado con la superstición postmoderna de la omnipotencia de la palabra, ese ingrediente fundamental en el pensamiento mágico de la progresía y tan viejo, en rigor, como el mundo (tanto, que, ya en el Cantar del Cid se vapuleaba a los que el poema llama «lengua sin manos»). Como aspiro a ser “hombre bueno” busqué y leí el texto del discurso de Ingrid Betancourt. Concedo que el tono fue algo empalagoso por momentos, pero el fondo de su mensaje me parece irreprochable y, viniendo de quien ha vivido una singular y dura experiencia, verdaderamente emotivo. Debo de ser un flojo.

Lo que me llamó la atención del artículo de Juaristi es que después de recordarnos que la esencia del Premio Príncipe de Asturias, dicho sea de paso, no es otra que el progresismo, la bondad universal y la sacarina, no hiciera mención alguna a Tvetan Todorov (reciente Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales) y a su breve discurso sobre extranjeros, bárbaros y civilizados, que concluía así:

Por cómo percibimos y acogemos a los otros, a los diferentes, se puede medir nuestro grado de barbarie o de civilización. Los bárbaros son los que consideran que los otros, porque no se parecen a ellos, pertenecen a una humanidad inferior y merecen ser tratados con desprecio o condescendencia. Ser civilizado no significa haber cursado estudios superiores o haber leído muchos libros, o poseer una gran sabiduría: todos sabemos que ciertos individuos de esas características fueron capaces de cometer actos de absoluta perfecta barbarie. Ser civilizado significa ser capaz de reconocer plenamente la humanidad de los otros, aunque tengan rostros y hábitos distintos a los nuestros; saber ponerse en su lugar y mirarnos a nosotros mismos como desde fuera. Nadie es definitivamente bárbaro o civilizado y cada cual es responsable de sus actos. Pero nosotros, que hoy recibimos este gran honor, tenemos la responsabilidad de dar un paso hacia un poco más de civilización.


No sé si el humanismo de Todorov es solo un potente edulcorante, aunque no me lo parece. Más sencillamente creo que sirve para trazar el rumbo correcto. Debo de ser un simple. Seguramente por eso suelo pensar que hallar la ruta que nos conviene es realmente simple, por muy seguramente difícil que haya de ser el viaje.