Llegados hasta aquí habrá que terminar, aunque el final se adivina y tal vez sea innecesario entrar en detalles. Si hay algo que me irrita de la Historia es la frecuencia con que reserva un trágico final a quienes más estaban en lo cierto. En eso pienso al releer el final de la novela. A pesar de los muchos años que ya han pasado desde que la leí por primera vez , aún recuerdo que con el final de Di Blasi sentí escalofríos, físicamente.
«Esto no le debe ocurrir a un hombre», pensó y también se dijo que jamás ocurriría un hecho tal en el mundo luminoso de la razón. (La desesperación le hubiese acompañado en sus últimas horas de vida si tan sólo hubiera presentido que, en aquel futuro que veía lleno de luz, pueblos enteros se entregarían a torturar a otros pueblos; que hombres conocedores de la cultura y de la música, ejemplares en el amor a su familia y respetuosos de la vida de los animales, habrían de destruir a millones de otros seres humanos, con método implacable, con una feroz ciencia de la tortura; y que hasta los más directos herederos de la razón habrían de plantear nuevamente la tortura en el mundo: no como elemento del derecho, como al menos ocurría en ese instante en que él la sufría, sino como elemento de la existencia, sin más ni más.)
La plaza estaba casi desierta; sólo se habían acercado los fanáticos, aquellos que al término de la ejecución, tan pronto como eran alejados los cadáveres, solían arrojarse sobre lo que quedaba para apoderarse de unas cuerdas o cualquier otra reliquia del ajusticiamiento que habían presenciado y gozado; luego, a modo de precaución, se fabricarían un homeopático amuleto contra la horca a la que se sentían destinados. Entre los grupos escasos de personas sucias y harapientas, bien vestido, rozagante y peinado, se movía de aquí para allá el doctor Hager. «Esta gente quiere saberlo todo, verlo todo y termina por no ver las cosas esenciales, las cosas que cuentan... En su diario relatará mi decapitación, pero no escribirá una palabra acerca de las causas de mi condena.»
«Esto no le debe ocurrir a un hombre», pensó y también se dijo que jamás ocurriría un hecho tal en el mundo luminoso de la razón. (La desesperación le hubiese acompañado en sus últimas horas de vida si tan sólo hubiera presentido que, en aquel futuro que veía lleno de luz, pueblos enteros se entregarían a torturar a otros pueblos; que hombres conocedores de la cultura y de la música, ejemplares en el amor a su familia y respetuosos de la vida de los animales, habrían de destruir a millones de otros seres humanos, con método implacable, con una feroz ciencia de la tortura; y que hasta los más directos herederos de la razón habrían de plantear nuevamente la tortura en el mundo: no como elemento del derecho, como al menos ocurría en ese instante en que él la sufría, sino como elemento de la existencia, sin más ni más.)
La plaza estaba casi desierta; sólo se habían acercado los fanáticos, aquellos que al término de la ejecución, tan pronto como eran alejados los cadáveres, solían arrojarse sobre lo que quedaba para apoderarse de unas cuerdas o cualquier otra reliquia del ajusticiamiento que habían presenciado y gozado; luego, a modo de precaución, se fabricarían un homeopático amuleto contra la horca a la que se sentían destinados. Entre los grupos escasos de personas sucias y harapientas, bien vestido, rozagante y peinado, se movía de aquí para allá el doctor Hager. «Esta gente quiere saberlo todo, verlo todo y termina por no ver las cosas esenciales, las cosas que cuentan... En su diario relatará mi decapitación, pero no escribirá una palabra acerca de las causas de mi condena.»
5 comentarios:
Y sin embargo se mueve (espero)
Yo también lo espero. Y en momentos de entusiasmo, lo creo.
No sé, no sé. A veces creo que no volverá a repetirse un nuevo "Siglo de la Luces". La educación cuenta con demasiados enemigos y el ser humano es torpe por naturaleza.
Podemos ser medianamente optimistas, Aviadora. La verdad es que aquel siglo convivió con muchas más sombras que las que podemos ver hoy.
Sí, sí, tiene razón, pero hoy en día con sólo apretar un botón (una cámara de vídeo, una tecla de ordenador, una bomba atómica) alcanzas a miles de seres humanos. No es que seamos peores personas, es que somos más peligrosos. Otro efecto colateral de la globalización.
Me gusta cuando uno de nosotros se pone pesimista y el otro intenta animarlo =)
Seguro que es un auténtico placer conversar en directo con usted, M.
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