Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

lunes, 7 de enero de 2008

El origen (2). Empieza el “finale”.

La Historia proporciona la sensación de que los finales felices se reservan a la tiranía y a la ignorancia. Concluido un acontecimiento, la mayor parte de las veces el “vivieron-felices-y-comieron-perdices” lo decimos de la opresión y la injusticia. Vivimos en un lugar y en un tiempo tan privilegiados que se nos olvida el tortuoso camino que nos ha llevado hasta aquí.

Di Blasi atravesaba uno de los senderos peligrosos. Y como ha ocurrido con buena parte de los héroes históricos comprometidos con la Razón, fue apresado.

«Los libros, tus libros —se dijo Di Blasi, para reírse de sí mismo, para hacerse daño—. Viejos papeles, viejos pergaminos y tú los habías hecho objeto de una pasión, de una manía... Para esta gente tienen menos valor que para las polillas; las polillas, al menos, se los comen. Tampoco para ti tienen valor ahora, no te servirán más, admitiendo que alguna vez te hayan servido de algo. Que te hayan servido para otra cosa que no sea haberte reducido a esta condición. De cualquier modo, tendrías que haberlos regalado, ahora o dentro de veinte años, a un pariente, a un amigo, a algún criado... Sí, quizá podías habérselos entregado al joven Ortolani, que los ama tanto como tú y tal vez más que tú... No, no más que tú: los ama de modo distinto, con amor de erudito; para él no existe el peligro de ir a dar al sitio al que tú irás a dar. Pero ahora no puedes hacerlo. Estos libros pertenecen al rey contra el cual conspirabas, es decir que pertenecen a los esbirros. Míralos bien, por última vez... Allí están los Opuscoli en los que has escrito acerca de la igualdad de los hombres; allí está la obra de Solís, que te ha hecho soñar con América. Allí, la Enciclopedia: uno, dos tres...» —contó los volúmenes a medida que los esbirros los apilaban—. «Ariosto: Oh gran contrasto in giovenil pensiero, / Desir de aude et impeto d'amore. (Oh, qué contraste en la mente juvenil: ¡deseo de gloria e ímpetu de amor!) Pero estos versos no, estos versos, no... Aquí llega Diderot, cinco volúmenes, Londres, 1773.» Estiró el pie hacia la pila más cercana para hacerla caer. Damiani, que no le perdía de vista aunque continuase leyendo las cartas que sacaba de las gavetas, se alarmó, lleno de desconfianza. Dio orden a los esbirros para que revisaran, página por página, los libros que Di Blasi había hecho caer. «Idiota —pensó Di Blasi—, ¿no comprendes que he comenzado a morir?»

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡No!

Anónimo dijo...

Sí.

Anónimo dijo...

¡No somos nadie! (suspiro).