Qué agradable sería negarse a llevar a los pequeños si no fuera imperdonable. Pero los ojitos lastimeros de los hábiles chantajistas vencen a la tentación del adulto desesperado. Ya en medio del polvo y del ruido, junto a los chocones y a dos pasos de la tómbola ensordecedora uno va comprendiendo. En contra de la insistente impresión de que los cambios sociales se suceden a velocidad de vértigo, hay espacios en los que el tiempo se ha detenido. La feria, esa cosa de provincias que se monta en la fiesta grande local, es uno de ellos. Me parece estar oyendo a mis padres quejarse del precio de los viajes. Como yo. O maldecir el insufrible volumen de la música. Como yo. O lamentarse de que la atracción no dura nada. Como yo. O entrar en una de esas casas de terror o similares, solo para comprobar que, como se temían, aquello es una auténtica mierda pinchada en un palo. Como yo. O no parar de advertir que no se pise ese cable metido en un charco. Como yo.
En realidad, después de los treinta y pico años de los que guardo recuerdo -y del siglo que me imagino- sólo parece haber un cambio significativo: hoy en día los feriantes contratan a rumanos para sus empresas nómadas. No puedo dejar de sentir curiosidad por su vida, de aspecto tan poco romántico como la de aquellos ucranios que montaron un circo en el pueblo y representaron un espectáculo tan deplorable que pensé que necesariamente tenían que saber que lo era.
En fin, niños, ya es tarde. Ya volveremos el año que viene.
Empiezo a deprimirme con solo trescientos sesenta días de antelación.
3 comentarios:
Es cierto las ferias de pueblo son simpre iguales, con ese toque cutre-decadente que de mayor te hace pensar que todo está a punto de desmoronarse. Pero algo camiba, ¿qué fue del perrito pelito, que alegría que alboroto? ¿qué de la muñeca chochona? En mis tiempos nos ponían Depeche Mode y Pet Shop Boys en los coches de choque, luego llegó Kamela (su corassson...) y ahora la remezclan con regueton... Me temo que la feria involuciona, o será que estamos viejunos. Eso sí, yo si voy es por vicio y sin niños colgando del brazo, buf que pereza de sólo pensarlo, nada, piense que el año que viene serán algo mayores y que en breve ya irán solitos, eso sí, después del botellón (vaya, animando no tengo abuela...)
¿Pero acaso no tienen su poquito de encanto? las ferias, los circos, los trabajos ya en decadencia (afilador de cuchillos, tapizador de sillones...) se resisten a ser "globalizados".
Y además, a los niños poco les importan la horrible estética de los coches de choque ("¿chocones?"). No se acuerde de su papá, sino de usted mismo cuando era un canijo. Ay, cuando la vuelta de noria costaba cien pesetas...
Muac, muac. Y por cierto, que estuve reflexionando sobre lo de distinguir los matices del gris, y tiene razón, ja ja.
Daniel: algunas cosas cambiarán, pero la tómbola El Maño juraría que me persigue. (Reconozco que la mercancía habrá cambiado salvo en una cosa: sea cual sea, será igual de cutre, actualizadamente cutre). Y en cuanto a la música de los coches de choque, sólo recuerdo que atronaba, mezclándose con las de alrededor en algo ininteligible. Y por supuesto, no sabe cómo le agradezco que me adelante lo que se me viene encima. Me disculpará si, afectuosamente, le deseo lo mismo y lo antes posible.
Aviadora: me gusta lo antiguo, pero no quiero revivirlo si no es útil o placentero. Si no lo es, me basta con que quede documentado, dispuesto para ser conocido por quien quiera conocerlo.
Por cierto, me gustaría ser tapicero. Haría maravillas con su tresillo.
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