Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

jueves, 19 de julio de 2007

El diván de los recuerdos. Los camaradas. El hijo del notario.

Mi amistad con L. no fue muy larga. Como todo es tan vago, no sé cómo surgían y desaparecían los lazos que establecíamos los compañeros del colegio, ni lo que duraban. Yo era un tipo ingenuo y muy formal, y L., un crápula. Quiero decir un tipo inteligente e instruido, pero un gamberro adulto, como si tuviera cuatro años más de malicia –que en aquellas edades nuestras eran muchos. Sin embargo me parece recordar en L. una actitud de respeto hacia mí. Creo que se explica porque aunque L. ya había empezado a deslizarse cuesta abajo, yo podía recordarle el punto inocente del que había partido y al que a veces quería regresar.

Lo que me interesa del recuerdo de L. es su casa. Vivía en un edificio de tres plantas en el centro, haciendo esquina frente al mercado, con un impresionante balcón acristalado y una cúpula también de cristal rematando la cubierta. No sé si la notaría estaba en una planta del edificio, yo sólo entré en la vivienda del segundo piso. Recuerdo de ella una habitación dedicada a biblioteca, con estanterías en todas las paredes, llenas de libros ordenados alfabéticamente. L. estaba muy orgulloso de enseñármela. Me pidió que le dijera el título de un libro para comprobar si lo tenían. Me pilló desprevenido y con pocas lecturas en el bolsillo, así que, aprovechando que aún no habían aparecido los peores síntomas de la miopía, pude ver disimuladamente el título del que me cayó más cerca, me alejé un poco como pensando, y se lo dije. L. buscó y lo encontró, enseñándomelo aún más orgulloso. L. dedujo que yo era un niño culto.

Creo que la madre de L. había fallecido. Desde luego no vivía allí. Quien sí estaba era su abuela, una mujer menuda que quizá sólo vi una vez. L. me dijo que su hermano mayor era anarquista y corría delante de los grises. Yo no sabía qué era un anarquista. Lo que sí supe después era que L. simpatizaba con la ultraderecha. También me pareció oír alguna vez algo sobre la delicada salud mental de su padre.

L. y su familia se marcharon de allí al cabo de unos años. Quizá tenían el inmueble alquilado. El edificio se rehabilitó después, conservando su majestuosa cúpula y su balconada en forma semicircular. Cuando paso por allí no puedo evitar pensar un instante en aquella familia que parecía un clan en desbandada. Va a ser que les faltaba una madre en su sano juicio.

No hay más. L. fracasó en sus estudios y acabó coincidiendo con M. en un colegio privado al que las familias acomodadas enviaban a los hijos problemáticos. M. me contó que había tenido algún enfrentamiento con él. La última vez que vi a L., hace unos veinte años, tenía el pelo corto y me dijo que estaba en la Legión.

Otro tipo con un montón de papeletas para la autodestrucción. Espero que las haya tirado todas a tiempo.

6 comentarios:

Pablo Baquero Sánchez dijo...

Da gusto asistir a la exhumación de sus recuerdos. Por cierto, la ilustración ¿es la de la tan famosa biblioteca del notario? Un saludo

Lenny Zelig dijo...

Encantado de verle por aquí. El gusto es el que me proporciona tumbarme a recordar, sin más.
Y le aseguro que una biblioteca tan pulcra (la de la fotografía) nunca podría estar en aquella casa de habitantes tan desvencijados.
Un cordial saludo.

Anónimo dijo...

¡Esto va in crescendo, monsieur Di Blasinooooooo!.

Volveré con manual de instrucciones, de veras.

Bonito pijama, de estilo clásico a la par que seductor...

Lenny Zelig dijo...

Me sorprende, señorita, que no mencione mi gorro de dormir, ja, ja.

Me lo quito ahora que le digo buenos días.

Anónimo dijo...

¡Se me acumulan las tareas de comentarista, amigo! discúlpeme, por favor. Tengo visita en casa y no dispongo de tiempo para cuidar al resto de mis amigos. Voy a ello mientras desayuno.

Yo sólo quería comentar que L me caía mejor que M hasta, más o menos, la mitad del texto.

No sé en qué línea leída he vuelto a decirme "Di Blasino es una bondadosísima persona"; esa anécdota de la biblioteca y usted mirando de reojo los títulos, desarma a cualquiera...

La biblioteca. Pues en cuanto a la ilustración de la biblioteca confieso que (cara sonrojada) me da MIEEEEEEEEEDO. Eso no es una biblioteca, eso es un insigne mausoleo donde debe oler a sapiencia supina. No sé, así tan desierta, los libros tan pulcramente colocados por colección (donde sacar un ejemplar parece una infamia), y ya esa mesa de madera de pino tan seriota, ay... qué miedo que me dio usted.
Durante algunos años he tenido la suerte de trabajar en bibliotecas y la experiencia me revela que la de la foto debe oler a cementerio, mínimo.

Monsieur, estoy tremendamente admirada ante los recuerdos que usted saca a la luz. Esos dos colegas suyos son dos tipos raros a la par que extraños y algo desconcertantes.

Continuo leyendo. Vaya desayunado tranquilamente.

Lenny Zelig dijo...

Si le dio miedo la biblioteca de la fotografía, su elección ha sido un acierto. Aquella casa era la del terror.