Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

miércoles, 25 de julio de 2007

El diván de los recuerdos. Los camaradas. El hijo del comerciante de ropa


De N., un tipo que me caía muy bien, recuerdo muy pocas cosas. Fundamentalmente, tres momentos.

En el colegio había niños y niñas, pero al principio estábamos separados. A partir de 6º de E.G.B., sin embargo, nos mezclaron. En esa nueva etapa recuerdo un perfecto día de verano en la piscina más grande de la ciudad. Coincidimos allí varios compañeros del colegio, chicos y chicas, incluida aquella canaria de mis desvelos. Jugábamos a policías y ladrones. Ella y yo quedamos en equipos distintos. Ideal para intentar cazarse. Carreras, emociones y diversión. Hasta que N. se cayó y se hizo daño. Se dislocó el hombro o se rompió la clavícula, no recuerdo bien. Le vendaron y tuvo que irse. Qué faena. Yo me puse muy digno y dije que después de aquella desgracia no podíamos seguir jugando. Menudo imbécil. Los demás parecieron estar de acuerdo. Menudos idiotas. Lo que me habría gustado seguir corriendo tras ella.

Una vez gastamos a N. una pesada broma. Varios amigos íbamos a organizar una excursión o sólo fingimos que lo hacíamos, no recuerdo. En cualquier caso, la verdad es que llegado el día no saldríamos. Dejamos que N. creyera lo contrario, organizara su mochila y se presentara a la hora y en el lugar convenidos para partir a la excursión fantasma. Debió de ser idea de V., que podía ser retorcido cuando se lo proponía. Además del lógico disgusto de N., recuerdo mi mala conciencia. Empezaban a preocuparme las frustraciones ajenas.

N. dibujaba muy bien. Seguíamos en el mismo curso cuando pasamos al instituto y el profesor de dibujo, como prueba de fin de curso, nos encomendó a todos que hiciéramos un trabajo libre. Sobre cualquier tema y con cualquier material. Lo que hiciéramos se expondría después en los pasillos del centro. Por el bien de mi propia estima, no recuerdo en absoluto el aspecto de lo que hice. Pero casi veo el dibujo de N.: una columna de personajes y objetos entrelazados, en negro sobre blanco, como el diseño de una falla. Me pareció el trabajo más brillante de todos. Pero el profesor de dibujo tenía otra opinión. M. J., otro amigo que también provenía del colegio, había tenido una idea simple para afrontar el reto artístico: cogería unas hojas grandes, de plátano creo, las embadurnaría de pintura por una cara y las estamparía sobre una cartulina grande, logrando así la figura de varias hojas de varios colores. El profesor de dibujo, que consideró el trabajo de N. demasiado convencional, una escena de cómic que no le interesaba, se mostró entusiasmado con el resultado de la creación de M. J. Éste me reconoció, riéndose, que teniendo un talento plástico tan nulo como el mío, se le había ocurrido la idea de estampar las hojas como la mejor y más rápida forma de cubrir el expediente. No esperaba tan buen recibimiento. Un golpe de suerte de un inútil había derrotado al esfuerzo de alguien con talento. A veces sucede.

Creo que N. siguió los pasos de su padre y se puso a trabajar también en la tienda de ropa de la familia, diseñando él mismo modelos que luego vendían. Deseo que el sabor a infortunio de mis escasos recuerdos de N. no tengan nada que ver con su vida. Éxito, amigo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Oh, me ha encantado todo, todo, amigo Di Blasino.

¡Pero bueno! entonces se ve que la susodicha niña canaria le produjo a usted más de un desvelo, y que jugaban a perseguirse y todo...
Ya sé que no se admiten peticiones de anécdotas, pero sospecho que de C ("canaria") nos hablará muy pronto...

Y en Pretecnología y Dibujo, usted "nanai de la china", ¿ah?. No importa, no se sulfure, me imagino que en Mates y en Geografía era usted un auténtico hacha y además, el tipo que le prestaba los apuntes al resto de compañeros, ¿verdad? ja ja.

Vale, y ya aprovecho para alabarle la genialidad de los títulos con que abre estas anécdotas. "El diván de los recuerdos" suena a querer tomarse un cafetito con los colegas de entonces, hummmm.

Bueno, me retiro a mis aposentos. Venga cuando guste y compartimos una cervecita fría (¡tráigase musiquita setentera!).
Además hay una encuesta, y si no ha votado ya, haga el favor de votar a mi favor, ¿sí?. No voy a comprar los votos, obviamente, sólo necesito apoyo de los camaradas. Confío en su camaradería...

¡Un abrazo!

Anónimo dijo...

Arggggg, arggggg, vengo corriendo... vengo corriendo... a decirle, argggg, que, que... ¡vamos ganando con la votación!.
No sé cuál es el premio, pero ya se nos ocurrirá algo, arggggggg...

Un vasito de agua pues sí que se lo acepto, mire usted.

Lenny Zelig dijo...

Tome usted el vaso de agua. Haré una pausa en mis cavilaciones para encontrar la forma de hacer trampas en su votación, tomaré también un poco de agua y le seguiré hablando de Bianca.

“Mi padre no pudo estar implicado en aquello...” Ángela bajó la cabeza y rompió a llorar nuevamente. Jorge decidió llegar hasta el final. “Usted también estuvo implicada..., señorita”. “¿Qué quiere decir, Jorge? No sé qué ocurre y me asusta saberlo, pero será mejor que no me oculte nada”. A Jorge se le rompía el corazón al ver el sufrimiento de Ángela, porque sabía que no podía aliviarla. Sólo informarla. “¿Cuántos años tiene, señorita?” “Veintitrés, claro”, respondió Ángela automáticamente, sin ánimo para averiguar el porqué de la simple pregunta. “Pues es algo más joven. En realidad tiene veintidós. Usted nació en junio de 1976, no en marzo de 1975. Eso se cambió después para no despertar sospechas. En el registro debía parecer que usted nació antes del golpe militar. Pero no fue así. Don Alfredo y doña Clara no son sus padres biológicos. A usted la adoptaron”. Ángela empezaba a comprender. Iba asimilando lo que Jorge le decía y sólo quería seguir oyendo más. El chófer se desvió de la ruta para hacer más largo el trayecto a casa. Quería tener el tiempo necesario para contárselo todo. “Sus padres biológicos fueron Victor Hugo di Pasqua y Alicia Brochstein. Fueron de os primeros detenidos. Los arrestaron el 1 de abril de 1976. Usted no nació en la clínica Borsano de la capital, como cree. Nació en la enfermería de la Unidad Penitenciaria nº1. Y sus padres desaparecieron...”

La historia está destripada, que se dice. He preferido contárselo aquí porque me espanta la imagen de un tipo desgarbado entrando y saliendo de su casa con los rollos de un manuscrito. Así al menos no se me caen.

Le llevaré gustosamente música a su retiro. ¡Pero no de los setenta! Dejémoslo en los ochenta. No se olvide que aunque quisiera, no podría ser su padre.

Fdo.: su tío.

Anónimo dijo...

¡AH! AHORA SÍ QUE VISUALIZO A ÁNGELA COMO UN PERSONAJE DE CULEBRÓN NORTEAMERICANO. "Usted no es quien cree ser", "él no es su padre", "yo no soy su verdadero chófer", ¡pero bueno, vale ya, por dios!. Al menos se quita un año de encima, la chica (lo contrario hubiese sido de muy mala uva por su parte, Miguel...).

Venga a mi casa, por favor se lo ruego. Me encanta presumir de amigos interesantes e intelectuales, ¡y ya si me llega usted con rollos de manuscritos bajo el brazo, pffff...!.

Oiga, ¿no será usted un abogado corrupto? ja, ja, (sonría usted también) porque si quiere extorsionarme para modificar los resultados de la encuesta, ya le digo de antemano que no cuento con un chavo. Y pertenencias materiales..., uy uy.

Oh, perdón de rodillas por lo del adjetivo "setentero". Entenderá que yo me moceé en los 90´y de ahí para atrás casi que todo me parece que lleva hombreras y maillots, y no es así, claro, claro...

¿Me perdona, entonces? pues traígame algún disco de vinilo y compartimos el atardecer, ¿si?.