Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

domingo, 15 de julio de 2007

Anónimos


Es innegable: la tecnología nos ofrece mejores vías de comunicación. Nos facilita información y contacto con millones de humanos a la vez. Un saludo llega hoy más lejos que nunca y da la vuelta al planeta en apenas un segundo.

A la hora de emplear los nuevos medios, frecuentemente nos escondemos detrás del anonimato. En algunas ocasiones es necesario y en otras muchas, aconsejable. Pero en muchos casos damos la sensación de depositar en la plaza pública simples anónimos –qué término más amenazante. En tales ocasiones, demostramos querer decir cosas tanto como cuidarnos de revelar quién las dice. Me pregunto por las causas que nos llevan a ocultarnos, por lo que obtenemos (o queremos obtener) con ello y lo que creemos que perderíamos de otro modo, o perderíamos realmente.

Tengo claro que la tecnología no ha creado ningún problema. Si realmente podemos llamar problema a nuestro generalizado afán de expresarnos sin identificarnos (suficientemente), la tecnología sólo lo habrá revelado de manera espectacular. Como creo en los –en general— benéficos efectos de la mera expresión de nuestras cuitas, la tecnología se limita a brindarnos unas posibilidades asombrosas, pero no nos obliga a ocultarnos. Si lo hacemos, es cosa nuestra y aquí quería llegar: a qué nos empuja a ser anónimos, a qué hay en la naturaleza humana o en la sociedad en que vivimos que nos previene de anunciarnos.

No he pensado lo bastante en ello, pero la respuesta que se me ocurre no me tranquiliza. Parecería tratarse del abismo que separa lo que diríamos de lo que nos atrevemos a decir, o, mucho peor aún, lo que somos de lo que querríamos ser. Si fuera así, el anonimato nos ofrecería una vía de escape al agobiante confinamiento que nos imponen nuestros deberes sociales o el pudor o la timidez. Sería la natural forma de sobrellevar un problema que, si es tal y tiene solución, sólo podría empezar a resolverse precisamente rompiendo el anonimato.

También lo veo como la censura y limitación que los humanos solemos imponer a nuestras naturales necesidades de comunicación. Desconfiamos tanto de nuestros congéneres que preferimos mantenernos a cubierto en la oscuridad, por si las cosas se ponen feas. Vuelven a ser los temores y las debilidades los que nos marcan el paso.

O podría ser parte de un juego, un baile de disfraces hechos a mano por cada cual. Una divertida mascarada que nos proporciona la alegre libertad del carnaval.

O será que llevamos máscara incluso cuando no la tenemos puesta.

Cualquier día debería presentarme. Ensayaré quitándome una minúscula pieza del disfraz. A ver, que no se vea. Soy Michele. Miguel para los que lo conocen de veras.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí, sí, ya apagué el cassette, la vecina vino a quejarse (!). Hummmmm, hay que exteriorizar cuando una está contenta, ¿no cree?.

Acabo de leerle, la historia de Bianca me tiene en ascuas todo el tiempo. En fin, no intento seducirla porque sé que usted tiene en ella puestos todos sus afectos, ay...

Y ahora leo su artículo y vuelve a recordarme el tema que a menudo me obsesiona: ¿arte o vida?. El anonimato en el espacio cibernético esconde frecuentemente la impunidad, el dominio, el complejo, el juego, y sí, la debilidad. No obstante, creo que antes o después aparece el actor a saludar y el personaje se queda en el tintero. ¿No le pasa a usted, mi querido Di Blasino ("Miguel, para los que le concocen de veras")?.

En cualquier caso, es usted encantador entre líneas y sobre el papel tapiz. No cambie, se lo suplico. Ya le tengo afecto y me sobran las cervezas en la nevera.

Lenny Zelig dijo...

Es usted muy amable, como siempre.

Le acepto una cerveza, muchas gracias. Brindemos por Bianca. En cuanto a ella, no se reprima. Comprenderá que intentaré ponérselo difícil, pero no puedo pedirle que no lo intente. No sabe hasta qué punto tengo espíritu deportivo. Me basta con saber que Bianca es libre para hacer con su vida lo que quiera y con quien quiera.

Así que un último brindis, mi valiente antagonista: que gane el mejor.

Anónimo dijo...

Ahá, así que me reta usted en el campo de la seducción, ¿ah? me encanta, acepto el reto gustosa. Y no me importa que juegue usted con ventaja -por la relación laboral que les une, obviamente-. Recurriré a la pintura y a la música ¿no contó usted que estudió arte?, hummmm, nadie con sensibilidad se resiste a una buena melodía.

Me pasé de nuevo por aquí porque me asaltó una pequeña duda, ¿con qué nombre debo dirigirme a usted ahora, estimado amigo? ya una no sabe a veces frente a quién actúa, en este teatro de la vida.

Buenas noches, reciba un abrazo afectuoso. Y no se olvide del reto que ahora nos ocupa, ¿sí?.

my blue eye dijo...

O Hobbes (el miedo) o Rousseau (la máscara), ambas cosas son seguramente ciertas en un nivel psicológico. Me siento más cerca de la explicación hobbesiana: el anonimato protege de otros individuos potencialmente dañinos. Nunca se sabe...

Pero ¿la máscara? También funciona. La vida es puro teatro y esas cosillas.

Me presento: Lucía.