Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

sábado, 21 de julio de 2007

2ª parte del viaje: la vuelta inevitable


Caminé mucho aquel día, pero sólo recuerdo tres lugares. Primero, la tienda donde compré algunos detalles para la familia. Entre ellos, y para mi padre, unos accesorios para las botellas de champán que darían bastante juego durante varias navidades. Después, el restaurante yugoslavo –ya no lo sería aunque continuara abierto— donde comí. Me sentía extraño comiendo solo, tan jovencito, en aquel lugar. Pedí arroz y lo primero que reconocí en la carta como un filete de carne con patatas. Entonces y ahora sólo quería saciar el hambre. Cuando un gourmet quiere tener una pesadilla, sueña que ha dejado de ser él y soy yo entrando en un restaurante. Y por último, una terraza en la Grand Place, donde me senté a tomar una buena jarra de cerveza negra que elegí, sin saber, de entre la larga lista que se ofrecía. El lugar estaba abarrotado de gente y también allí me sentía fuera de lugar.

No sé dónde volvimos a encontrarnos M. y yo aquel día. Vino desolado. Me esfuerzo por recordar qué me dijo sobre lo sucedido y apenas acierto a vislumbrar una reunión con P. y varios amigos suyos, quizá en la casa de uno de ellos, y un tercero en discordia, el entonces amigo especial de P. Lo previsto. Por todos, menos por el desdichado M. Si no recuerdo los detalles de qué hubo de padecer M. aquel insólito día no es porque no me lo contara –si M. disfrutaba de algo era hablando de sí mismo—, sino porque hacía ya mucho tiempo que sus desventuras sentimentales no me interesaban.

Seguimos ruta. Transcurrió ya muy deprisa. Una rápida visita a la ciudad de Luxemburgo, un día en Brujas y luego Amberes, Rotterdam y Amsterdam. Teníamos inicialmente previsto acercarnos al norte de Italia, pero el desesperado M. sólo quería volver a casa y así lo hicimos.

Cuando llegamos a la estación de tren de nuestra ciudad se completó el círculo. Volvíamos al lugar del que salimos, pero no iguales. M., con un poco menos de dinero y bastante más amargura. Y aunque pareciera lo contrario, nuestra amistad aún más envilecida.

En todos los sentidos, el viaje fue otro fracaso para ambos.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Volveré, Di Blasino!.

¡Si viene a verme tráigame noticias de Bianca, por favor! no se haga usted el interesante conmigo, oiga. Beso.

Lenny Zelig dijo...

Perdone, perdone con lo de Bianca. La tengo abandonada. Lo malo es que estoy tentado de contarle de golpe toda la historia, pero me resisto a ponérselo tan fácil. Se lo prometo: pronto le contaré algo más.
Hasta entonces.

Anónimo dijo...

¡No vale ser tan prolífico con los posts!
Discúlpeme, no saco tiempo para cuidar a todos mis amigos; me asomo de vez en cuando a verle, así, cepillándome los dientes o secando un plato...

Ahora entiendo que mis muchachos se quejen de tantos deberes, ay.

He visto de pasada lo de Nastassia, hummmmm, tiene todo muy buena pinta. Ya empiezo a imaginarme cómo fueron sus años mozos. ¿Eran usted y su hermano muy mitómanos? ah, ésas chicas de las que habla debieron de arrasar muchos corazones...

De verdad que volveré,`pero por favor, no corra usted demasiado porque mis piernas de cigüeña se tropiezan con tanto bonito. Un saludo, Miguel.

Anónimo dijo...

Qué amargura de viaje, ¿no? Al menos usted se portó como un verdadero colega...

Lenny Zelig dijo...

Me sobreestima, amiga mía, si le parecí un verdadero colega.

Me parece que le estoy liando. ¿Piensa que Pedro era mi hermano? Cuando coincidimos parecíamos igualmente bobos, ja, ja, como dos tontos de la misma familia. Pero no, mi hermano era otro y, ahora que lo pienso, nunca conocí sus mitos, si los tuvo.

Me marcho a otro lado a agradecerle su atención, que usted parece hiperactiva, vive dios.

Anónimo dijo...

Ja, ja. Si soy hiperactiva, aún nadie con licenciatura en Psicología me lo ha sugerido...

Me acerco a decirle que el padre de Bianca se parece un poco al todo-poderoso C.C. Cabwell, el del culebrón norteamericano Santa Bárbara. Un poco sí, ¿no?.

Buenas y estrelladas noches.