Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

viernes, 13 de julio de 2007

Lo fácil y lo difícil (o la extraña economía de la conducta humana)




No me refiero al actual debate sobre la conveniencia de fomentar el llamado valor del esfuerzo. Hablo del extraño cálculo de costes que los humanos hacemos a diario. Extraño, por no decir ruinoso. Hablo de hacer difícil lo fácil, incómodo lo que podría ser benéfico, doloroso lo que debería aliviarnos, y todo sin contrapartida apreciable. Pienso en la tendencia que nos arrastra a embarcarnos en negocios ruinosos que necesariamente debiéramos saber que lo son.

Si nos paramos un instante, salimos del torrente de nuestros quehaceres y abrimos los ojos para explorar detenidamente el entorno, encontraremos demasiados ejemplos de lo que hablo. Desde gigantescos hasta simples pequeñeces, en todas las escalas imaginables.

Aunque nuestros hijos pequeños son fuente inagotable de ternura y cariño, con qué irrefrenable frecuencia reaccionamos irritada y desproporcionadamente ante cualquier contratiempo. La ira –en ese caso y en cualquier otro—, qué mal negocio.

La privadísima relación afectiva entre dos personas puede convertirse, según su sexo, en cuestión social, asunto de estado. Lo bueno se hace malo; el bienestar, tormento. El prejuicio moral, qué mal negocio.

El humano busca reconocimiento. Si es adolescente o joven, más aún porque se está haciendo. Los que aceleran con su ruidosa moto o invitan a los demás, bajando la ventanilla, al concierto ensordecedor que se celebra en el interior de sus coches, buscan reconocimiento. A cambio, los demás pensamos que son gilipollas. La sordera, qué mal negocio.

Derrochamos tiempo y energía con el único propósito aparente de hacer peor la vida de los demás, que al final es la nuestra. Sin embargo, cada vez veo más claro lo fácil que sería hacerlo bien. Sigo confiando (moderadamente) en el progreso de los humanos. La Historia parece decirnos que sí, que algo hay de ese lento cambio. Pero miro alrededor (y dentro de mí) y, francamente, desespero.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Amigo, ya definitivamente le imagino a usted subido a lomos de Rocinante. Es usted un soñador, de carácter tranquilo y reflexivo, pero un soñador de cabo a rabo. Y se lo confieso simplemente para hacer patente mi orgullo ante nuestra incipiente amistad internáutica.

A menudo he pensado sobre la cuestión que aborda hoy en su interesante post, y tras muchas vueltas a la perdiz ya bastante mareada concluyo que, efectivamente, somos seres de naturaleza torpe (TORPE). Enviamos satélites a otras esferas, inventamos potentísimos aparatos electrónicos en formatos minúsculos, y blá blá (me abrumo leyendo revistas científicas), pero no se ve un aparente avance en cuanto al aspecto emocional de los seres pensantes. Cuesta muchísimo saludar al vecino, detenerse a mirar sin prejuicios al vagabundo, sonreir a quien te ha cedido el paso en la calle. Pfff, los tópicos cristianísimos, ¡otra vez! (odio cuando unos cuantos se apropian de lo comunal, vaya).

Quizá operar a pequeña escala garantiza la felicidad. Coja usted a las diez/quince personas de su entorno más íntimo y preócupese de que "no les falte de ná". SINERGIA: 2 + 2 = 5. Y esa sí, esa energía estará bien empleada. Otra opinión personal de lo más humilde, vaya.

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Ayer leí la historia de Bianca comiendo palomitas, como en el cine. Lo dejó usted en la escena de su loca carrera hasta la iglesia. Bueno, espero que no se haga usted el interesante, ¿eh?.

Querido amigo, hoy es sábado y sería delicioso dejarme acompañar a la ópera por algún caballero distinguido. ¿Le gusta a usted la ópera?. Un saludo de abanico negro.

Lenny Zelig dijo...

Usted sí que sabe de buenos negocios, Signorina Rockefeller. En el próximo consejo de administración de la sociedad de capital riesgo que presido, aconsejaré invertir fuerte en su proyecto.
Le mando todos los dólares de nuestra oferta y un par de entradas para "Giovanna D'Arco".
A la espera de sus noticias, se despide de Ud. su siempre seguro servidor.

Anónimo dijo...

Mi estimado amigo, fue una verdadera pena que no pudiera acompañarme a ver Juana de Arco, ¡qué excelente elección!. Imaginé que estaría usted desfaciendo entuertos y preferí no molestarle. No obstante, pospondremos nuestra cita para el próximo sábado; reponen Don Giovanni, ¿le interesa?.

Estoy gratamente agradecida por su aportación musical en mi esquina de cielo, y por esa bonita anécdota que le recuerda tanto a su hermano. Por favor, no deje de traer música a mi salón de té.

Y recuerde, apueste usted fuerte en su negocio y en todos los aspectos de la vida, pero siempre a pequeña escala. Es un consejo de mi abuela y le aseguro a usted que ella jamás se equivoca.

Hace tiempo que no sé de Bianca. Invítela también a nuestras reuniones.
A sus pies, monsieur Di Blasino.