Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

miércoles, 18 de julio de 2007

El diván de los recuerdos. Los camaradas. El hijo del tabernero.


Disfruto mirando al pasado desde el punto de la subida en el que me encuentro. Estoy abriendo un viejo álbum de fotografías que se va llenando. Hace un momento, aquí sentado en la falda de la montaña, rodeado de un cielo limpio, recordé a mi amigo M. y me reproché no haberlo hecho antes. Nuestra amistad duró muchos años. Parecíamos inseparables. Sin embargo...

Sin embargo nuestra amistad estaba construida, piedra a piedra, con cada una de nuestras frustraciones. El cemento que nos mantenía unidos estaba hecho con la materia de nuestros fracasos. Vaya pareja de perdedores. Una amistad destructiva. M. intentaba superar inútilmente sus complejos y su naturaleza obsesiva con un falso aire de superioridad que a menudo me irritaba. Yo reaccionaba lanzándole puyas, inmisericorde. Hubo buenos momentos claro, pero creo que ése es el escabroso balance final.

Había rivalidad. En muchos sentidos. M. también se enamoró de aquella canaria que llegó al colegio. Después lo haría con cada una de sus dos hermanas. Cuando aquella familia de hermosas mujeres volvió a Canarias, M. viajó hasta allí –¿quién dijo miedo?— y no pudo regresar más magullado. Al tiempo de aquel viaje no sé cuál era la hermana que perseguía inútilmente ni qué número hacía en su lista de desastres. Hablando de viajes, otro día tengo que recordar el que nos llevó al norte de Europa tras el rastro de una frágil joven belga. Además, M. tenía una prodigiosa imaginación y soñaba con ser un gran escritor de éxito. Me confiaba la corrección de sus escritos porque, como buen ambidextro, se le iba la pinza ortográfica más que a mí. Yo envidiaba su facilidad para inventar historias y su determinación para escribirlas, pero suponía que podría hacerlo mejor que él. Así que, aunque le animaba a seguir con su vocación, me ocupaba de comentar irónicamente sus tramas (Las Mocedades, llamábamos a mis hirientes acotaciones), donde venía a escupir mi resentimiento. Debo reconocer que M. nunca me lo reprochó, encajando estoicamente las pesadas bromas que le gastaba. No hay duda de que M. me apreciaba sinceramente.

Nuestro retrato se titulaba “Pareja de suicidas para un cuadro psicológico”. A ver quién es el guapo surrealista que lo pinta. Estaba claro que, o cambiábamos, o sólo podíamos seguir siendo amigos mientras no encontrásemos lo que nos faltaba, mientras siguiéramos fracasando. A medida que cada uno fue reconstruyendo su vida, nos distanciamos hasta acabar despidiéndonos.

Se marchó al extranjero, donde falló su matrimonio con una francesa. Ella era el perfecto símbolo de los deseos de M. de marcharse lejos, donde nadie le conociera. Su hijo mayor se parecía mucho a él. Como el mío a mí. Quién sabe si el azar podría presentarlos un día para entablar una amistad que nada tuviera que ver con la que arrastraron sus padres.

Tengo que reconocer que estoy siendo injusto con M. Le lanzo puyas como en los viejos tiempos y no tiene ningún sentido. Fueron años difíciles en los que, a la hora de la verdad, demostró valor y nobleza cuando más falta hacían. Yo, no.

Mis disculpas.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Admirada por la forma y por el contenido, muda prefiero quedarme, reflexionándolo todo, releyendo cada una de sus frases... Esto va a ser complicado, uff.

Volveré.


Fdo: 3A (de AviAdorA, ¡sí hombre, la siempre suya!).

Lenny Zelig dijo...

Usted sí que es admirable, no esos cuentos de fantasmas del pasado que el psicoterapeuta me aconseja liberar.

Grazie mille.

Anónimo dijo...

A ver, a ver, que me lo ha puesto usted dificilísimo.
¿M y M?, ¿izquierda y derecha?, ¿los camaradas?, ¿el diván? ¿no será que es usted mismo, desdoblado? estoy muy confusa, de nada me sirve aquí traer mis apuntes de psicoanálisis freudiano.

Por otro lado, me dejó k.o. eso de las tremendísimas canarias (la genética, qué injusta a veces).

"como buen ambidiextro, se le iba la pinza ortográfica"... esa frase bien merece una estatua galdosiana, o ya puestos, un sofá en el palacio de la prosística más acrobática...

"las Mocedades"..., me parto...

"Pareja de suicidas para un cuadro psicológico",... no se preocupe, estimado amigo, que yo le busco ilustración tipo personajes de "murieron con las botas puestas".

¡Y tiene usted hijos!, ah, qué sorpresa, a ver si va a ser que les doy yo clase, hummmm.


Tras varias lecturas de este extraño post en diferentes momentos (y estados anímicos) del día y de la noche, sólo puedo concluir que no sé ya qué pensar de usted. La plantilla del blog dice mucho acerca de la serenidad y el orden de su espíritu; en cambio lo que usted empieza a revelarme acerca de su misterioso pasado me tiene a cuadros cubistas piccasianos.

Podría seguir haciendo más preguntas (¿quién es el hijo del tabernero: su amigo M o usted?, ¿o ambos?, ay ay). Éstas son preguntas retóricas, me supongo.

Y en relación a los psicoterapeutas, pff y re-pff. Conocí a uno que forzaba mucho el carro para parecerse a Freud (misma calvicie, mismas gafitas, misma poca autoestima, e incluso un cuadro con la estampa del susodicho a sus espaldas). Consejos a euro el minuto, oiga...

Le adoro, de verdad. Ya quería decírselo porque empieza a recordarme a mi profe de lengua de COU, fantástica y quijotesca persona allá donde las halla(que me empujó sin remedio a esta profesión). Bueno, no le canso más, que es tarde.

Un abrazo, escribe como cabalga. ¿Ha probado a desplazarse a lomos de su caballo? Bianca no volverá, se lo digo yo.

Lenny Zelig dijo...

Alto, alto, AviAdorA. Todo es mucho más simple. No soy tan complicado como usted. Sólo plasmo una traducción simultánea de mis recuerdos, lo más fiel y precisa que permite mi conocimiento del lenguaje de la memoria. Al menos, por ahora.

Aunque es una clave que no debería nunca revelar, por ser usted quien es se lo digo: tómeselo al pie de la letra y acertará. Si M. nos viera, asentiría.

¿Qué hacía despierta a esas horas? Descanse, por favor.

Anónimo dijo...

O sea, que el tal M es un ser autónomo e independendiente, ¿eh?. Pues así, re-leído bajo los psicóticos efectos de la coca-cola, bien podría ser usted haciéndose compañía a usted mismo... en fin, que sí, que la complicada soy yo.

Bueeeeeeno, esos intentos suyos por rescatar el pasado me van exigir poner en juego todas las competencias comunicativas. Usted también sería, de serlo, un profesor muy exigente...
Anímese y narre públicamente en este espacio anónimo cómo fue lo de su primer beso (no es cotilleo, se lo aseguro).

Y sí, buenos días a estas horas, ¿qué día es hoy? estará ya usted al corriente de todo lo que acaece en mi existencia, así que no pregunte qué hago despierta a tales intempestivas horas...


P.D: re-leyéndome me detecto con horror una falta ortográfica que bien merece un suspenso directo (¡"halla" de "haber" con -ll-!). A ver si es que voy a ser ambidiextra, después de todo...

Un abrazo, italiano.