Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

martes, 28 de agosto de 2007

Reencuentro (The Big Chill)

Fue en aquel cine que era un viejo teatro, luego restaurado. Uno de los pocos cines de mi juventud que aún subsisten, aunque ya sólo con escenario y sin pantalla. Está en la lista de películas que vi más de una vez en el mismo cine; concretamente pertenece al grupo de dos proyecciones. Me sedujo la historia de viejos amigos que se reúnen con ocasión del suicidio de uno de ellos.

La volví a ver hace poco tiempo y me pregunté qué había visto yo en aquella película la primera vez (aquellas dos primeras veces). Creo que está relacionado con mis andares. Tenía entonces –también en alguna medida ahora— dificultades para caminar por las aceras y tendencia a marchar por fuera del bordillo, a trompicones entre los coches aparcados, guardando las distancias con los humanos. De manera que, salvo en el tortuoso caso de M., los conocidos sólo podían ser simples conocidos. Por ello, después de idealizar aquellos personajes de la película, quizá viera en ellos a los buenos amigos que lamentaba no haber tenido realmente nunca. Para mí no era un “reencuentro”, sino la “añoranza de un reencuentro”.

Pasado el tiempo, no es más que una entretenida historia interpretada por jóvenes actores al comienzo de sus carreras. William Hurt, Kevin Kline, Tom Berenger, Glenn Close, Jeff Goldblum. Un pequeño relato de frustraciones, fracasos y reproches con final feliz. Eso es todo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Nada, no puedo comentar nada de la peli porque no la he visto.

Pero me ha llamado la atención la mención a sus andares. Yo también sufrí una larga época de adversión a los humanos, y por eso caminaba por las calles casi pegada a la pared. Igual que usted, pero por el lado interno de la acera (más seguro con respecto al tráfico, claro). Más de una vez me di un buen sopapo contra alguna reja con geranios. Plaffff, toma ya, por tonta.

No sé cómo ni cuándo se me pasó aquella estúpida manía, el caso es que ahora camino por el centro de la calle lo más ostentosamente posible, a grandes zancadas y con las manos en la cintura. Tengo un juego: se trata de ir andando, girar bruscamente y cambiar el sentido. Efecto sorpresa, la gente se queda pasmada. No me pregunte por qué me divirte hacer esa chorrada, porque no lo sé. Me gustan mis chorradas.


Pregunto ¿se le ha pasado a usted la manía? ¿cree que llegará a superarla alguna vez? mire que es muy peligroso pasear por los bordillos, la gente conduce como loca y...

Lenny Zelig dijo...

La verdad es que lo decía en sentido figurado (estuve muy tentado de aclararlo en el texto, pero preferí dejar el equívoco). En realidad ando como vuela: en zig-zag, procurando no molestar y apartándome del rumbo de los demás.

Por lo que cuenta, si me cruzara con usted y se le ocurriera ejecutar un cambio brusco, me haría un desgraciado. Así que si veo a alguien caminando a grandes zancadas, me paso a la otra acera, ya lo creo.

Anónimo dijo...

El juego es chulo, y cuando lo he puesto en práctica con mi amigos (por parejas o por tríos) ha sido muy divertido.

No quiero insinuarle que lo haga usted con su esposa, ¿eh?. No sé, creo que la chica ya tiene suficientes motivos (ese bloguerío suyo tan lindo) para divorciarse de usted, ja ja.

Un abrazo desde el otro lado de la bloggalaxia.