Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

domingo, 19 de agosto de 2007

Polvo de estrellas

El trabajo nos cansa. Por regla general, tarde o temprano deseamos perderlo de vista. Aunque hay ciertas profesiones que uno sólo puede imaginar desempeñadas por entusiastas. La de locutor de radio, por ejemplo. Presumimos que quien se pone a darle al pico ante el micrófono de una emisora disfruta con su trabajo. Le gusta hablar o le gusta oírse hablar, o ambas cosas y es el colmo. Yo pensaba que así era hasta que me topé con aquel programa de radio de Carlos Pumares sobre cine: “Polvo de estrellas”. Era en la madrugada y cuando yo –casi no puedo creerlo— oía la radio de madrugada. Comprendí entonces que también un locutor puede estar hasta el gorro de serlo. O era así o Pumares había creado un personaje verdaderamente bien interpretado: el de un locutor al que le reventaba tener que enfrentarse a las tonterías de los oyentes que entraban en antena, y que no tenía reparo en manifestarlo. Qué valor el de aquellos oyentes. Empiezo a sospechar que eran de pega, como los participantes en los concursos de televisión local –o nacional- , ésos que emiten a horas intempestivas de la (¡también!) madrugada para que te gastes el dinerito en llamadas telefónicas. En algún lugar leí que la mayor parte de las llamadas las realizaban empleados del programa, haciéndose pasar por imbéciles incapaces de resolver una sopa de letras apta para segundo de infantil, a fin de que los incautos –al grito de ¡yo me lo sé!— marcaran el lucrativo número telefónico.

¡¡¡¡Obra maestra!!!! Era el chillido que Pumares profería para referirse a las películas que le gustaban. No recuerdo el grito de guerra para las que no le gustaban, pero creo que también lo había. Pumares era (es) un personaje más bien entrañable que después recaló durante un tiempo en “Crónicas Marcianas”. Las piruetas de la vida.

Estoy agradecido a Pumares. Me puso en contacto con la crítica cinematográfica y con un análisis racional y riguroso de las películas, aunque a veces fuera discutible o pareciera desproporcionado. Pumares era (es) un tipo excesivo o le gustaba parecerlo.

En fin, y no sé por qué, me he animado a hacer otro cutre-trabajito audiovisual. Uno de viejas estrellas del cine que me resultaban atractivas y me lo siguen pareciendo. Pumares estará de acuerdo. Por mi parte debo confesar una especial debilidad por Audrey Hepburn e Ingrid Bergman, que no tienen absolutamente nada que ver y me confirman como persona de saludable amplio espectro.




-¿Seguimos con las manualidades, Miguelino?
-Me divierten.
-Está bien que la gente se divierta, pero pare el carro.
-¿Por qué?
-Porque cualquier día nos prepara un especial de Torrebruno con música de Franco Battiato y la hemos cagado. Sujétese la pinza, Miguelino, no se le vaya a soltar. Me está preocupando. Sobre todo desde que habla consigo mismo en voz alta. ¡Gollum! ¡Gollum!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pufff, con Norah Jones de fondo y esa delicada Audrey a lomos de la moto italiana, me ha parecido ver las estrellas...

¿Qué le está pasando, Miguel? anda desbocado y nos hace digresiones sin ton ni son. Pasar de Pumares a Audrey me parece una indecencia supina. Usted y su pinza...

Me alegra que se quede con Audrey, yo soy más de Katherine (que bien les sienta ese apellido). A ver cuándo salimos los cuatro a cenar.

Voy a verlo de nuevo, jo. Mucha chica guapa hay en este post.

Lenny Zelig dijo...

¿Por qué reprocha a Pumares no tener nada que ver con Audrey Hepburn? Pumares tiene un buen gusto muy clásico, y seguramente es el primero en apreciar el encanto de Audrey.

Y si salimos los cuatro a cenar, yo me pido ser Gregory Peck. Cuando termine la velada me llevo a Audrey a Roma. Usted, ¿quién se pide?

Anónimo dijo...

Sí, sí, es bien cierto, ja ja. Pero Pumares no es nada guapo y Audrey es un ángel... no sé, a mí me ha parecido una brusca digresión.

Ok, me pido ser Spencer Tracy, claro. Para amar a Katherine no puedes ser "un cualquiera". Después de la cena yo la llevaría en mi coche a ver la luna desde una colina. Música jazz y bourbon. Intentaría besarla con un chaleco anti-balas. Es una fierecilla sin domar, ya sabe usted.

¡Envíenme una postalina de Roma, eh!