Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Otra de viejos camaradas. El hijo del catedrático.



G. era pelirrojo, tenía la cabeza grande, los pies planos y una risa bobalicona y contagiosa. Tenía muchos hermanos. Recuerdo que durante un tiempo –imposible saber cuánto- anduve correteando con él por la zona antigua, por donde él vivía. Una vez me presentó, orgulloso creo recordar, a un chaval peligroso que al parecer había pegado a su padre un día que éste se emborrachó. No creo que felicitara al muchacho y seguro que me quedé rascándome la cabeza, con esa expresión que aún conservo y utilizo cuando quiero decir "¿¡?¡?¡?¿¡?" Ahora comprendo que en ese desconcertante episodio se refleja el estado de abandono en el que se encontraba entonces el casco antiguo, un suburbio de casas bajas en pleno centro histórico. Aunque la familia de G. no tenía nada que ver con ello, al vivir en aquel entorno mi amigo conoció otro mundo y me presentó a uno de sus habitantes. Con los años las cosas han cambiado y el casco antiguo se ha recuperado, convirtiéndose en una tranquila y apreciada zona residencial y desplazando la miseria a alguna otra parte. Al fin y al cabo la marginalidad, como el tamo del polvo, termina acumulándose donde la dejan, moviéndose siempre al ritmo de los escobazos.

Adonde quiero llegar es a la casa de G. Qué manía la mía y qué albañil más feliz habría sido. Era una vivienda unifamiliar construida a escasos cincuenta metros de la catedral, a un paso de la facultad donde el padre de G. daba sus clases y con formidables vistas al impresionante convento de San E. La verdad es que el chalecito estropeaba la vista de la catedral desde la calle San P. y mi padre siempre decía que era una barbaridad que el Ayuntamiento hubiera permitido su construcción. Un disparate urbanístico, sí, pero qué casa, pensaba yo. Creo que no sueño cuando recuerdo que hasta tenía una pequeña piscina. Y muchas habitaciones, porque aquella familia sí que era numerosa en el antiguo sentido de la expresión. Hace bastante tiempo que no paso por allí, pero creo que se derribó la casa y se construyó un pequeño bloque de apartamentos.

Cuando intento saber algo de aquellos amigos del pasado a los que he perdido por completo la pista, pruebo suerte tecleando su nombre y apellidos en un buscador de internet. Con el hijo del dentista obtuve algo, pero de G. no hay ni rastro. ¿Qué habrá sido de aquel entrañable grandullón?

Por si acaso, me cuido de teclear mi propio nombre. No quiero comprobar que no existo.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué bonitas son las partes antiguas de las ciudades, siempre me han parecido espacios idóneos para ir a ponerse triste o nostálgica. También son ideales para ir a darse besos en las primeras citas, por supuesto.

Vale, retoma usted los recuerdos de su pasado, eso está bien. ¿En serio busca a sus amigos por internet? nunca se me había ocurrido. Ja, ja, seguro que si usted se busca a sí mismo aparecerá en una de esas inacabables listas del censo, o de las oposiciones, o del curso de inglés que hizo allá por el 2003...
Ésas suelen ser las referencias que tiene de nosotros el universo cibernético, así que puede estar tranquilo, QUE USTED, mal que le pese, EXISTE.

¡Espere! acabo de recordar que hace algunos meses me llamó un amigo gallego de mi adolescencia. Resulta que me había encontrado tras horas de búsqueda en google. "Estás ya muy mayor, M", es lo primero que me suelta por teléfono. "Pero bueno, ¿y tú qué sabes?", "Nada, es que te he visto en las fotos del día de los churros en tu instituto. Sales mordiendo un churro, y se te ve mayor".
Obviamente, lo despaché muy pronto. Quince años atrás era más simpático y menos sincero, hummmm.


Un abrazo, Miguel. Esto del trabajo sí que no se complementa demasiado bien con el blogguerío, ya lo empiezo a notar en mi propia piel. Se acabó trasnochar. De hecho, le escribo casi dormida, zzzz, zzzzz, ZZZZZZZ...

Anónimo dijo...

Ah, la música preciosa, como siempre. La melodía en francés, wow...
Ya sí que me voy a la cama.

Cambio y corto.

Anónimo dijo...

Yo a los "amigos" de la infancia los tengo más o menos localizados, siguen donde los dejé: en el pueblo, y la mayoría, como dice mi hermana "con hijos, casados y amargados"...
En cuanto a los cascos históricos: un suspiro por veletas, ¿verdad aviadora?

Lenny Zelig dijo...

Aviadora: sí, tiene razón, esas búsquedas son un desastre. Pero, ¿no se dice que en la red está el mundo? ¿No debieran estar también los viejos colegas? Pues no, al menos aún no.
Yo también he empezado el cole. Ayer casi me sale una contractura muscular forrando los tropecientos libros de los enanos. Manda narices con el "conocimiento del medio". En mis tiempos era "Cosmos". ¿Y en su era?

Daniel: ¿"Con hijos, casados y amargados"? ¿Una indirecta? ¿Quiere hundirme? Ja,ja, no es tan malo, aunque no digo que no pueda llegar a serlo. De momento no es mi caso. Y los niños siempre ofrecen más de lo que quitan. Anímese. ¿Es su reloj biológico ese que oigo clamando por unas lindas criaturitas a las que llevar al cine?

Anónimo dijo...

Vaya racha, se empeña todo el mundo en que me ponga a criar, pues nada, tendré que buscar alguna incauta que se deje engañar, jejeje...

Anónimo dijo...

En mi tiempo era "Naturaleza". Creo que es la asignatura que más nombres ha tenido a lo largo de la (mutante y tristísima) historia de la educación española. Y lo que nos queda, jesús.

Caliente la musculatura de los brazos antes de ponerse a forrar. Yo fui la hermana mayor de mis cuatro hermanas y sé de lo que hablo; siga mi consejo.

Un beso.