Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

sábado, 22 de septiembre de 2007

El Mayo francés

No tendría ni dos años y por aquel entonces daba literalmente mis primeros pasos en Oviedo. Yo, por mi edad y España, por su desgraciada Historia, estábamos casi al margen de todo, también de aquella primavera.

Las convulsiones sociales surgen de forma insospechada, ganan energía de manera caprichosa y son tan impredecibles e inestables como una atmósfera variable. Pero el caos seduce a los humanos muy brevemente y la tormenta siempre se disipa.

De aquel fenómeno me interesa un aspecto, una afinidad personal que he descubierto ya tarde. Hace relativamente poco tiempo comprobé que si me detenía, si dejaba a un lado mis quehaceres habituales y me tomaba un tiempo para observar la vida, la mía y la de otros, podía ver una maquinaria chirriante y defectuosa. Si nos paramos y guardamos silencio, podemos oír claramente el insoportable ruido de piezas mal encajadas y peor engrasadas. Los humanos no tenemos habilidad ni determinación para desmontar el dispositivo, diseñar otro brillantemente y levantarlo en coordinado esfuerzo. Sólo creo en los pequeños cambios, en los minúsculos pasos en la buena dirección. Y el primero consiste en tomar conciencia de que vivimos bajo un chirrido insufrible que nos negamos a escuchar. Por eso aburro a quien cojo por banda sobre el despropósito de muchos aspectos de nuestra organización social. Me complace comprobar que nadie me lo ha negado rotundamente, demostrándome que todos podemos oír el ruido si le prestamos una mínima atención.

A lo que iba. En aquel Mayo muchas conciencias despertaron al unísono. Luego se apagaron. Pero en mitad de aquel disparate, de aquel laberinto de intereses incluso contradictorios, lo que me interesa es que por un instante muchos se pararon a escuchar el ruido de la renqueante maquinaria social. Sólo me interesa ese breve momento. Aunque después no se supiera qué hacer con él, aunque le siguiera un irracional deseo de destrucción y aunque no hubiera ningún buen plan alternativo -¿qué revolución lo tiene?-, me parece que en cierta manera fue un instante de lucidez colectiva. Debiéramos seguir ejercitándola pacíficamente.




"Milou en Mayo" (1990)


“Mientras tanto, ¿vamos a dormir?”

5 comentarios:

Anónimo dijo...

"Hay que obligar a la gente a ser feliz". "Lo que importa es que la gente está unida, por una vez". "Dicen que en la Soborna se resbala sobre el semen"...

Ah, qué lindo, que bello, qué mágico y especial. No puedo decir más, Miguel.

Lenny Zelig dijo...

Suena cándido e infantil. Pero hay algo de ansia especialmente humana y, por ello, hasta cierto punto necesaria. Hay que dar pasitos hacia la quimera.
Un beso.

Anónimo dijo...

No, no suena nada infantil, a mí me parece un deseo muy racional y maduro, la verdad.

Ay, ese "Paciente inglés", la de apuntes que me estudié yo con esa banda sonora (ahora mismo me dan ganas de coger los de literatura barroca y apurar las últimas horas de la noche antes del examen, ja ja).
De la peli me gusta sobre todo la historia de amor secundaria, la del árabe con el personaje de J. Binoche. Más humana y por ello más divina, ¿no le parece?.

Bueno, domingo superado. No tarde mucho en postear, que luego me parece que chupo cámara continuamente en el mismo post. Un abrazo, amigo.

Anónimo dijo...

En boca del Rober: [...] Hay que dejar el camino social alquitranado
porque en él se nos quedan pegadas las costumbres, hay que volar libre al sol y al viento, repartiendo el amor que tengas dentro[...]
Ama, Ama y ensancha el Alma, Extremoduro.
Hum, creo que la voy a poner en un post...

Lenny Zelig dijo...

Aviadora: yo también me quedo con el personaje de Binoche, sin dudarlo. Por eso puse la música del regalo de él: la escena en la iglesia iluminada con la bengala.

Daniel: parecemos unos hippies, arsa. En cualquier momento nos ponemos a vender pulseritas en alguna isla. Que bien mirado...