Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

viernes, 5 de septiembre de 2008

Última hora: la Transición.



No he seguido a los Alcántara, así que no sé bien qué me he perdido, ni si ha sido algo. Acaba de comenzar una nueva temporada que arranca en plena Transición, de modo que al menos sé que me he perdido la muerte de Franco.

La Transición también me la perdí. Demasiado imberbe en aquellos tiempos de patillas, pantalones de campana y anchos cuellos de camisa. Lolailo. La Transición la recuperé después, cuando fui consciente de lo que disfrutaba gracias a ella. La Historia nunca es óptima, pero vistos los sorprendentes resultados, aquel ajetreado momento que nos permitió acceder por fin a la modernidad, al progreso democrático y al mismísimo mundo fue, sin duda, un gran momento. Acostumbrados ahora a disputas públicas comparativamente pequeñas –aunque desgraciadamente algunas sean las mismas—, me gusta girar la mirada hacia quienes contribuyeron con valor a la causa democrática en aquellos dificilísimos momentos de incertidumbre. Y algo tendré que hacer con la colección que anuncia EL MUNDO dirigida por Victoria Prego ahora que se acerca el trigésimo (¡válgame Thor!) aniversario de nuestra vigente Constitución.

(Motivo de vergüenza y reflexión: escena de una transición pendiente).

Entre homenaje y homenaje observo con disgusto dos actitudes que considero equivocadas en relación con la Transición. Por un lado, la de quienes parecen resentidos con ella, reprochándole que no permitiera la consecución de todas sus pretensiones. Creo que ignoran que ni la más perfecta democracia podría –afortunadamente, sospecho— permitírselo. La Transición nos ofreció la posibilidad de empezar a ser dueños, en alguna medida no precisamente despreciable, de nuestras vidas, y todavía hay quien tiene el valor de echarle en cara, como un niño enfurruñado, que su propia vida no responda absolutamente a sus deseos.

No me disgustan menos quienes, por otra parte, consideran una ofensa a la Transición cualquier postura social o política que en los tiempos de aquélla no fue formulada o quedó prudentemente pospuesta. La Transición no fijó un orden del día para las décadas venideras –bastante tenía la pobre con lograr llegar viva al día siguiente—, sino que se limitó a ofrecer herramientas casi desconocidas en nuestra desdichada España: oportunidades de libertad y concordia para ir avanzando, tal y como ha venido sucediendo, con sus inevitables zigzags. Atribuir a la Transición la forma de un corsé cuando no paró de romper botones me parece desconocer su verdadero valor e ignorar la serenidad última que me parece apreciar en el fondo de la actual sociedad, significativamente transformada.

Ted Earley ha aprendido algunas cosas sobre este lejano país y lo tiene claro. Sabe que la Transición fue para España lo que para él supuso salir de la cárcel: volver a nacer (a una vida desconocida y mejor). Y para no faltar a la tradición reservada para las buenas ocasiones, brinda por ello. Cheers!

4 comentarios:

Daniel Hermosel Murcia dijo...

Ains, treinta ya, madre que quinta más mala, no dejan de repetírtlo año tras año, ¡qué Loki me pille confesao!

Lenny Zelig dijo...

¡Vive Odín! Usted es lo que se diría un hijo constituyente. Un afortunado de una quinta única en nuestra Historia, no lo dude.

Anónimo dijo...

Qué interesante.´

Yo me siento más que agradecida a esos hippies-comunistas-demócratas, vaya que sí. Lo de la estética, ya es otro cantar. ¿Había algún mozalbete que no llevara esas horribles patillas, hein?

Lenny Zelig dijo...

Bueno, la verdad es que las patillas han vuelto después en alguna medida, y los pantalones de campana... Aunque hay que reconocer que entonces íbamos más uniformados. Cosas de la sociedad de consumo en fase de prototipo.