Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

sábado, 10 de abril de 2010

All Imperfect Things

He visto a jueces prevaricar, interpretar descaradamente su delito frente a mis ojos. He conocido a un juez fugado de un frenopático cercano, o al menos es la única hipótesis que explica su comportamiento. Tengo el triste privilegio de observar la degradación diaria de la Administración de Justicia y recomiendo fervientemente a los clientes que no acudan a mí, que solo puedo llevarles a ella. Mucho antes de que el juez del caso Matas atravesara el umbral de la fama con su torpísima resolución, ya había tenido la ocasión de contemplar el injusto y despectivo trato a los imputados dado por algunos jueces de instrucción que olvidan que no les incumbe acusar ni juzgar en las causas que solo investigan.

He visto cosas que no podríais creer.




Exagero, claro, porque también he visto espectáculos menos desagradables, incluso reconfortantes.

Me cuesta formar un criterio en los grandes debates. El tiempo no suele aclararme las ideas, más bien me lleva de un lado a otro y nunca sé cuándo el vaivén ha terminado. Sin embargo, en el asunto de la causa penal contra el juez Garzón por su actuación en el procedimiento que incoó por las forzadas desapariciones de represaliados por el franquismo, el paulatino conocimiento de los detalles del caso y la lectura de los contradictorios puntos de vista han ido reforzando mi primera impresión. Aunque no debo descartar que cualquier día de estos cambie, en este asunto sigo pensando lo mismo, y en parte creo que se debe a lo que he visto. Y como las instituciones de mi país suelen avergonzarme, no me sorprende que esta vez le haya tocado el turno a la Sala Segunda del Tribunal Supremo. A mi juicio, apreciar indicios de prevaricación en un complejo y discutible asunto que enfrenta nuestro pasado histórico al concepto de crimen contra la humanidad, al hilo del descubrimiento y búsqueda del cuerpo del delito (cadáveres en fosas comunes), no se sostiene lo más mínimo. Y cualquier paso que el Tribunal Supremo siga dando en el fétido jardín en el que se ha metido solo contribuirá a su mayor y más irreversible desprestigio.

Hay muchas cosas imperfectas y un buen puñado de ellas está en la Justicia. Exagero, claro, pero menos de lo que quisiera.

4 comentarios:

Daniel Hermosel Murcia dijo...

Algo se podrá hacer, ¿no?

Lenny Zelig dijo...

Supongo. Pero el problema es demasiado profundo: ni en general los jueces (ni los fiscales, por cierto) son conscientes de su responsabilidad ni el personal de justicia tiene en general sentido de servicio público. Para un observador imparcial, la administración de justicia, a diferencia de otras (como la sanitaria, por ejemplo) está en manos de una panda de impresentables flotando en un caldo de impunidad. Con honrosísimas excepciones, por supuesto.
¿No me cree? Tenga un pleito.

Aunque probablemente exagero.

Daniel Hermosel Murcia dijo...

"Pleitos tengas...", que dice el saber popular. Es el problema de generar pseudo-castas, supongo. En fin, pongamos que exagera, si no sería todo demasiado insoportable. Pero está claro que flotamos en una ilusión, a poco que se rasga surge podedumbre por todas partes (por muchas excepciones que haya). Sí, mejor será, supongamos que exagera...

Lenny Zelig dijo...

Seguro que no conviene simplificar, pero lo cierto es que los jueces suelen estar sobrepasados por su condición: responsables de un servicio público y al tiempo parte de una institución pública que ejerce un poder esencial del Estado. La excesiva consciencia de esto último, si no va unida a un firme sentido de servicio público, es peligrosa. La autoridad (o la simple consciencia de tenerla) nos deforma, generalmente para mal. Y luego el gregarismo hace el resto: el personal de un Juzgado termina pareciéndose a su amo.

El asunto de Garzón y las víctimas del franquismo es otra cosa. Lo veo como un problema/debate político (y jurídico) que intenta resolverse con el forzadísimo empleo del Código Penal. Eso es un artefacto imposible, una ilógica bomba.