Cuando leí que el brillante historiador Tony Judt estaba inmovilizado a consecuencia de un trastorno degenerativo, condenado a un fatal diagnóstico, afloró por un momento mi insultante egoísmo, preocupándome por cuánto tiempo más podría seguir expresándose, en impagable servicio al pensamiento racional y crítico, la excepcional inteligencia de un hombre en atormentada vigilia.
Maldita cuenta atrás.
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