Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

jueves, 6 de marzo de 2008

Rumbo sur-suroeste (II). Un vistazo atrás.

Así como desde mi feliz encuentro con la astronomía divulgativa no dejo de sentir el vértigo de nuestro permanente viaje espacial, el hecho evolutivo y la selección natural que lo impulsa me obligan a mirarme a mí mismo con asombro e incredulidad. ¿Cómo no sentir pasmo ante el muy probable hecho de no ser nada más que una cápsula de genes naturalmente seleccionados a lo largo de sucesivas réplicas, ocasionalmente erróneas, generadas a lo largo de unos pocos miles de millones de años? Una cápsula que finalmente ha tomado conciencia de sí misma, cierto, pero aunque el detalle resulte fascinante debemos ser modestos. Si llevamos el actual conocimiento científico a sus últimas consecuencias tendremos que conformarnos con admitir que somos un mecanismo biológico que, por puro azar, ha tomado conciencia de que... no es más que un mecanismo biológico consciente. Es un pequeño círculo que revela nuestro verdadero tamaño. Y para considerar adecuadamente nuestra minúscula importancia conviene recordar que no hay ninguna evidencia de que nuestra existencia responda a propósito alguno. Más bien hay evidencias de lo contrario.



De modo que el conocimiento presente de nuestro nuestro pasado revela que somos algo insignificante y puramente accidental, que no responde a ningún plan conscientemente diseñado y que no cumple más función biológica que la de preservar genes favorecidos por la selección natural. Al menos ésa ha sido nuestra trayectoria hasta ahora. Pero el futuro ya no puede ser igual, y no tanto por estar facultados generosamente para proponernos objetivos y disponer de una creciente capacidad de alcanzarlos, sino por contar cada vez con mayor experiencia y conocimiento de nosotros mismos.

Conocer los complejos, casuales y larguísimos procesos que nos han precedido equivale a saber lo que esencialmente somos. Y saberlo es indispensable para afrontar el futuro en condiciones más racionales y beneficiosas, para trazar mejores rumbos. O así lo creo, aunque a veces me parece que no. Como cuando un envoltorio de genes favorecidos por la selección natural hace vibrar el aire con este sonido: “Señor Ministro de Defensa, muévame diez batallones hacia la frontera de Colombia. De inmediato”.



La penosa escena ofrece, sin embargo, un momento impagable: la fugaz imagen de un azorado Ministro de Defensa obligado a recordar su época de escolar, con expresión de cagarse en las muelas del que le ha llevado engañado a “El diario de Patricia”.

Ya me he perdido. Sé que de algún modo la culpa es de los genes.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

La primera parte de su argumentación es todo un alegato contra la sacrosantísima idea del cristiano de a pie que defiende que "dios nos ha encomendado una ineludible función en la tierra". Perdón por traer a colación a dios, pero es que él (Él) tiene mucha culpa de que el ser humano se haya "endiosado" a sí mismo. Del teocentrismo al antropocentrismo hay sólo un plis y cuatro pipas. No sé si me expliqué bien; la paradoja, es lo que tiene.

Chávez, another time. Completo el bello eslógan de Acuarius que dice "el ser humano es extraordinario(amente tonto).

Daniel Hermosel Murcia dijo...

Ains, la evolución. Pues sí sabemos mucho sobre nosotros y sobre todo sabemos lo poco que sabemos.
De todos modos hemos superado la barrera del gen y tenemos la opción de negarle el control. Aunque eso es solo aplicable a humanos no a gorilas.

Lenny Zelig dijo...

Es que la autoconciencia plantea demasiadas preguntas, algunas angustiosas, que propician oportunistas respuestas. Pero también creo que la descarnada realidad de nuestro accidentado origen químico nos ofrece la oportunidad de adoptar la actitud correcta frente al futuro.

Y sí, sobran caudillos patéticos.

Lenny Zelig dijo...

Daniel: creo que no hay forma de escapar del "control" de los genes. Más bien me parece que el azar genético nos ha proporcionado unas cualidades que confieren ventaja evolutiva sólo si son bien empleadas (no olvidemos que en la guerra fría hemos llegado a estar a incierta distancia crítica de una masiva autodestrucción), y que al mismo tiempo los propios genes nos confieren capacidad para valorar el empleo correcto de esas cualidades (junto con la capacidad de tomar erróneas decisiones). Hagamos lo que hagamos, siempre estará dentro de las posibilidades que nos han conferido los genes. Y tanto si sobrevivimos como si nos extinguimos, se tratará en última instancia de un éxito o de un fracaso de nuestros genes.


Ahora bien, aunque a los genes les da igual lo que pensemos de ellos (no tienen consciencia alguna), sin embargo sí me parece decisivo para los humanos que hayamos descubierto su fundamental papel en el desarrollo de la vida. En cierta medida ese conocimiento nos impulsará, dentro de las posibilidades que los genes nos otorgan, a procurar su éxito, que ya sabemos que es el nuestro.

Tampoco estoy muy convencido de lo que me digo.

Daniel Hermosel Murcia dijo...

Disiento. La carga genética solamente determina configuración física y nuestra predisposición a ciertas capacidades. No seamos reduccionistas. El entorno es muy importante. Obviamente sin una cofiguración genética que me permita tener manos con cinco dedos y cierta predisposición hacia la música no podría tocar el bajo, pero hay que tener en cuenta que mi entorno ha facilitado esta ocupación. Hay muchos ejemplso de gemelos idénticos, con los mismos genes, que llevan vidas distintas. No estamos predestinados por nuestros genes. Tampoco por el entorno (ejemplos hay y muchos). Ni siquiera por la combinación de ambos. Tenemos la capacidad otorgada por el hardware base (genes) y tal vez inferida por el software acumulado (entorno) de actuar de forma aleatoria. Ojalá todo fuera tan sencillo, pero me temo que en este caso el todo es más que la suma de las partes (por mucho que vaya en contra de las leyes de la termodinámica)
Le recomiendo echar un ojo a los últimos libros de Punset, y no hacerme caso (es tarde y estoy con un subidón de paracetamol).

Lenny Zelig dijo...

No hablaba directamente de ello, pero seguramente se adivina: soy determinista, en el sentido de intuir que no hay libre albedrío, que cada acción o decisión humana está inexorablemente determinada por todos los antecedentes, sin alternativas. Sucede que los procesos causales son tan complejos que no es posible hacer predicción alguna, ni hacer un experimento para confirmar o rebatir la conjetura, como sería reproducir la vida de una persona, en todos y cada uno de sus detalles, para observar si toma las mismas decisiones en cada momento o si en algún momento opta por introducir una variante. Apostaría que no.

Esa sospecha determinista no afecta a la/mi vida, no la hace más previsible ni menos interesante, pero me obliga a fijarme en los estudios que se realizan sobre los factores más importantes y elementales de la conducta humana, que creo que son los biológicos. Por eso creo que la neurociencia es un campo valiosísimo en el que todo esfuerzo es pequeño, porque ser conscientes de nuestra maquinaria y explorar su funcionamiento sirve para poner algo de remedio a tanta locura.

Espero que el paracetamol haya hecho bien a la máquina.