Una vez oí un vaticinio que no he olvidado. Aunque sería muy útil retener los pronósticos para comprobarlos al cabo del tiempo, lamentablemente casi siempre los olvidamos. No sé por qué aquél no. Fue hace muchos años y en la primera época de “La clave”, aquel programa de televisión en el que José Luis Balbín fumaba en pipa y Carlos Pumares seleccionaba la película que precedía al coloquio. Con frecuencia había invitados extranjeros y ahora mismo me parece escuchar la extraña entonación de una de las intérpretes, que me imaginaba alta. Estaríamos a finales de los años setenta o comienzos de los ochenta cuando en aquel programa un hombre, que recuerdo razonable, afirmó que la tasa de desempleo (muy alta por entonces) no podía reducirse por la sencilla razón de que las máquinas hacían cada vez más innecesaria la mano de obra. Mi padre asintió y yo me quedé involuntariamente con la copla. El tiempo ha transcurrido, la actividad económica ha evolucionado, hemos presenciado transformaciones sociales y el pronóstico ha fallado. Pese a todo, no hay nada que reprochar al analista. Comprendo que no puede predecirse de forma mínimamente precisa el futuro cuando hablamos de procesos históricos y sociales, y menos aún en un momento especialmente incierto y vertiginoso.
Es sólo una anécdota que refleja la evidencia de que, con independencia de nuestros deseos, no podemos estar seguros de adónde nos dirigimos. Incertidumbre que no me tranquiliza pero tampoco me inquieta. Lo que me importa realmente es que sepamos elegir un buen rumbo hacia lo desconocido. Ahí está nuestra responsabilidad. Al fin y al cabo los humanos, a lo largo del tiempo, no somos más que pasajeros embarcados en una dispersa flota navegando por un océano sin límite conocido. Y aunque no conozcamos el puerto de destino, aunque no exista, hay rumbos mejores y peores. Se sabe de varios que han llevado directamente al naufragio.
En eso ando últimamente, en tratar de averiguar el rumbo correcto o de encontrar el camino que me permita conocer las coordenadas. Algo que me supera. Para empeorar las cosas, la travesía me está mareando. Tendrán que disculparme un momento. Voy a la borda.
Fdo.: pálido grumete Di Blasino tratando inútilmente de hacerse con el diabólico astrolabio.
4 comentarios:
Bueno, supongo que no nos queda más remedio que tirar del ensayo error y tratar de aprehender algo de los que nos trajeron hasta aquí. Para bien o para mal se trata de un viaje a ciegas, tal vez a ninguna parte. ¿Habrá, pues, que tratar de disfrutar de la travesía?
Desde luego que habrá que intentar disfrutar del viaje (o ahora o nunca), pero para eso también es importante el rumbo que elijamos.
Buen viaje.
Si se pudiera elegir el rumbo, yo eligiría el de los argonautas en busca del Vellocino de oro (concepto metafórico que tiene diferentes interpretaciones en la mitología griega). Creo que siempre hay que salir en busca de algo.
Ya ve que mi visión es otra. Exagerando un poco diría que cualquier destino final que nos impongamos es un mito, como el Vellocino.
Como el viaje no terminará con nosotros y como parece que no hay playa a la vista, resumidamente creo que basta con buscar un buen viaje, para nosotros y los demás, también para los que seguirán viajando cuando ya no estemos. Es un plan más ambicioso de lo que parece.
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