Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

martes, 19 de junio de 2007

El oficio de abogado (no necesariamente de oficio)




No conozco bien otras profesiones, pero ésta es la monda. Y acudir asiduamente a los tribunales es sumergirse en un sorprendente mundo, casi tan irreal como el océano visto a través del ojo de buey de un batiscafo.

Necesitamos instrumentos de solución pacífica de los conflictos, pero los tribunales están demasiado hechos a la medida de los humanos. Por eso es casi mejor no toparse con ellos, sé lo que me digo.

Para quien no haya tenido ocasión de conocer el ritual de la jurisdicción y sea lo bastante honesto, no dejará de llamarle la atención lo irrelevante que en él es la realidad. Sé que sucede en muchos lugares, pero allí es algo especial. En ninguna otra parte he visto mentir con tanta contundencia. Salvo en el teatro, en pocos sitios se representa tanto. Nadie está seguro de nadie y todos desconfían de todos. Es comprensible: en la mayor parte de los casos en el juego hay al menos uno que no dice la verdad. ¿Quién será?


El árbitro del juego es quien menos sabe de los jugadores. Por eso es el que más desconfía. Para hacer llevadera su tarea precisa ideas preconcebidas y dejarse guiar por sus primeras impresiones; muy probablemente (casi al 50%) erróneas, pero agradablemente firmes.

El árbitro observa el juego y proclama al vencedor. La intuición del más desconfiado dirime la contienda. Divertidamente imprevisible. La monda.

Dije que sólo en el teatro se representa tanto como en los tribunales. No, hay otro lugar. ¿No han caído en cuánto abogado hay en la política?

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