Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

domingo, 24 de junio de 2007

El necesario precedente y la imposible originalidad




Cada vez que algo nos ronda la cabeza, ¿cuántas veces ha rondado la misma idea la cabeza de un humano? Cientos de miles es la respuesta probablemente más correcta, con un margen de error de varios millones de veces.

Hay que ejercitar el pensamiento propio, pero es fundamental (de perogrullo) aprovechar la tarea de quienes nos precedieron, entre los que siempre se encuentran quienes indagaron con mayor rigor, agudeza, profundidad, intuición e inteligencia. Salvo para unos pocos elegidos, a los demás mortales nos está vedada la originalidad. Como individuos comunes sólo nos podemos permitir ser “selectos”, en el sentido de capaces de seleccionar lo mejor del análisis humano anterior. (De hecho, estoy convencido de que esto mismo lo han pensado ya otros muchos, y muy probablemente lo he escuchado o leído en algún lugar que ya no recuerdo, quedándome interiorizado desde entonces).

Viene esto a cuento de la gozosa oportunidad que he tenido de volver a ver algunas escenas de “El Sentido de la Vida” de los Monthy Python. Por supuesto que ellos tampoco son originales, pero plantean con formidable humor cuestiones aptas para sesudos análisis. Dos ejemplos:

1.- Al comienzo de la película varios peces con rostro humano nadan en una pecera, de un lado a otro, saludándose cortésmente a medida que van apareciendo y cruzándose con los otros. “Buenos días”, se dicen. Uno llega a preguntar, para sorpresa de los demás: “¿Qué hay de nuevo?”. En un momento dado uno dice: “Eh, mirad, ¡se están comiendo a Howard!”. Todos se vuelven de frente. Otro pregunta: “¿En serio?” Y en el siguiente plano se ve, desde el interior de la pecera, la mesa de un restaurante donde están sirviendo un pescado a un cliente. Al poco rato, uno de los peces comenta: “Eso da que pensar, ¿verdad?” A lo que otro pregunta: “¿Y qué sentido tiene?” Otro responde: “No sé...”

Las paradojas que plantea la consciencia de uno mismo y que sugerí en otro post, están deliciosamente concentradas en ese lacónico arranque de la película.

2.- En otra escena de la película (“Tercera Parte: Luchando entre sí” -fighting each other-), ambientada en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, un asalto de un grupo de soldados británicos se frustra tras el hilarante diálogo entre los soldados y el capitán que dirige el ataque. Ante la posibilidad de que no vuelvan a verse, los soldados le comentan a su oficial que han hecho una colecta con la que le han comprado algún obsequio: primero, un reloj de mesa. El oficial está sinceramente agradecido y no sabe qué decir. Pero no es lo único, también le muestran otro gran reloj de pie, comentándole que ha habido un malentendido entre los soldados sobre quién debía comprar el regalo y por eso habían adquirido dos por separado. Un balazo derriba el reloj. El capitán les anima a iniciar el ataque, pero le entregan un tercer reloj, esta vez de pulsera, que había comprado un cabo que no estaba al tanto de los otros regalos. También le entregan una carta de todos los soldados, lamentando que estuviera manchada de sangre. Por último, lanzan tres hurras por el capitán. Al tercero, un disparo hiere en el pecho al soldado que había hablado en nombre de todos y entregado los regalos. Malherido, le dice al capitán que hay algo más para él: un cheque. “Oh, de veras, esto es demasiado”, dice el oficial. El soldado que debía tener el cheque no lo encuentra y dice que estará en la trinchera número cuatro. Cuando se dispone a ir a ella, el capitán imprudentemente grita: “¡Por todos los santos, olvídelo!” Los soldados le reprochan que ha ofendido los sentimientos del herido. Llegan a amenazar al capitán con no darle el pastel (sí, también lo tenían preparado). Se lo enseñan, diciéndole que el herido se lo había hecho especialmente para él, guardando sus raciones durante seis semanas. Otro disparo da al herido, prácticamente rematándolo. Le siguen reprochando al capitán el mucho tiempo que ha dedicado el soldado a la elaboración del pastel, “cortando limones y mezclando azúcar y almendras”. Otro disparo acaba con la vida del soldado que le reprochaba al capitán su desconsideración hacia el dichoso pastel. El oficial finalmente comprende, se olvida del ataque y resuelve que se comerán el pastel. Mientras va ordenando los preparativos, otros soldados son abatidos. “¿Cuántos platos, señor?”, le pregunta un soldado. “Seis”, responde el capitán. Cuando se dirige a buscarlos, el soldado es abatido de un disparo. El capitán, que lo ha visto, dice: “Cinco”. La escena termina mientras se coloca una mesa portátil en la cima de la trinchera, con la cámara alejándose.

Hay que verlo. A partir del chocante paralelismo entre la inminencia de la muerte y la despedida de un jefe o compañero de trabajo, la parodia muestra crudamente el absurdo y la locura de la guerra cuando se la ve lo suficientemente cerca. Otra idea, la del absurdo en el rito de las matanzas entre humanos, especialmente nada original, desde luego, pero que también me ha rondado la cabeza frecuentemente. Por ello tendré que escribir(me) algo sobre los que no perciben la sinrazón y coleccionan soldados de plomo y libros sobre esa impostura (hay muchísimas) llamada “el arte de la guerra”.

Habrá que reconocerlo. Lo que pienso se encierra básicamente en una película de los Monthy Python. Perfecto para no darse la menor importancia. Lo que me remite al decisivo papel del humor. Otra cuestión absolutamente nada original, pero que siempre me anda rondando la cabeza.

1 comentario:

Stratego dijo...
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