Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

martes, 19 de agosto de 2008

Wall.E

Se mezclaban imágenes de la bárbara destrucción en el Cáucaso con el formidable espectáculo olímpico celebrado en esa nueva R.D.A. Aquí y allí había banderas, orgullos nacionales y divisiones artificiales, aunque en uno de los dos lugares no había rastro de fraternidad ni la habrá durante un largo tiempo. Una nueva oportunidad para alimentar mi desprecio por las patrias y los pasaportes, esos papeles que afirman que eres un sospechoso extranjero en todas las partes menos en una. Pero había que sacar partido al abono al cine infantil que adquirí hace unos cuantos años y aparcar la indignación por un momento.

Había leído críticas muy elogiosas de “Wall.E”, así que no podía contar con el factor sorpresa que hace especialmente grata la sensación al final de una película que nos ofrece más de lo esperado. Y sí, también me gustó y mucho esta película no exactamente infantil, pero me pareció percibir en ella una conclusión de algún modo equivocada, un errado mensaje subliminal. No es extraño: no es la primera vez que alguien (¡aleluya!) los ha visto claramente en el cine de Disney (¡aleluya!).




He comprobado que, en efecto, en el palacio del cartel de “La Sirenita” puede apreciarse algo extraño. Tal vez no le falte razón (¡aleluya!) al buen hombre cuando nos ilustra sobre la “Little Marmaid” (¡aleluya!).




Pero no, no hay nada sexual en el mensaje que me pareció escuchar en esa excelente película que es Wall.E. Contiene una irreprochable crítica al consumismo desaforado y a sus desastrosas consecuencias medioambientales, pero al mismo tiempo, y en contra de las apariencias, dispensa a los robots un trato que considero injusto. Wall-E, Eva y cuatro rebeldes (simples máquinas defectuosas) son los héroes, y lo son porque son casi humanos. Por el contrario, los demás robots (los auténticos, los que siguen las instrucciones que les han dado los humanos) se presentan como un medio para la destrucción física de sus constructores, condenados a un sedentarismo absoluto. De hecho, al final de la película, justo antes de los títulos de crédito, se nos muestra como final feliz el retorno al trabajo físico: que si la pesca con red, que si la albañilería tradicional... Me parece un disparate. El trabajo físico y esforzado sólo tiene encanto fundamentalmente para los que no lo han ejercido de forma continuada. La cobertura racional de nuestras necesidades básicas por medio de las máquinas no nos obliga a comer más de lo que necesitamos ni a movernos menos de lo que nos conviene. Las máquinas estarán al servicio del consumismo, de la destrucción medioambiental o de nuestra decadencia física sólo si así lo decidimos. Precisamente porque dependen exclusivamente de nosotros, no hay ninguna duda de que las máquinas son un instrumento maravilloso si somos inteligentes.

Vuelvo a lo de siempre. Creo que la búsqueda de la felicidad de los humanos pasa por reducir sus compromisos laborales, su esfuerzo para la cobertura de las necesidades esenciales. Deslomarse sólo debe ser una opción libre. Y para ello las máquinas son indispensables. ¡Viva la robótica!

¡Aleluya!

5 comentarios:

Daniel Hermosel Murcia dijo...

¡Alucino pepinillos brasileiros! Pero qué cosa mais perversa. Menos mal que no se ha metido con el Pato Donald, el que mejor me cae de la pandi. En cuanto a waaaaaaaall·e (compendio de frikihomenages) valga este enlace.

Ah, sí, se me olvidaba: ¡AleluyA!

Lenny Zelig dijo...

Creo que lo de Donald lo dejó para una homilía monográfica. Me temo lo peor cuando el pollo vea Walle.E. ¡Aleluya!
(Y sí, no solo el pollo está muerto por dentro, je,je).

Anónimo dijo...

Ay, no sé, aún no la vi. Sólo me contaron que el robot se enamoraba "sospechosamente" de otro robot, que ya es el colmo de la postmodernidad, ¿no?

Opino como usted, que deslomarse en vano es tontería. Pero, ¿no le preocupa el sobrepeso generalizado de la población mundial? (uff, qué dramático sonó eso).

Lenny Zelig dijo...

¿Sospechosamente? Tal vez sea otro mensaje subliminal que no he sido capaz de percibir. Le aseguro que el robot sólo lo hizo "entrañablemente".

Y lo del sobrepeso sí es un problema, pero la solución no pasa por retroceder en el tiempo. Comer menos y más ordenadamente bastaría. [Apúntate el cuento, Miguelino, je,je. (No se de qué te ríes)].

Ya ve, Aviadora, hablo solo.

Anónimo dijo...

O sea, escribí "sospechosamente" de forma sarcástica, ya que -por lo oído-, los estadounidenses han visto ese amor robótico "un pelín homosexual" (coño, ¡que los robots también tienen sexualidad!), y se han llevado their hands to their heads. Hay que ser idiota, en fin, ¡qué alegría me da no vivir en ese país tan mojigatino!


Siiiiiiiiii, hay que comer menos. Con la crisis el carro se llena sólo de lo imprescindible, desde luego.



Y ahora voy a leer su último post, aunque el título ya me pone nerviosita, ché.