Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

lunes, 28 de mayo de 2007

Símbolos y más símbolos (a vueltas con los idiomas)

Hay un gran número de personas a quienes quiero escuchar lo que tienen que decir. Por meros azares geográficos e históricos, en muchos casos utilizan símbolos que no entiendo para expresar ideas que comprendería perfectamente. Necesito herramientas para salvar el obstáculo: o una simbología común o un traductor de símbolos. Lo segundo está ya disponible; lo primero y más deseable, parece lejano. En cualquier caso, sé que lo que me interesa oír puede ser expresado a través de cualquier sistema de símbolos usual, y que cualquiera de tales sistemas puede plasmar con riqueza equiparable la variedad de matices de la expresión humana.


Parece simple, pero no lo es. Un ejemplo muy próximo. Si deseo escuchar una bella música incorporada a un dispositivo de sonido, buscaré el reproductor adecuado, ya sea del tipo A, B, C o el mismísmo Z. Si sólo tengo uno que, maldición, no reconoce el formato del archivo, buscaré un conversor. Y si tengo que deshacerme de mi viejo y entrañable reproductor tipo H para adquirir uno universal, correré encantado (cómo ha bajado el precio de la tecnología) al establecimiento más próximo. Impaciente por volver a casa para escuchar la música que encierra el dispositivo, ya pagando (qué barato, insisto), tal vez me sorprenda ver un grupo numeroso y variado de personas clamando:


-¡Protejamos el reproductor tipo W! ¡Lo queremos disponible en todas las tiendas! ¡Ya está bien de introducirnos (saben por dónde) el reproductor tipo H o, lo que es peor, ese que llaman universal! ¡Porque la música será la misma
-embarazoso silencio al caer por vez primera en la cuenta del hecho crucial-..., pero ya nada será igual!


Cuánta razón. Ya nada será igual: será mejor.

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