Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

lunes, 21 de mayo de 2007

Aire de gresca (o la necesidad del fuera de juego)

Atmósfera de gresca es lo que se respira en el debate público. Nos pilla siempre sin escafandra. Será la complejidad de lo que somos y de la realidad que nos rodea, incluida la que hemos construido tan enrevesadamente. Será, pero, ¿no tiene nada que decir el sosiego?

Creo que hay esperanza. Hay un moderador psicológico de efectos sorprendentes. Lo podríamos llamar el "fuera de juego". No hay nada mejor para tomar distancia de nuestras íntimas y férreas convicciones que rodearnos de los que tienen otras. Lo peligrosísimo, excuso decirlo, es rodearse de los que tienen las mismas. En este segundo caso, las exacerbamos, las alimentamos recíprocamente hasta convertirlas en monstruos grotescos e irreales. En el primer caso, por el contrario, nos esforzamos naturalmente por ser convincentes y encontrar puntos de encuentro que milagrosamente siempre afloran.

Un ejemplo práctico. Obsérvese al furibundo tertuliano radiofónico que, rodeado de pronto (avatares del cambio de gobierno en un medio público, por ejemplo) por rivales ideológicos ofrece maneras exquisitas y llega ocasionalmente (¡Virgen santa!) a reconocer el fundamento de algún análisis del contrario.

No es un curalotodo, lo sé. Hay majaderías a las que uno no debería ni ofrecer cortesía. Pero es una expresión más del papel clave de la compasión/empatía, complemento necesario de la razón si no queremos perderla.

Se refleja aquí un aspecto esencial de la naturaleza humana contra el que, muy erróneamente, habitualmente luchamos. Aunque insistamos en reafirmarnos e identificarnos frente a los demás, es el amigable contacto con el otro el que más nos reconforta. ¿Qué más natural, perdidos como estamos en el espacio?

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