El pasado humano siempre despierta mi melancolía. Sabiendo cómo fue, naturalmente pienso en cómo pudo haber sido. Por eso es mirar al pasado y es ver oportunidades desperdiciadas, intuir la ceguera que también uno habría podido padecer o contemplar impotente marchas entusiastas en dirección a Desastre, ese lugar que hay en cada rincón del mapa y cuyos carteles anunciadores se colocan cuando ya hemos pasado.
La actualidad me ordena mirar a la IIª República, que es aplicarme una dosis de melancolía en estado casi puro y hacerme pensar, asustado, qué papel o papelón interpretaría Miguelino en aquel escenario. No quiero ni mirar. Prefiero que lo haga Teddy, que es extranjero y nos ve de lejos.
Teddy opina que ha transcurrido el tiempo suficiente para saber con bastante precisión quién estuvo en lo cierto y quién falló, quién estuvo a la altura de la razón y la compasión (esas referencias que me persiguen), y quién, desgraciadamente, no. Sostiene que la República estalló a causa de un generalizado culto a la violencia (a la sinrazón) muy propio de la época, compartido tanto por quienes ejecutaron bárbaramente o apoyaron ingenua e insensatamente un golpe de mano militar que consideraban un saludable y tradicional remedio patrio, como por quienes pretendían crear su iluso nuevo mundo ideal y revolucionario sin importar qué o quiénes hubiera que destruir. Unos y otros estaban en el mismo bando. No importa que vistieran distintos colores porque compartían patrocinadores: irracionalidad y mortal ceguera política. El bando al que se enfrentaban era el de quienes, pese a las permanentes dificultades y tensiones extremas a que sometían a la sociedad los elementos del otro bando, mantuvieron su apuesta por el primer intento serio de modernización política y social de España, buscaron el compromiso y se escandalizaron ante cualquier manifestación de violencia política. Teddy habla de un reducto –imperfecto y falible, claro: humano- que tuvo el extraordinario mérito de mantenerse en pie a pesar del huracanado viento político que no dejó de soplar en toda la década de los ‘30. Habla del único bando, de dimensiones relativamente pequeñas, a salvo de los gravísimos reproches que cabe hacer al abigarrado bando opuesto. Habla del auténtico bando perdedor y le molesta que, pese a lo evidente que es, tantos tengan tantas dificultades para reconocerlo adecuadamente.
Teddy también es melancólico y por ello sostiene que la derrota de la Razón fue necesariamente la derrota de todos, incluso de los que celebraron su falsa victoria.
La actualidad me ordena mirar a la IIª República, que es aplicarme una dosis de melancolía en estado casi puro y hacerme pensar, asustado, qué papel o papelón interpretaría Miguelino en aquel escenario. No quiero ni mirar. Prefiero que lo haga Teddy, que es extranjero y nos ve de lejos.
Teddy opina que ha transcurrido el tiempo suficiente para saber con bastante precisión quién estuvo en lo cierto y quién falló, quién estuvo a la altura de la razón y la compasión (esas referencias que me persiguen), y quién, desgraciadamente, no. Sostiene que la República estalló a causa de un generalizado culto a la violencia (a la sinrazón) muy propio de la época, compartido tanto por quienes ejecutaron bárbaramente o apoyaron ingenua e insensatamente un golpe de mano militar que consideraban un saludable y tradicional remedio patrio, como por quienes pretendían crear su iluso nuevo mundo ideal y revolucionario sin importar qué o quiénes hubiera que destruir. Unos y otros estaban en el mismo bando. No importa que vistieran distintos colores porque compartían patrocinadores: irracionalidad y mortal ceguera política. El bando al que se enfrentaban era el de quienes, pese a las permanentes dificultades y tensiones extremas a que sometían a la sociedad los elementos del otro bando, mantuvieron su apuesta por el primer intento serio de modernización política y social de España, buscaron el compromiso y se escandalizaron ante cualquier manifestación de violencia política. Teddy habla de un reducto –imperfecto y falible, claro: humano- que tuvo el extraordinario mérito de mantenerse en pie a pesar del huracanado viento político que no dejó de soplar en toda la década de los ‘30. Habla del único bando, de dimensiones relativamente pequeñas, a salvo de los gravísimos reproches que cabe hacer al abigarrado bando opuesto. Habla del auténtico bando perdedor y le molesta que, pese a lo evidente que es, tantos tengan tantas dificultades para reconocerlo adecuadamente.
Teddy también es melancólico y por ello sostiene que la derrota de la Razón fue necesariamente la derrota de todos, incluso de los que celebraron su falsa victoria.
1 comentario:
Ains...
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