Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

domingo, 20 de abril de 2008

I Montecchi e i Capuleti

(Nota previa del menda: cualquier día de estos abandono por completo el italiano. Empiezo a estar cansado del disfraz).

Contemplo con asombro el griterío. ¡Liberal! ¡Socialdemócrata! Palabras que unas veces se arrojan sobre la cabeza del otro y otras se pronuncian como orgullosa definición de uno mismo y fatal condena del que no es igual.

Mi asombro proviene de la evidencia de que unos y otros hunden sus comunes raíces en la democracia liberal que por fortuna disfrutamos, y de que lo mejor del pensamiento social y político del último siglo se encuentra precisamente en ciertas corrientes de la socialdemocracia y del liberalismo, y realmente en ningún otro lugar. Es más, estoy seguro de que el franco, racional y no dogmático debate entre esas corrientes críticas es indispensable para el progreso democrático y para la resolución eficaz de los complejos retos a los que se enfrentan nuestras pobladas sociedades en este pequeño planeta.

Comprendo que hay liberales y liberales, y socialdemocrátas y socialdemócratas. Y observo que los peores de cada casa terminan pareciéndose, compartiendo un similar dogmatismo y una común incapacidad para aprender de la Historia. Tal vez sean los más numerosos y desde luego son los más ruidosos. Reflejan las dificultades humanas para comprender el mundo y no me interesan los férreos prejuicios en que se cobijan.

Hay otros rumbos más flexibles y prometedores. El impecable manifiesto de Euston o la interesante trayectoria del agudo Francis Fukuyama son ejemplos de lo que considero un verdadero y fructífero “debate de ideas”. Algo que nada tiene que ver con el que alguna voz patria propone abrir a pequeña escala partidista y con motivo de su particular ambición política.

¡Capuleto! ¡Montesco! Y dale con la matraca. Disculpen si me recojo.



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