En la película se contaba que el valle de Elah era el que separaba el campamento israelita del filisteo en aquella guerra que David resolvió a golpe de honda sobre el fatuo Goliath. Me entró curiosidad por comprobar el detalle en la Biblia, pero no encontré el nombre de ese valle, aunque sí una peligrosa petición de mano.
25 Y Saúl dijo: Decid así a David: El rey no desea la dote, sino cien prepucios de filisteos para vengarse de los enemigos del rey. Pero Saúl pensaba hacer sucumbir a David a manos de los filisteos. 26 Cuando sus siervos declararon a David estas palabras, pareció bien la cosa a los ojos de David, para ser yerno del rey. Y antes que el plazo se cumpliese, 27 se levantó David y se fue con su gente, y mató a doscientos hombres de los filisteos; y trajo David los prepucios de ellos y los entregó todos al rey, a fin de hacerse yerno del rey. Y Saúl le dio su hija Mical por mujer.
(Libro Primero de Samuel, 18:25-27)
Dudo que algún día retome la lectura de historias tan sagradas y sangrientas.
De vuelta a la realidad, resulta que tenía muchas ganas de ver “En el valle de Elah”, de Paul Haggis, sobre todo después del buen recuerdo de “Crash”, también dirigida por él, y tras saber que fue coguionista de “Cartas desde Iwo Jima”, amarga película que pude disfrutar hace unas pocas semanas. Aunque “En el valle...” pueda parecer a algunos lenta y pesada, no me ha decepcionado. Mr. Haggis es ya definitivamente otro tipo al que no pienso perder la pista.
Al ser la guerra un gigantesco campo de destrucción, el antibelicismo tiene mil detalles en los que fijarse. Esta vez tocaba el turno a la mutilación moral (la menos aparente pero la más dañina y dolorosa) de quienes intervienen directamente en el campo de batalla, reflejada en los espantados ojos de un hombre, militar retirado, que sólo puede recoger los despojos del hijo que ha regresado y al que, en todos los sentidos, apenas reconoce.
Como cada vez me repugna más la violencia, el antibelicismo me reconforta tanto como me irrita la irresponsable ligereza con que algunos hablan de la guerra sin haberla experimentado debidamente. La ignorancia nos hace rematadamente imbéciles. Esto me recuerda que tenemos un serio problema con la mirada de las cosas. Seguimos viendo la atrocidad con una inhumana fascinación. Sin ir más lejos, se avecinan festejos patrióticos con ocasión del bicentenario de un episodio de casquería en las calles de Madrid, desencadenado por razones (¿qué masa atolondrada las necesita?) que sabemos que no fueron tan elevadas como querríamos pensar.
Hay ocasiones históricas difíciles en las que la lucha por la libertad se hace ineludible. Desde luego no pienso en Irak. Pero cuando esas malditas ocasiones se presentan realmente ante nosotros y nos envuelven, no son más que un motivo para la tristeza. Sí pienso en la IIª Guerra Mundial. Y si por esfuerzo, dolor y fortuna sobreviene la victoria después de una sangría, no debieran seguirle demasiadas celebraciones, sino conmemoraciones respetuosamente silenciosas.
Perdón por ser la alegría de la huerta.
Fdo.: progre pacifista y melancólico.
4 comentarios:
La guerra es una cosa muy grande y los hombres somos muy pequeños.
Somos grandes si se nos mira de cerca. Por eso la guerra sólo se explica si nos miramos de lejos, si nos perdemos de vista.
Estaba dejando un comentario pero se ha borrado, afortunadamente porque era muy pesimista.
Un beso.
Nada de pesimismo. Yue Minjun sí que tenía motivos para el pesimismo en su opresiva China y ahí le ve. Todo un (buen) ejemplo.
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