Hay muchas parejas imposibles. Una de ellas la forman el introvertido y el fanfarrón. Para el primero, el segundo es una cuidadosa selección del comportamiento humano que le incomoda. Para el segundo, el primero es un inútil aguafiestas en cuya mirada siempre cree apreciar un rencoroso reproche.
Yo era un niño introvertido y mi tío Paco era un fanfarrón. Una pareja difícil, ya digo, aunque también por separado, no nos engañemos. Creo recordar que sabíamos evitarnos hábilmente. Mi tío Paco era de Ramales, una localidad del este de Cantabria, en el valle del Asón, y vivió la mayor parte de su vida en Bilbao.
Los días que he pasado en Castro Urdiales, ese extremo de Cantabria habitado mayoritariamente por vascos, me han recordado aquel detalle familiar. Mirase donde mirase, sólo veía a mi tío Paco. Por cualquier calle, a la vuelta de cualquier esquina, sentado en cualquier terraza, apoyado en cualquier tonel y armado con mi inseparable cerveza me topaba con la panza jovial y fanfarrona del tío Paco, o reconocía su voz detrás de una habanera. Cuánto he suspirado en Castro. Como aquel día en que otro tío Paco se sentó en la mesa alargada en la que estábamos terminando de comer y nos habló de su bonito Bilbao, y de cuando bajaba a Valladolid después de un atentado y allí le hablaban alarmados de lo sucedido y él les respondía que no se había enterado de nada. No pudo expresarlo mejor. A aquel hombre le pasaba lo que a mi tío Paco durante toda su vida y a buena parte de los vascos durante las últimas décadas: no se han enterado de nada.
En el parque de Cabárceno no me pareció ver al tío Paco, aunque al contemplar a los papiones pude reconocer, uno a uno, a los vecinos en la piscina del bloque. Ni yo faltaba.
En el parque también pude ver al enorme gorila zamparse una coliflor tumbado sobre un costado, completamente indiferente a la curiosidad de los humanos que lo observábamos admirados. De pronto vi claro lo que quiero ser de mayor.
Con su permiso, bajo a África. Y por todos los Orishas, espero no encontrarme allí con baba mdogo Paco (tío Paco en suajili).
Yo era un niño introvertido y mi tío Paco era un fanfarrón. Una pareja difícil, ya digo, aunque también por separado, no nos engañemos. Creo recordar que sabíamos evitarnos hábilmente. Mi tío Paco era de Ramales, una localidad del este de Cantabria, en el valle del Asón, y vivió la mayor parte de su vida en Bilbao.
Los días que he pasado en Castro Urdiales, ese extremo de Cantabria habitado mayoritariamente por vascos, me han recordado aquel detalle familiar. Mirase donde mirase, sólo veía a mi tío Paco. Por cualquier calle, a la vuelta de cualquier esquina, sentado en cualquier terraza, apoyado en cualquier tonel y armado con mi inseparable cerveza me topaba con la panza jovial y fanfarrona del tío Paco, o reconocía su voz detrás de una habanera. Cuánto he suspirado en Castro. Como aquel día en que otro tío Paco se sentó en la mesa alargada en la que estábamos terminando de comer y nos habló de su bonito Bilbao, y de cuando bajaba a Valladolid después de un atentado y allí le hablaban alarmados de lo sucedido y él les respondía que no se había enterado de nada. No pudo expresarlo mejor. A aquel hombre le pasaba lo que a mi tío Paco durante toda su vida y a buena parte de los vascos durante las últimas décadas: no se han enterado de nada.
En el parque de Cabárceno no me pareció ver al tío Paco, aunque al contemplar a los papiones pude reconocer, uno a uno, a los vecinos en la piscina del bloque. Ni yo faltaba.
En el parque también pude ver al enorme gorila zamparse una coliflor tumbado sobre un costado, completamente indiferente a la curiosidad de los humanos que lo observábamos admirados. De pronto vi claro lo que quiero ser de mayor.
Con su permiso, bajo a África. Y por todos los Orishas, espero no encontrarme allí con baba mdogo Paco (tío Paco en suajili).
2 comentarios:
¿Un gorila en Cantabria? El mundo está loco, loco. Lo mismo también me bajo por aquellos lares. Sería divertido poder decir aquello de "El doctor Zelig, supongo"
(Discúlpeme, he estado una semana perdido y absolutamente desenchufado).
"Pues sí, ¿cómo me ha reconocido? No me lo diga: la coliflor me ha delatado. ¿Quiere un poco?"
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