Fotografía de Don McCullin - ‘Snowy, Cambridge, early 1970s’

martes, 8 de julio de 2008

¡Joder!

Estoy en temporada de exclamaciones. Ya pasará. Pero ésta me ha salido del alma. Me escapo unos días que no me puedo permitir y al regreso me encuentro con que los guiñoles dicen adiós. Esto no se hace a un tipo que apenas está para poco más que bromas. Es cruel. Entre una prensa desaforada y unos telediarios veraniegos que sólo son una insufrible crónica de sucesos, me arrebatan un valiosísimo rastro de humor inteligente y siempre revelador. El asunto no tiene nombre, sólo una exclamación.


Ni lo del asombroso Nadal (y el sublime Federer) lo pueden arreglar.



Pero ya está. Muchachino, hay que joderse pero no desesperar. Hay que seguir buscando.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

La verdad es que tiene usted razón, ya no quedan motivos de risa.

Supongo que cargó las pilas en Mallorca y ahora podrá enfrentarse a las visitas de suegros con otro temple, digo yo.
Por acá poca cosa. Posteando por postear, que es tontería, y preparándome con el ingés (a ver quién me manda a mí...).

¿Le gusta Dylan? ya sabe que hoy toca en la plaza de toros emeritense. No le invito porque no puedo ir porque tengo que ahorrar; pero si fuera, le invitaría ^^

Like a rolling stone...

Lenny Zelig dijo...

Las pilas han tardado exactamente cuatro horas en descargarse. ¡Qué agobio a la vuelta!
Confieso que Dylan me es un completo desconocido. Vergogna!
¿Cuándo se marcha a Irlanda? Por agitar el pañuelito en el momento adecuado.
Yesverywellfandango, que es casi gerundio. No es tan difícil. ;P

Nootka dijo...

oh, he oido algo entre mis coetáneos de que se van estos muñequitos...
lo siento!! eran muy divertidos pero yo los he visto poquísimas veces
Habrá que convertirse en marionetista para que nuestros hijos no pierdan esta parte de nuestra cultura.
Sin embargo, hace tiempo que no voy a ver marionetas.
Un beso.

Lenny Zelig dijo...

Marionetas... Eso me recuerda el pequeño escenario que había en el parque junto a la casa de mis padres. Pipo, el muñeco bueno, siempre acababa arreando al malo con una estaca bajo la orgullosa mirada de la bárbara princesita.

Pero los guiñoles eran mucho más: eran brillantes caricaturas que sabían mostrar el verdadero rostro de la realidad. Alimento necesario para un descreído que solo quiere sonreír. Joder. (Perdóneme, no son formas).